domingo, 22 de diciembre de 2019

Una inocente preguntita




Allí estaba yo, en la cocina planchando, porque en mi casa no hay espacio para cuarto de la plancha,  abstraída de toda otra actividad que no fuera dejar impoluta la ropa de mis seres queridos y de fondo… el sempiterno “casette” de Mocedades cuando, sin venir a cuento, mi hijo mayor que, por entonces contaba con siete u ocho años, va y me salta, así a bocajarro: “¡oye mamá!, ¿tú cuando eras pequeña… ya soñabas con ser ama de casa?”.
Una preguntita inocente que sale de la boca que tantos besos te ha dado… ¿¡cómo puede ser que consiga remover todos los cimientos de tu existencia!? ¿pues no fue que de repente vi pasar ante mí todo aquello con lo que siempre había soñado de niña e incluso de no tan niña y al mismo tiempo la descarnada realidad en la que me había convertido?... ¡¡¡Niño por qué no te vas a jugar a las canicas y dejas de… importunar con tus ridículas preguntitas!!!
Supongo que, detrás de aquella pregunta, a su manera, Carlos había estado reflexionando sobre su propio futuro. Importunado, y cansado a su vez por tanto adulto curioso… la preguntita “¿y tú que vas a ser de mayor?” habría terminado por calarle y hacer mella. La realidad puede llegar a ser abrumadora con la cantidad de posibilidades, el deseo de probar y conocer de todo, y generar desorientación… Él, quizás, buscaba tranquilizar el miedo y la inquietud que le generaba tanta variedad, el no saber por dónde, el querer varias cosas… todo propio de la edad. Pero a mí, aquella inocente preguntita, me generó todo un tsunami de sentimientos.
Mis sueños… la mujer que soñé ser un día nada tenían que ver con la que estaba en aquella cocina planchando, en chanclas, con un chándal viejo y raído, sin peinar… Me hubiera dejado caer en una silla y hubiera dado rienda suelta al llanto si Carlos, pacientemente, no hubiera seguido allí, mirándome, en espera de una respuesta. ¡Cómo explicarle…! Obviamente “ser ama de casa” nunca estuvo entre mis opciones y mucho menos entre mis prioridades.
Hubiera podido ser muchas cosas: soñé con bailar de tutú y durante una temporada destrocé sin piedad la puntera de varios pares de zapatos hasta conseguir mantenerme recta y en equilibrio; después decidí que sería flamenca y busqué ritmos taconeando y atronando los oídos de toda la familia; la pubertad y el deseo por el conocimiento del propio cuerpo y el ajeno me llevó a desear ser médico pero eso, duró poco tiempo; después le siguieron la abogacía, la pintura, la escultura, la enseñanza… ¡y tantas otra que fueron cayendo!
Hacer memoria de lo que uno ha ido dejando por la vida y recordarlo como pérdida puede llegar a ser muy doloroso.  La pregunta de Carlos me dejó por un momento al descubierto y, si él no hubiera sido tan tenaz en la espera, posiblemente el impacto me hubiera arrastrado, cuando menos, hacia… un mar de lágrimas. La estampa que mi mente forjó de aquel instante era una buena tierra donde la desesperanza pudiera acampar.
 Pero, allí estaba él, parado frente a mí, como testigo de lo acertado de todas las decisiones tomadas, esperando una respuesta…
No, hijo. Nunca soñé con ser ama de casa. Tuve muchos sueños y unos sustituyeron a otros. Siempre en búsqueda, decidiendo, aprendiendo, cogiendo y dejando… hasta que te soñé a ti y después a tu hermano Miguel. Ahora, mi sueño sois vosotros y seguiré aquí hasta que vosotros encontréis los vuestros.


