viernes, 17 de febrero de 2017

Gran instinto de propiedad

El padre de una de mis amigas de la infancia, acostumbrado a viajar y relacionarse con personas de todas las provincias españolas, guardaba en su memoria anécdotas muy dispares y divertidas procedentes, alguna de ellas, de los rincones más insospechados de nuestra geografía. Pasaba semanas en su camión y eso le obligaba sin querer a relacionarse y con ello, a escuchar y conocer costumbres y dichos propios de cada zona que, al llegar a casa narraba con simpatía a sus hijos y a todos los que quisiéramos sentarnos a pasar un buen rato.

Una de aquellas curiosidades, me da muchísima pena no saber repetirla entera y literal, era una pequeña historia en la que contaba cómo distinguir la procedencia geográfica de su interlocutor fijándose únicamente en la utilización de los diminutivos.
Y allí comenzaba a desgranar su historia y oíamos el mismo adjetivo de turno repetido una y otra vez: pequeñilla, pequeñuca, chiqueteta, pequeñina, pequeñita, pequeñeja…y para regocijo de todos nos dejaba adivinar de dónde era la persona con la que simulaba hablar.
El buen oído de este sencillo camionero le llevó a observar cómo las palabras más cotidianas, sin querer, pueden delatarnos, definirnos, identificarnos…y nos invitaba al final de la narración a prestar atención e ir por el mundo con los oídos bien abiertos para no perdernos ningún detalle.
No cabe duda que el lenguaje es una herramienta fantástica con la que comunicar, amar, reír, llorar y disfrutar como en el ejemplo anterior… y sirve tanto para arreglar como para romper, para pegar como para acariciar…pero como todo, tiene sus reglas y estas a su vez su propio significado.
Ni soy lingüista ni académico de la RAE, y por tanto no puedo dar una lección al respecto pero a veces escucho hablar en los medios y me hace daño lo que oigo. No porque se utilicen tacos o expresiones malsonantes, palabras son que cumplen su función y colocadas en el sitio correcto…pueden dar prestancia y brillo al discurso, si no porque cada vez oigo más emplear palabras y complementos de forma incorrecta.
De acuerdo en lo de que las lenguas son elementos vivos y dinámicos, en incorporar palabras nuevas si no existen para un nuevo concepto…pero popularizar expresiones incorrectas…
De esto también podríamos hablar de geografía como decía el padre de mi amiga porque, por las expresiones incorrectas también podríamos deducir de dónde puede ser una persona: confusión de tiempos verbales en el norte, artículos en nombres propios por el  este, omisión de sílabas por el sur…
Pero, lo que realmente me trae de cabeza y ha dado origen a esta reflexión, es el “detrás mío, delante mío, al lado mío…o detrás tuyo o delante suyo… por “el detrás de mí, delante de ti, a mi lado…”. Qué gran instinto de propiedad o egocentrismo por nuestra parte al creernos dueños del espacio que nos circunda…Sabía de la existencia de un espacio psicológico de proximidad que conviene respetar y, que se considera socialmente aceptado para que nuestro interlocutor no se sienta intimidado. Pero, dejar un espacio no indica apropiación del mismo. Ya sé que lo que se quiere decir: indicar un lugar…y además, veo lo que se dice: me pertenece, te pertenece…
Y es que, este ejemplo, se sale de la geografía. Será otro efecto más de la globalización…Se lo he oído decir a muchos personas en televisión de diferentes lugares de procedencia. Lo oigo cada vez más en mi provincia de origen, en mi pueblo y a los miembros de mi familia… No me canso de corregirlo…aunque creo que no consigo mucho. Ya hasta mis sobrinos pequeños se ríen de mí por lo pesada que me pongo.
Lo que quiero decir es que no todo lo que se dice en la tele está dicho de forma gramaticalmente correcta o empleado con corrección. Que no debemos dejarnos llevar por las formas de hablar de muchos “contertulianos y periodistas” porque no es oro todo lo que reluce… unos sólo tienen un pátina, otros ni eso… pero al salir en la tele… la gente sencilla tendemos a pensar que está bien dicho y lo repetimos hasta la saciedad convirtiéndolo en “esnobismo” cotidiano tonto y absurdo.
El lenguaje, las palabras, el tono... que empleamos habla de nosotros y nos define. ¿Por qué y para qué  esconderlo detrás de las palabras de otros?.

viernes, 10 de febrero de 2017

Casi me lo creo

Como cada mañana, después de dejar a los niños en el colegio, otras dos amas de casa y yo nos disponíamos a dar nuestro paseo matutino de una hora. Lejos estábamos  de sospechar que hoy las alegres endorfinas iban a ser aniquiladas y aplastadas por un bombardeo publicitario andante y esa sensación de satisfacción que nos generaba el paseo se quedaría en una incipiente depresión.
Todo había empezado sin darnos cuenta unos días antes cuando otra mamá, de una niña de infantil, (nosotras somos mamás a punto de graduarnos de la Primaria) nos pidió permiso para unirse a nuestro grupo de mujeres andantes y madrugadoras. Obviamente no había nada que objetar. Faltaría más…

Llegó el día de su incorporación al grupo y enseguida nos percatamos de que desentonaba ella o desentonábamos nosotras. La mamá en cuestión venía impecable. De no ser por que vestía prendas deportivas… hubiéramos jurado que iba a una fiesta. ¡Perfectamente conjuntada y equipada! Todo recién salido de la tienda… de las mejores tiendas de marcas deportivas…¡por supuesto!... como no tardó en aclararnos. Pero es que…. ¡hasta sus interiores eran nuevos y de marca! … nos lo creímos. No hubo necesidad de que nos lo enseñara.
Nosotras, las habituales, equipadas con zapatillas de hacía diez años…. ¡sin cámara de aire! … sudaderas de aprovechar,  camisetas viejas… ¡toooodo desparejado!… y alguna con sobras de sus hijos e hijas más mayores.  Igualitas a ella…
Y es que “para hacer deporte lo primero y principal es estar bien equipado”… ¡Dios mío, llevamos nueve años sin equipación! Pero… ¡qué hemos estado haciendo todo este tiempo!..
La primera y sin movernos, fue una gran lección de vestuario deportivo y un somero recorrido por las mejores tiendas de la ciudad y todo… por el módico precio de… ¡¿CÓMO DICES!? ... Procuré cerrar la boca a tiempo para que no se notara ni mi asombro ni la escasez de mi cartera… si acaso mi atuendo  ya hubiera conseguido pasar desapercibido.

El paseo ya prometía desde la mismísima puerta del patio del colegio.

¡Qué intensidad…! No habíamos llegado al final de la avenida y ya estábamos repasando los neceseres de cuidados del cutis y maquillaje… Yo acabé enseguida. A parte de la crema hidratante de toda la vida, en mi set de maquillaje sólo había una barra de labios que me regaló mi amiga Bego hace… ¿se caducan estas cosas?... Escuchaba, escuchaba…. y  cuanto más lo hacía más bicho raro me sentía.
“Yo nunca salgo de casa sin maquillarme. Es muy importante la imagen que damos a los demás”… No lo había pensado… Yo… me lavo la cara cada día para que todos vean quien soy… pero, parece que eso sólo no vale… Hay que maquillarse, pintarse, depilarse las cejas… disfrazarse…  ¿eso me hará mejor persona?.  ”Te hará un rostro más amable y se fijarán más en ti. Si quieres yo misma me puedo pasar por la perfumería y te compro lo básico que necesitas por el módico precio de…”. ¿CUÁNTO HAS DICHO? y ¿cuánto tiempo me lleva mantener eso?... ¿Consistirá en esto la feminidad?...
La segunda y caminando…  gran lección de cosmética e imagen.
Sííííí…, tranquilos y tranquilas que aún queda otra, la conclusión… breve pero jugosa…

“…y es que con buena ropa y bien arreglada, consigues estar a gusto contigo misma y eso… los demás lo notan”. ¡Pero, coño…! (perdonen por la palabra).¡Si eso ya lo tenía yo al principio!. Me sentía a gusto y feliz con lo que era y tenía. Y llegas tú… y hábilmente nos dices lo paletas que somos (que soy, en este caso), nos desmontas nuestra felicidad y nos vendes una quimera en aras de una felicidad por llegar… que ya teníamos. ¿Qué psicólogo, publicista,… te ha vendido el discurso?, ¿tan insatisfecha e insegura te sentías que has tenido que esconderte detrás de tanta basura para afianzarte…? Te aseguro que vendiendo eres buena porque… CASI ME LO CREO.

viernes, 3 de febrero de 2017

...lo hace todo el mundo...