sábado, 25 de mayo de 2019

Transgresores a voluntad

Y allí estábamos en la sala de exposición de un artista contemporáneo del que nunca habíamos oído hablar.
El verano tiene esas extrañas oportunidades de poder mostrarte, a cualquier parte que vayas, una amplísima oferta cultural y artística. ¡Carta abierta para todos los gustos y públicos! La casualidad había obrado a su favor: un folleto estratégicamente colocado sobre la barra de un bar, el asfixiante calor del exterior y el supuesto aire acondicionado de la sala de exposición, tuvieron mucho que ver para que, aquella tarde tan sofocante, termináramos allí. Ciertamente la temperatura de las salas era reconfortante e invitaba  con agrado a demorar la estancia.
La casualidad hizo también que el artista en cuestión se encontrase en aquellos momentos en la exposición y, no tan casualidad para ellos pero sí para nosotros, que en esos instantes llegasen  los reporteros de un periódico local a entrevistarle. Seguimos nuestra visita como si tal cosa, como si aquello no fuera con nosotros pero, puesto que la entrevista iba a ser publicada…  ningún delito había en “pegar la oreja” y escuchar qué se decía. Conocer al artista es un buen punto de partida para entender la obra… o quizás no.
En este caso y desde mi perspectiva, hubiera sido mejor no conocer, porque la escucha me predispuso negativamente. Desde mi  punto de vista  existen dos grandes tipos de artistas: los que lo son y los que se lo hacen. Los primeros no necesitan explicar su obra, se explica así misma, habla por sí sola. Los segundos necesitan adornar y llenar con grandes discursos su producción por que no tiene nada, ¡está vacía!
“Hay que transgredir, romper…” Dijo el artista. Aquellas palabras me produjeron cierta grima. ¿Quién ha dicho que el arte necesariamente ha de ser transgresor? El mismo discurso de siempre manido y gastado de pseudo-artistas que no han entendido nada. El arte se tiene o no se tiene. Es como el “duende” del flamenco. Y habrá aristas como la copa de un pino que no rompan con nada y artistas en los que la trasgresión surge espontánea. Ambos dos son auténticos, fieles a sí mismos, libres. El arte les sale de dentro como un manantial de la tierra.
Y estarán aquellos otros, los transgresores a voluntad… que no saben aún ni quiénes son, y se empeñan en diferenciarse, que han oído que el artista debe de ser transgresor y buscan sin más acoplarse a esa máxima pensando que el arte es únicamente eso. Dependen de las modas y son esclavos del momento. Arañan la tierra con sus manos buscando un hilillo de agua y… a veces llega y a veces no. Pero, se han aprendido el discurso y saben vender bien… ¡humo! Se acomodan a las circunstancias, al mejor postor…y se pavoneas en reuniones sociales siempre a la caza y atentos a aquello que les pueda aupar ya que su arte no lo va a hacer.
¡Y me condicionó!
El discurso del artista me condicionó la mirada. Ya no fui capaz de mantener la actitud abierta que tan necesaria es para apreciar el arte. Y no digo que no lo hubiera allí sólo que,  yo ya no fui capaz de verlo. Sus palabras de pataleta infantil “¡hay que romper! ¡hay que romper!” se impusieron a la sugerencia artística de su obra.
Ahora sí, del arte ya no disfruté pero, ¡cuidado que estuvimos fresquitos¡

martes, 7 de mayo de 2019

Parca en palabras


Mi padre no hablaba mucho. Tampoco lo necesitaba. Todos entendíamos a la perfección su lenguaje. Siempre había sido así.

Antes de que llegase mi madre, e incluso antes de que lo hiciera mi abuela, la mujer entendía, obedecía y se adelantaba a las necesidades del hombre. Mi abuelo no fue hombre de grandes discursos, se lo oí decir a mi abuela y, ese mismo silencio, más que heredarlo, mi padre lo aprendió pronto y a la perfección. ¡Como no podía ser de otro modo!

Yo entonces era muy pequeña y no entendía mucho, pero escuchaba y, sobre todo, observaba. Era una niña… era mi cometido, aún sin saberlo. Siempre me preguntaba cómo sabría mi madre lo que quería mi padre si nunca lo decía. Pronto aprendí a interpretar. Descubrí que mi padre tenía un rico conjunto de gestos que mi madre conocía y a los que se apresuraba a dar respuesta: si mi padre tocaba con el dedo el borde del vaso… eso significaba que quería más vino; si movía ligeramente el plato hacia adelante… eso era que no quería comer más. Y mi madre leía aquellas órdenes y obedecía… servía, retiraba. Me gané una sonrisa, gesto de aprobación, el día que me adelanté a mi madre y le traje las zapatillas…

 Del mismo modo ocurría con sus escasas palabras: frases muy cortas, a veces, incluso, una sola palabra que, en la mente de mi madre, se debían de traducir como todo un discurso, por la gran actividad que su pronunciación conllevaba en los trajines que venían a continuación.  “Mañana bajo a la feria” era uno de los discursos más largo que se solía repetir una vez al mes, más o menos, y que desencadenaba, en casa, casi una hecatombe: lavar y planchar la ropa, calentar agua para el baño, preparar comidas…

Me costó mucho descubrir cómo sabía mi madre que mi padre estaba de regreso. Yo había observado que, unos minutos antes de que mi padre se hiciera presente en la casa, mi madre echaba agua caliente en la palangana. Eso indicaba que estaba llegando. Salía corriendo a la puerta y, efectivamente, le veía aparecer por delante de la peña Moña. - “Maite, trae la palangana que voy a prepararle el agua a tu padre”, me pidió mi madre una tarde. - ¿y tú cómo sabes que viene padre?  Mi madre, a la fuerza parca en palabras, me dijo: “mañana siéntate en el poyo y presta atención”.  Así lo hice… ¡¡¡un silbido!!! Mi padre dio un largo e intenso silbido al llegar a la peña y en unos segundos vi aparecer su cabeza en el horizonte. ¡Eso era!

¡Juegos de niña que me divirtieron hasta que llegué a la pubertad! A partir de aquí, ya no quería que mi vida se redujese a interpretar los gestos de un hombre y obedecerlos con rapidez y sumisión. Puse la vista detrás de la peña Moña donde sabía que había todo un mundo por descubrir, miles de palabras que pronunciar y cientos de gestos que interpretar totalmente distintos a los de mi padre, mi abuelo, mi tatarabuelo…

“Mañana a las siete te esperan en la casona”. Dijo aquel día. Sin más. Estaba todo más que dicho. Vi a mi madre girarse para que no la viéramos llorar. Ni eso se le permitía. Nunca supe si las lágrimas salieron por tristeza, liberación, o las dos cosas. Se dirigió, sin mediar palabra a la habitación y del viejo arcón sacó una maleta vieja que nunca había visto. La dejé hacer. Acto seguido, entró en mi habitación y comenzó a sacar del armario mis mejores ropas y a meterlas en la maleta. A mí se me rompía el corazón y supe que el suyo también estaba roto cuando, a escondidas con el mayor secreto, puso en mis manos una especie de bolsilla de tela con algo dentro, que adiviné era dinero. Por un instante nuestras miradas se cruzaron y los largos años de interpretación se concentraron en aquel instante para hablar de todo lo que hasta ese momento no hubo necesidad de decir: amor, dolor, esperanza…

A todas esas mujeres que aún viven sometidas al lenguaje de la interpretación, que aprendieron a mirar con sus padres, escucharon los gestos de sus maridos y ahora, sin querer y tristemente, leen los de sus hijos… con la esperanza, de un día, poder oír su voz.

sábado, 13 de abril de 2019

¡A mi hermano le has dado más!



Me viene a la memoria un viejo cuento que escuché hace mucho que decía algo así: “A una mujer que tenía muchos hijos le preguntaron en una ocasión a cuál de ellos quería más. La mujer escuchó la pregunta en silencio y dio tiempo a su corazón para que fuera buscando la respuesta. Después de lo cual respondió: al que está fuera o lejos mientras está fuera o lejos, al que está enfermo mientras está enfermo, al pequeño mientras es pequeño…”

La intuición y sabiduría de una madre son únicas captando las necesidades particulares de cada hijo y buscando en cada momento satisfacer de la manera más conveniente aquello que le es necesario a cada uno de ellos. Bien sabe que no siempre la equidad es la respuesta adecuada: una persona enferma ni come ni trabaja igual que una sana…

Y es que se me antoja comparar “esto de las cuestiones sociales”: inmigrantes, minorías étnicas, personas maltratadas, personas diferentes, de distintas tendencias religiosas, etc… con una gran familia. El estado como un gran progenitor debería velar y cuidar por igual de todos sus hijos y facilitarles el acceso a los recursos de forma justa (esto ya lo dijo alguien antes que yo pero no recuerdo quien). Todo el mundo deberíamos  tener un hueco de pertenencia en la sociedad, nuestro hueco, como en la familia,  así como disponer de esos ingresos mínimos, como los que nos garantiza la casa familiar, sin necesidad de tener que reclamarlos.