Supongo que ya se habrán escrito infinidad de artículos sobre el tema desde todas las perspectivas posibles: políticas, sociológicas, psicológicas…no pretendo añadir nada nuevo. Expertos hay en todas estas materias, con grandes bancos de datos y estadísticas que avalen sus afirmaciones. Mi humilde reflexión de ama de casa sólo abarca desde  mi casa hasta el parque del barrio y como datos, sólo dispongo de  aquellos que me aporta la observación de los hijos de los amigos y vecinos y, sobre todo,  la de  mis propios hijos.
El hecho en sí está mal, muy mal…cuando lo vi en las noticias me quedé perpleja y no acertaba a dar crédito a lo que estaba viendo. ¡No puede ser…¡ . Para colmo el agresor es un adolescente…!un niño aún¡… Cualquier madre que me lea o escuche estará de acuerdo conmigo…17 años es la edad de un niño grande por muy maduro que él se crea… Un niño que está aprendiendo a ser mayor, que entra y sale de la realidad a la fantasía  con la misma facilidad y rapidez que se cambia de ropa, que muestra a veces una apariencia engañosa, mente infantil en cuerpo de hombre…y por ello muy frágil y vulnerable…
No había terminado de recuperarme del impacto de la noticia cuando, uno de mis hijos se aproximó con su móvil para enseñarme el video que circulaba por internet y que, a su vez  retuiteó a más amigos…No sé qué me escandalizó más si volver a ver las imágenes o escuchar el comentario ofensivo y el retuiteo de mi hijo…Atónita intenté decir algo pero no logré articular ni una palabra ante tanta…¿cómo se llama esto?...en mi época lo llamaríamos falta de ética… ¿laxitud?... Mi cara debía de ser “todo un poema” y, para tranquilizarme, a mi hijo no se le ocurrió otra cosa que apostillar: “no pasa nada mamá  lo hace todo el mundo”… ¡¿todo el mundo¡?...¿Y por que lo haga todo el mundo ya te parece correcto?...¿dónde han quedado todas esa horas, días y años que hemos dedicado a hablar de la educación, el respeto, el esfuerzo, el valor del diálogo, la tolerancia, la riqueza de la diferencia,…? Confieso que sentí una gran impotencia  y una frustración terrible…Soy muy consciente de que la educación de los hijos es una inversión a muy, pero que muy largo plazo y que en muchos casos no se ven ni siquiera esos pequeños beneficios trimestrales indicadores de que “algo” se avanza…y me lo recuerdo cada día. Pero, a veces… pierdo la perspectiva.
Y es que, cuando un “tuit” llegado a saber de dónde y generado a saber por quien, tiene más valor, poder y credibilidad que los grades valores universales… yo me pregunto, y me genera la duda legítima, ¿merecerá la pena que los padres nos develemos tanto en la educación de nuestros hijos?...Cualquier “pelamanillas” del otro extremo del mundo, al que nunca tendremos el gusto de conocer puede, con un solo dedo, en cuestión de segundos destruir todo lo que se hemos construido durante años con esmero, dedicación, cariño y esfuerzo.
No soy muy amiga de los móviles…perdón… del mal uso que se hace de ellos, especialmente de la impunidad que se ha ido generando a base de la distancia y el anonimato que proporcionan. Lo mismo que pasa con iternet…
Siento que muchos de nuestros chicos y chicas están muy perdidos y que hemos puesto en sus manos, ingenua e inocentemente, como que fueran juguetes, unas grandes armas que, aun sabiendo manejar, no controlan ni conocen el alcance de su potencial…y ahí les tenemos disparando “tuits” con gran ligereza y sin saber, y lo que es peor todavía sin tener conciencia,  del daño que están generando.
Hoy se retuitea la agresión a un candidato a la presidencia con anchas espaldas y grandes equipos para superar situaciones de crisis pero ayer y mañana…se ha hecho de un niño, un compañero…y se hará de ti que te sientes seguro y a cubierto…y…nos quedaremos muy tranquilos ya que será algo normal porque..." lo hace todo el mundo".