Supongo que no debe de ser tan fácil y que, debajo de lo que vemos haya otros asuntos que las personas de “a pie”, en este caso yo, desconozcamos. Ya sólo con observar la realidad cercana, mis hijos, me doy cuenta de la complejidad del asunto.

El problema surge innato en la propia diferencia: Algunos hijos se acomodan al sustento y no buscan más,  otros lo rentabilizan aprovechando las oportunidades y sacándole el máximo partido, también están los que nunca tienen suficiente y acaparan más de lo que les corresponde y aquellos a los que ciertamente por sus peculiaridades se les debe de mantener siempre “bajo la tutela de los padres”… La equidad podría ser buena para empezar pero, luego, hay que avanzar: hay que soltarse de la mano de la madre, dar la oportunidad a otros hermanos que vienen detrás, caminar solos. Anclarse únicamente si no hay otra opción. Y es aquí, al alzar el vuelo, cuando surgen los problemas.

Aunque el punto de partida haya sido el mismo, no todos alcanzamos las mismas metas disponiendo de los mismos recursos. Cada uno rentabiliza las oportunidades y recursos desde su ser distinto: personas diferentes… diferentes necesidades… distintos recursos. Aunque haya habido equidad, siempre habrá diferencia. La equidad es conflictiva. Por añadidura hay que tener en cuenta que si el reparto hubiera sido como el de una madre, respetando las cualidades y necesidades de cada cual… el conflicto hubiera estado servido también desde el principio: “¡a mi hermano le has dado más!” a no ser que, previo a todo esto, haya habido una auténtica educación en el concepto de necesidad…

¿Cómo se hace esto? … la respuesta al interrogante también puede ser innata por que TODOS somos diferentes. Aceptar la diferencia con naturalidad. ¿Quién dijo que somos iguales? No es la afectación por algún síndrome, la ausencia de algún miembro, la forma de vestir o cómo viva mi sexualidad lo que me hace distinto. La diferencia está más adentro y lo que tenemos que aprender, como esa madre, es a captar en cada momento la diferencia y por ende la necesidad, la debilidad… que es lo que hace a una persona acreedora prioritaria, en ese momento, del amor... de los recursos. Y esa quizás sea la verdadera equidad, más que una cuestión numérica, una cuestión de situación: “dar a cada uno lo que necesita en el momento concreto”… y cuando desaparece la situación… volver a la cotidianidad.

¡Ya me gustaría ser esa madre! Pese a todo, en casa siempre resulta más fácil detectar una necesidad o ver una debilidad sencillamente porque somos menos.  Por ser menos, se actúa más rápido sin tanta burocracia y aún así… alguna vez confieso que me he inclinado hacia el que tenía menos necesidad pero… quizás fue más zalamero.

jueves, 21 de marzo de 2019

DeTV y de platos sin fegar

Recogemos la mesa de la cena con celeridad y dejamos todos los cacharros metidos en la fregadera, el mantel sin sacudir sobre la mesa… para estar sentados en el sofá, justo a tiempo, de que empiece el capítulo y no perdernos ni un segundo de lo que promete ser la serie del año y… ¡¡¡pero si esto ya lo hemos visto!!! ¡Tanto correr  “pa ná”! ¡Oiga usted que la primaria ya la hemos acabado hace años! ¡…y una primaria de las de antes que te explicaban una vez y… a correr! ¡Había que andar muy listos!

¿Os habéis parado a pensar qué  imagen de los españolitos,  tienen los directores de las serie de televisión? Para mí que se piensan que los televidentes somos necios. Muy necios me atrevería a decir porque, si no, díganme ustedes cómo debemos de entender que, antes de iniciar el nuevo episodio de la serie, o como parte del mismo, van y  nos colocan un resumen de diez minutos de duración del capítulo anterior… ¿Es porque acaso sospechan que sufrimos de algún tipo de amnesia cerebral y en siete días se nos ha escapada el hilo de la trama?

Y aquello empieza y… te quedas así, con cara de… “pasmao”, “¡qué remedio!” volviendo a ver lo ya visto. Resignación….  Cuando por fin va a empezar “lo nuevo”… ¡Zas! ¡¡la publicidad!! El caso es tenernos sentados frente al televisor como sea. ¡¡Qué rabia me da!! Y pienso: “me había dado tiempo a dejar fregados los platos”. Pero claro, te tienes que volver a levantar, ir a la cocina… y al final, consiguen que te tragues la tira de anuncios.

Empieza, ¡ya sí!, ¡por fin, la parte nueva! … interesante, con intriga como la semana anterior, original pero, ¡taaaan lentita!,  rizos innecesarios, historias dentro de la historia que más que enriquecer ralentizan… y comienzo a tener la sensación de que aquello toma un cariz de novela latinoamericana  de sobremesa en la que nada ha ocurrido después de veinte capítulos. Es un quiero y no puedo. Ni es serie, aunque prometía teniendo todas las papeletas,  ni es la novela que descartas por pesada y cansina. Pero aguantas el tirón en el sofá porque, realmente, es lo mejor que se proyecta a estas horas y por que el cuerpo ya no te da para  más.

Diez minutos de serie nueva…  ¡otra vez vamos a publicidad!… Y los cacharros… ¡¡¡en el fregadero!!! …  y sin fregar claro, y en cada intermedio se van haciendo más presentes… otros diez minutos más… y ¡¡llevas ya una hora y media!!… ¡SENTADA!.... Pero, permaneces allí por la curiosidad, el aburrimiento… porque parece que aquello aún no ha terminado y… lo que terminas por ver es… ¡¡¡Un avance del próximo capítulo!!! ¡NO ME LO PUEDO CREER!! Ya te digo yo… ¡como en primaria! Somos televidentes con déficit de neuronas en la memoria y nos lo tienen que dar todo bien masticadito y en pequeñas dosis para que no se nos atragante y vaya haciendo poso.

¡¡¡¡Hora y media solamente para ver veinte minutos de serie nueva!!!!

Finalmente, te han dado, otro día más, las doce de la noche frente a la caja tonta. Sigues igual de aburrida que cuando te sentaste y además ahora cansada, con sueño y… ¡los platos sin fregar! Mientras vas apagando la tele y las luces, camino de la habitación, no puedes por menos de repetirte una vez más: ¡Quién me habrá mandado quedarme a ver esta chorrada! Y te prometes y “requeteprometes” que la próxima semana  no volverás a caer en la tentación.

Ya en la habitación, con los ojos más cerrados que abiertos, observas ese montón de libros sobre la mesilla que, desde el verano pasado no hace más que crecer y crecer… y en tu cabeza se fragua la promesa adormilada, mientras te rascas somnolienta el cogote : Mañññana, ¡sí señor!, mañññana voy a leer.

Pero, la tele tiene ese extraño poder cautivador que los directores de serie, como buenos  profesionales, conocen tan bien: intriga y curiosidad en dosis exactas que nos mantienen pegados a la pantalla como las moscas  a la miel.

sábado, 23 de febrero de 2019

La magia no existe


Muchas personas, algunos maridos entre ellas, por desgracia, se piensan que las amas de casa nos pasamos
el día entero sentadas frente al televisor viendo novelas lacrimógenas y programas de cocina o del corazón. No deja de ser curioso, por otro lado, que esas mismas personas, disfruten al ponerse la ropa limpia y planchada y ni siquiera se pregunten por el espacio y tiempo que va del cesto de ropa sucia a la percha. Pumuky debe de andar por la casa mientras  nosotras nos entregamos  a los placeres televisivos.