viernes, 27 de enero de 2017

Una pregunta muy sucia

Por motivos del trabajo de mi marido tuvimos que trasladar nuestra residencia, temporalmente, y nos instalamos en un pueblecito, más bien pequeño, muy próximo al del destino. Por aquella época, recién casados y sin hijos, más que un descalabro familiar, aquello prometía ser una aventura romántica. Tampoco había mucho que trasladar: cuatro enseres y un par de maletas. Era prácticamente todo lo que teníamos. Total, íbamos a casa alquilada y amueblada. ¡Qué más podíamos necesitar!


Decidimos utilizar las vacaciones de verano para realizar la mudanza, instalarnos y conocer el entorno y a los vecinos. Y allí nos plantamos a principio de junio. En un par de horas nos tenían perfectamente catalogados y ubicados. Las primeras presentaciones se hicieron casi sin bajar del coche. Nosotros tardamos un poco más en conocer al resto de habitantes… ¡tres días! 

Digamos que por aquellas fechas, en el pueblo se encontraban las personas que vivían allí habitualmente. El “boom” veraniego se producía en agosto como en casi todo los pueblos, coincidiendo con las fiestas patronales.

Todas las casas, cerradas hasta ese momento, abrieron sus puertas y fueron apareciendo personas desconocidas…para nosotros, de todas las edades y condición. Se abrazaban, se saludaban… ¡…y a nosotros también! Curiosamente todos nos conocían ya y sabía de nosotros los detalles más elementales. ¡Esto es un pueblo!

Aquella tarde, todos los vecinos estaban convocados a las 6  en la plaza del pueblo para el gran concurso de los juegos populares. En total no sé si llegaríamos a un centenar. Grandes y chicos indistintamente participábamos en las actividades. Nosotros salimos a jugar también, como era lógico, pero sobre todo, y al principio, a observar para ir conociendo costumbres y tradiciones.

En un momento, casualmente,  me quedé sola sentada  en un banco pero, para nada me sentí excluida o apartada. Disfrutaba observando los “ires y venires” de los juegos, intentando relacionar cada persona con su casa o familia de origen o simplemente recordando sus nombres… Una mujer, más bien joven, de las que habían llegado con motivo de las fiestas, quizás preocupada al verme sola allí sentada, se sentó a mi lado y me dio conversación. No recuerdo muy bien de qué hablamos pero la conclusión de la conversación se me quedó grabada…a fin de cuentas era “aquello“ lo que realmente interesaba y lo que había venido a averiguar, ¿con qué objetivo?...

La mujer en cuestión a punto ya de despedirse me miró y dijo:”…y a todo esto… ¿tú qué eres?”.

Yo, muy ladina, contuve una sonrisa de sarcasmo, y con un fino cinismo…bajé la miranda para pasar revista a mi atuendo, no fuera a ser que mientras hablábamos alguna de mis prendas se hubiera transformado o hubiera ocultado todos mis atributos femeninos. Concluida la operación de inspección la miré y haciéndome la sorprendida le respondí: ¿yo?...una mujer. ¿No se nota? De sobra sabía a qué  se refería. Pero, ya empezaba a estar un poco cansada de la tontería esa de valorar y clasificar a las personas por lo que tienen o los estudios que han realizados, que para nada dicen lo que en realidad somos.

Los meses anteriores me había dedicado a estar con los vecinos, charlando, compartiendo, aprendiendo todos de todos, conociéndonos…y siempre había sido yo…una persona igual a ellos con luces y sombras. Nadie osó, en todo ese tiempo,  pese a los momentos confidenciales, que hubo muchos, hacer una pregunta tan sucia.