Como decía mi marido recientemente en tono de humor: “Lo gracioso es que yo siempre veo la casa igual”. ¡Y tiene toda la razón! Él se levanta cada mañana, y al igual que nuestros hijos, sólo tiene que ocuparse de asearse y tomar el desayuno que, por extrañas circunstancias, siempre está preparado sobre la mesa de la cocina. Lo mismo ocurre con los bocadillos de los almuerzos: a la hora del recreo o del café, siempre aparece uno en la cartera… ¿no será que acaso sus mochilas y bolso tienen el mismo poder mágico que el bolsillo de Doraemon? Algo extraño debe de ocurrir…  Las amas de casa tenemos una varita mágica escondida, como la de Merlín, y sabemos una canción, como la de Mary Popins y en cuanto ellos salen… una leve agitación del palito estrellado o una buena entonación de la dulce melodía… y en un santiamén, se hizo el orden y la limpieza. ¡¡¡TOOOODO vuelve a estar como ayer!!! Y debe de ser entonces… cuando nosotras nos sentamos felizmente frente al televisor a empaparnos de todos los cotilleos de famosos y famosillos. ¡Cuánta fantasía!

Claro, claro, que cuando ellos regresan, a mediodía, cansados y agotados… es algo como muy normal que la mesa esté puesta y la comida caliente y en el plato… ¡Oye tú y siempre está…! Y, ¿Cómo ha llegado hasta allí?… Nadie se lo pregunta. Ya les digo yo que de ver la televisión: Arguiñano, mediante ondas televisivas ha enviado el primer plato; los hermanos Torres el segundo que ha llegado vía whatsapp;  el postre, medio pixelado, lo ha mandado Samanta por Instagram… Y el resto,  lo hace el mayordomo del algodón… El proceso es sencillo: se conectan todos los aparatos y nosotras nos sentamos en el sofá con sus mandos respectivos al alcance de la mano. Según va saliendo en las pantallas lo que nos interesa… ¡Zas! Lo capturamos, le damos a seleccionar, al carro y al OK. ¡Listo, todo hecho!  Y con eso ya se come.

¡Pues claro que está todo igual! ¡De eso trata, precisamente, el trabajo del ama de casa: mantener el orden y la limpieza para que todo esté igual y al regresar a casa, esa imagen de quietud, nos haga recuperar y sentir la serenidad y el equilibrio que con frecuencia perdemos fuera!... Igual de limpio, igual de ordenado, igual de rico… ¡Qué paz!

Y el “todo igual” no permite ver y, si no se ve,  no se valora, y en consecuencia, la crítica les sale rápida y mordaz cuando, al final de la tarde, les pides que te dejen ver esa novela milenaria, más por rutina y descansar que por interés,  y te saltan: “Te pasas el día entero viendo novelas…”. Pero, ¡Cuánta ingratitud añadida! ¡Dios mío! Y aún queda día por pasar…

¡Señores maridos! ¡Señores hijos e hijas! ¡Sepan ustedes que LA MAGIA NO EXISTE, que el “todo está igual” no es porque aquí no ha pasado nada ni nadie. Que esto no se mantiene solo, que lo que hay es un trabajo silencioso, rutinario, callado, no siempre reconocido ni valorado porque, las amas de casa trabajamos por amor a nuestros seres queridos que, con mucha frecuencia, sufren de una extraña minusvalía : ¡la ceguera del corazón!

Y sí, muchas mujeres encendemos el televisor bien temprano: para mantenernos informadas, para seguir aprendiendo, para escuchar otras opiniones,  para no sentirnos tan solas, para oír hablar a otros seres humanos… Hay tantas razones como mujeres. Porque, a veces, cuando la valoración, por rutina, desaparece, cuando el amor se da por sentado y llega con cuentagotas, cuando la conversación es escasa y el silencio abundante… aparecen sin querer sustitutos que compensen las carencias. Y es doblemente triste además, escuchar el comentario…

Recordando a F.F.J que inspiró esta reflexión.

domingo, 3 de febrero de 2019

Vamos pal pueblo

Recientemente vi en la televisión regional un programa que me generó un gran desagrado. No tengo muy claros cuales fueron los objetivos del mismo. En principio pensé que se trataba de un programa destinado a la promoción del mundo rural y, como buena hija de pueblo, me planté frente al televisor con la intención de regodearme con alguno de los muchos encantos y ventajas que tiene la vida en el mundo rural.

Daba la impresión que la persona que lo estaba presentando no había estado nunca en un pueblo y se pensaba que las personas que aquí vivimos somos seres inferiores porque, la actitud que mantuvo para con los lugareños fue de total desdén, como si les estuviera haciendo el favor de salvarles la vida y eso de salir en la tele fuera el acontecimiento más importante de sus vidas. Y, ésta persona, más que llegar allí para informar y mostrar los grandes valores del mundo rural, parece que lo hacía para dejar bien sentadito lo preparada y culta que era frente a la supuesta ignorancia que presuponía iba a encontrar en el pueblo. Obviamente no se digno dar una oportunidad. Lo tenía muy claro.

Para empezar, este/a pseudoperiodista, fue incapaz de plantear una pregunta medianamente interesante a los lugareños, si es que a aquello se pudiera llamar preguntas: comentarios obvios con la respuesta ya incluida que no dan lugar más que a confirmar, al modo “rocín”, asintiendo con la cabeza. Lógicamente, a una pregunta tonta le corresponde una respuesta más tonta aún. ¡Qué se cabria esperar! Y se reía la respuesta simplona que le dio el vecino sin caer en la cuenta que lo idiota había sido la pregunta…

Quizás se pensó, también, que las personas de pueblo no tenemos ni pizca de dignidad y que se nos puede filmar sin permiso y sin cuidar nuestro decoro: “aquí te pillo aquí te mato”. Quizás, también por eso, la gente se escondía a su paso y sólo algunos más atrevidos, más inconscientes o más guasones le acompañaban y reían sus “gracias”, en un acto de divertimento y pasar el rato.

Sentí un pelín de cabreo con esos vecinos que, en vez de parar la mofa, poniendo a esa persona en su sitio, contribuyeron con su actitud de chanza a perpetuar esa imagen  estereotipada, a cambio de salir cinco minutos riendo y saludando en televisión.

Aunque, podría llegar a entenderlo. Sé que la soledad, en el mundo rural, puede ser tan grande que a veces se agradezca alguien con quien charlar independientemente de quien sea y las intenciones que traiga.
Y sentí, sobre todo, una rabia infinita y gran indignación por la poca calidad humana del profesional de la comunicación que lo único que pretendía era  reírse de personas sencillas y  utilizarlas para llenar espacios de pantalla.

Si eso fue todo lo que aprendió en la universidad… bien poco le cundieron los años de estudio. Ya lo sabían nuestros ancestros cuando dijeron aquello de: “Lo que la naturaleza no da… Salamanca no lo otorga”. Coger una cámara y un micrófono es capaz de hacerlo cualquiera. Respetar la dignidad del la persona que tienes enfrente y engrandecerla, si cabe, sacando lo mejor de ella… eso, sólo lo saben hacer los auténticos profesionales.

A mí personalmente no me estaba haciendo ninguna gracia cómo se estaba llevando el programa. La vergüenza ajena y la indignación actuaron de resorte y me llevaron a desconectar el televisor antes de que acabara el programa. No conocía el pueblo y por supuesto tampoco a las personas que salieron. No vi nada interesante de él: ni iglesia, ni bodegas,… ¡¡seguro que algo tendría bueno!! Todos los pueblos lo tienen. Los pocos vecinos que salieron tampoco aportaron gran cosa. Se notaba que querían pasar un buen rato distrayendo la ociosidad. De la pacífica vida rural: el encuentro con lo natural, la vuelta a los orígenes… ¡nada!  Y, los “profesionales” de la comunicación  que hasta allí se llegaron… ¿Para qué fueron?

Soy Ana Casado, nací en un pueblo, me crié en un pueblo, vivo en un pueblo y… ojalá pueda envejecer en mi pueblo.


sábado, 12 de enero de 2019

Un oficio a extinguir

Todo hace pensar, no sé si por fortuna o desgracia, que el oficio más viejo de la humanidad está a punto de la extinción. No, no vayáis a pensar que me refiero a la prostitución, de eso hablaremos en otro momento, más viejo aún que ésta profesión, o cuando menos paralelas, está el oficio de “ama de casa”.
Cada vez descubro, para mi alegría, cómo este sector tan desprestigiado sirve de inspiración en la creación de nuevas empresas que ofertan servicios que le eran propios al “ama de casa”. Hoy en día, se puede prescindir de él… si se dispone de recursos, claro. Toooodo se debe de pagar… si sales del ámbito del hogar.