Entonces me pareció sucia y hoy… ¡más sucia!, con el agravante de que ese significado mercantil y pobretón de la persona se ha ido popularizado y… ya llevamos la respuesta aprendida y enganchada  en la solapa de la chaqueta, de tal manera que, es nuestra carta de presentación. “Soy ingeniero, soy enfermera, soy ama de casa…No importa que la persona en cuestión sea buena persona o un ladrón, que sea muy inteligente o un “gilipollas redomao”… solo cuenta si ha estudiado y “qué” y “donde” lo ha hecho con el único objetivo de saber a qué “casta” pertenece, en qué escalafón social se te puede  colocar y si eres por tanto,  digna de la amistar o trato del que pregunta…

Ya nos queda lejos aquel aforismo que decía: “Lo que la naturaleza no da… Salamanca no presta”…Parece que finalmente Salamanca haya ganado la partida a la naturaleza…

viernes, 20 de enero de 2017

Arcoiris ideológico


Soy una persona.
Me relaciono y vivo en familia, en comunidad y en sociedad. Me resulta imposible sustraerme del mundo que me rodea y en consecuencia soy política por naturaleza y necesidad.
Tengo principios y directrices que me guían, muchas veces incluso sin saberlo. No nacieron ayer espontáneamente, como las palabras, se han ido guisando a fuego lento. Cuando llega el momento ellos solos, mis principios y directrices, se manifiestan indicándome hacia dónde seguir.
Con los años, mi pensamiento se ha ido forjando a base de escuchar a otras personas, leyendo, observando, viviendo, equivocándome y acertando.
 Observo que mi forma de pensar ha crecido, madurado, cambiado… y me doy cuenta  de que el pensamiento es dinámico. Lo que ayer veía con nitidez hoy…ya no está tan claro: algunas ideas mudan de color o se matizan ligera y sutilmente; otras son nuevas y las hay… inamovibles.
Tengo que decir que en ningún momento  me he considerado del color azul, ni del rojo, ni el morado, ni el naranja…ni de ninguna gama en particular. Cuando ha llegado el momento de opinar…he escuchado, observado…y…he dado mi opinión. Nos llaman indecisos. Yo diría responsables (sin que esto suponga quitar ni un ápice de responsabilidad a los que lo tienen claro). Cada color  tiene algo con lo que comulgo y algo con lo que no puedo estar de acuerdo.
Ser así  forma parte de mi individualidad y, suelo tomar partido por aquello que en cada momento me parece menos dañino, más coherente y más próximo a mis principios… Algunos también nos llaman chaqueteros…sólo intento ser fiel a mi misma y a mi forma dinámica de pensar. El cambio hace avanzar a las sociedades y nos hace crecer como personas. Y, si el color de una chaqueta deja de gustarme, ha perdido el brillo inicial que tanto me gustó o simplemente ya no se ajusta a mi talla… ¿por qué seguir poniéndola?...
Aplicado a la  vida cotidiana y, siguiendo el ejemplo de la ropa, siempre le digo a mis hijos que cada momento, tiempo, situación y evento requiere un atuendo distinto. ¿Por aparentar? No, por comodidad. ¡Mal se sube el Everest con unas chanclas de playa!
¿Me he equivocado?... sí, muchísimas veces, pese a lo que el sentido común en ese momento aparentaba.
 Y cuesta reconocer y aceptar el error lo mismo que cuesta renovarse. Dejarnos crecer, romper nuestros propios límites es doloroso y a veces aterrador…pero necesario.

Recientemente uno de mis hijos, adolescente, llegó a casa con uno de sus amigos. Ambos estaban entusiasmados porque,  por primera vez, habían estampado su firma para apoyar y elevar “una propuesta al parlamento” Buscaban mi beneplácito y como respuesta les pregunté las razones por las que creían que había que apoyar esa idea. Me las dieron. No voy a entrar a juzgarlas. Eran sus razones y,  en ese momento, tan dignas y buenas como podía haber sido lo contrario. Creyeron, sencillamente, que era lo correcto.

Pese a ello, les pedí permiso para hacer de abogado del diablo y me posicioné en la postura opuesta. Tuvimos unos minutos de diálogo y comenzaron a dudar. –Mamá…¿nos hemos equivocado?... -¡No! Respondí. Porque no había nada que responder. Sólo les sugerí que intentaran siempre escuchar la versión de quienes opinan diferente para así conocer la propuesta de una forma más real. Ver y tratar de distinguir la mayor variedad posible de toda la gama de colores que hay en el arcoíris…
Posiblemente después  apoyaran la misma idea, o quizás no, pero…  fuese lo que fuese, incluido el error, siempre sería un acto de responsabilidad y reflexión,  mucho más auténtico que dejarse llevar por el impulso del momento.


viernes, 13 de enero de 2017

La palabra silenciosa


Son las 8.00 de la mañana. Hora punta en la ciudad.
 Me he levantado de buen humor y  como cada día, con la lista en la mano, me dispongo a salir de casa para realizar recados, compras, gestiones, papeleos…
Hoy tengo que ir lejos y necesito coger el coche. No me gusta conducir por la ciudad. Respiro profundamente, relajo los hombros, suelto las muñecas, abro la puerta y....¡allá  vamos¡ .
En el ascensor me doy cuenta que  no recuerdo dónde he dejado aparcado el coche la última vez que lo cogí. ¡Tengamos calma…¡, ¡piensa…!, ¡piensa…!, ¡Haz memoria…! ¿Cuándo lo cogiste por última vez...? Entre recordar y llegar hasta donde tengo “abandonado” mi SEAT 127 han pasado ya 10 minutos. ¡Uyuyuuuui!. Me digo. No empezamos bien el día.

  Observo la circulación y constato que ya  hay cierto movimiento en las calles secundarias.
Llego al coche… ¡me cachos en diez…!. ¡No han podido dejarlos más pegados! .  Apenas un palmo de separación entre cada uno de los otros dos coches. Cambio brusco de temperatura. Mi humor está comenzando a decaer como la bolsa de Tokio tras la fuga de “central nuclear”.
Tiro enfadada el bolso en el asiento trasero, el gorro, la bufanda, el abrigo… ¿¡qué no es para tanto!?... Mi 127 no tiene dirección asistida. La dirección asistida no existía cuando me compre este coche o, al mío al menos no le tocó…no vendría de serie.
Primer sofocón de la mañana y nadie cerca con quien pagarlo o desahogarme.
La salida a la avenida principal no tiene desperdicio: en el carril por el que me tengo que incorporar, hay un camión de repartos aparcado en doble fila y ni un alma en sus proximidades; en el otro…, miro con resignación hacia mi izquierda, no consigo ver el final de la cola.
Siento ese cosquilleo en el estómago, fruto de la impotencia, que precede al dolor de garganta, que a su vez precede al llanto, que a su vez…¡Tranquila…! me repito. Y trato de respirar en profundidad para serenarme.

Dice mi marido que siempre tengo una suerte garrafal porque, cuando todo parece confabularse para estropearme los planes, algo cambia de repente y vuelvo a estar donde al principio.
Yo no lo llamo suerte.Yo siempre digo que es un ángel, al menos hoy lo parecía, tenía cara de mujer y con esa cara y esa sonrisa no podía ser otra cosa más que un ángel. Además, los ángeles son seres de pocas palabras. ¿Verdad? No las necesitan. Su sola presencia ya lo dice todo y, si a eso le añadimos que te haga un gesto…ya está todo dicho.

Pues bien, mi ángel debía de haber estado allí desde que llegué, antes incluso de hacer el STOP porque, la cola no se había movido en todo el rato. Seguro que vio el cambio de humor en mi rostro y capto como un ave mi desesperación. Sólo cuando empezaron a moverse los vehículos, tomé conciencia  de su presencia. Estaba dentro de su coche blanco, sonriéndome y, en silencio. Con un gesto casi imperceptible de la mano y una ligera inclinación de cabeza me dijo: ¡ADELANTE!...

 Sin podérmelo creer, ¡un conductor que a primera hora de la mañana cuando más prisa y tráfico hay, cede el paso a otro vehículo...! vi cómo crecía el hueco delante de ella y se abría un espacio para mí.
¡Bendita palabra silenciosa que me dejó con los ojos como platos de sorpresa y agradecimiento!.

 Retomé mi primer buen humor de la mañana y decidí prestar atención a todas las personas con la que me fuera a cruzar durante el día por si en algún momento otro ángel   “me dijera  sin decir”…o ¡¡quizás me tocase a mí ser el ángel…!!!


sábado, 7 de enero de 2017

Frasquitos pequeños


Yo pertenezco a aquella época en la que la televisión sólo nos ofrecía dos canales: la primera y la segunda. No había mucho dónde elegir, hoy lo sé,  aunque para nosotros aquello era un mundo tan revolucionario como puede ser hoy para nuestros hijos y jóvenes el móvil, más si tenemos en cuenta que yo procedía del mundo rural  donde el tiempo y las incorporaciones modernas tienen, o al menos tenían entonces, un ritmo más lento.
 La televisión comenzaba a emitir entorno a las 6 de la tarde, no voy a entretenerme en contar qué se emitía porque de eso ya se ocupan programas de televisión  que lo hacen muy bien. A las 21:.30 más o menos y eso sí después de “El parte” aparecía aquella familia tan entrañable y querida la “Familia Telerín” que mirábamos pasar y escuchábamos cantar, con  deleite, aquella canción que nos invitaba a irnos a la cama a los más pequeños.  Allí empezaba, con su final, el tiempo del  remoloneo: había que pasar  inadvertido para los mayores, procurar no molestar para que a ninguno de ellos, cansado ya del día, se le ocurriera consultar su reloj y se diera cuenta de que los duendes aún andábamos por allí.
Conseguíamos así arañar unos minutos más al sueño, aunque nunca supe muy bien para qué y aún me lo pregunto… si acaso fuera por creernos o hacernos los mayores ¿quién sabe? … porque a los niños de hoy parece que les sigue pasando… Después, aparecían aquellos dos famosos rombos, inmisericordes, que nos enviaban derechitos y sin dilación a  la cama.
Pero aquel día algo cambió, algo pasó: no sé si crecieron los Telerín, si se borraron los rombos o el reloj se paró pero, el caso es que, nos dejaron quedar a… ¡¡ver una “peli “ ¡¡ . Como podéis suponer  aquello fue un acontecimiento de tal envergadura que no nos lo podíamos ni creer. Nos fuimos sentando  silenciosamente, sin molestar, acomodándonos lo mejor posible y siempre pendientes de no hacer nada que precipitara todo aquello a un  “ ! vamos, se acabó la historia. Todos a la cama! ”,  que acabara con todo nuestro gozo. (Tengo que deciros que nosotros fuimos una de esas familias supernumerosas que prácticamente hoy, han dejado de existir).
Sin palomitas, sin coca-cola ni pipas ni nada de nada… sólo la ilusión de poderte quedar con los mayores a ver “algo de mayores”.
¿Qué vimos aquel día tan fantástico?...Lo recuerdo perfectamente, nada más y nada menos que “Qué bello es vivir” de Frank Capra. Los más mayores se hicieron los fuertes, otros moquearon y algunos lloramos a lágrima y moco tendido.
Lo que más me impactó fue descubrir cómo los pequeños gestos de amabilidad, simpatía y generosidad del protagonista, que casi pasaron desapercibidos incluso para él mismo, habían conseguido dar un vuelco total y, para bien, en la vida de muchas personas de su entorno.

Aquel día y de aquella película aprendí que, las grandes lecciones no se dan ni en el colegio, ni en el instituto, ni siquiera en la universidad por más que se empeñen padres, políticos y maestros. Las grandes lecciones están escondidas en frasquitos pequeños de la vida cotidiana, que se pueden escapar entre los dedos, como el agua, si no prestamos atención.