Hace tiempo que, con los restaurantes, la posibilidad de no cocinar estaba ahí pero, pocos eran los que podían solventarse el tema de la manduca cotidiana por este medio. La mayoría usábamos este recurso, y algunos seguimos usándolo, en días muy  señalados para los que incluso nos vestimos de forma especial.
Hoy, existen tantas ofertas gastronómicas y a precios tan asequibles que una se pregunta si realmente merece la pena todo el trajín de pensar, comprar, limpiar, almacenar, guisar… Lo de cocinar una misma se está quedando desfasado  “¿A pero aún lo haces tú?”... ¡Por supuesto!

 “COCINO POR TI” “COCINA CASERA”, “UN MENÚ PARA CADA DÍA”… por nombrar algunos de los  establecimientos que te hacen la comida. Luego, pasas a recogerla y la llevas a casa donde te lo comes sentadito en tu sofá y en zapatillas… Ni compras, ni cocinas, ni friegas porque tooooodo va en envases de plástico desechables, (¡esta es otra!), mucho más económico y cómodo, ¡con diferencia! que un restaurante. ¡Barato, barato!

¡Pero es que hay más!: Empiezan a verse  lavanderías en las que te hacen tooooda la colada. ¿Aquellas a las que llevabas a limpiar una vez al año el traje que utilizabas para las bodas…? ¡No! ¡Esas no! Otras nuevas que también por un módico precio te lavan los calcetines, los calzoncillos y braguitas, camisas y demás prendas. Y si son un poco cuidadosos… ya ni planchar necesitas y, dado el caso, ¡todos tranquilos!, ya existe otra empresa “YO TE LO PLANCHO” que por otro módico precio te ahorra esta tarea. ¡Ahhhh pero, si además, se te ha caído un botón… estos mismos se encargarán de llevar tu camisa a… “YO COSO POR TI” o “YO TE LO COSO” que en un abrir y cerrar de ojos te colocará un botón idéntico al que se te había perdido. ¡Barato, barato!

¿Y la limpieza de la casa? Si os lo estabais preguntando, ya de esto hemos hablado con anterioridad en otra reflexión,  por un salario irrisorio y casi sin derechos, puedes “contratar” a “una mucama”, “una chacha” que,  ¿¡por cuánto has dicho!? Jajaja un salario irrisorio, además, puede hacerte todas las tareas anteriores… Lo mejor de todo está en esas empresas que gestionan esta actividad quedándose, como no iba a ser  menos,  con un pequeño porcentaje del exiguo salario, de las mujeres que contratan. Porque, no nos engañemos todos estos trabajos considerados socialmente de segunda, “propios de mujeres”, seguirán siendo ocupados por mujeres. ¡Todo Barato, barato!

Paradójicamente, muchas mujeres abandonamos el oficio de Amas de casa para incorporarnos al mundo laboral y, lo  que nos ofertan es hacer lo mismo pero en peores circunstancias…y en condiciones medievales ¡¡¡Y nos dejamos convencer!!!… ¿por la igualdad? ¿acaso con la futura esperanza de poder cobrar algún día una mísera pensión?

Bueno, diréis, pero aún nos quedan la gestación y crianza de los hijos… ¡¡¡Falso!!! Todo está programado y calculado para que sólo te ocupes de tus vástagos unos escasos meses en tu vida. Ya existen recursos suficientes para que dejes a tus criaturas a cargo de otras personas a partir de los tres meses desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche. Llegan  a casa listos para que los metas en la cama y descansen… ellos y tú. De todo lo que estamos perdiendo, abandonando, esto me parece lo peor.

Creo que, no tardando mucho, viendo cómo avanza de rápido la medicina, la ciencia y la tecnología tendremos vientres tecnológicos, artificiales o algo así que se ocuparán también de la procreación y gestación a demanda… ¡O acaso ya existan y me haya vuelto a quedar otra vez obsoleta!
Se han dado alternativas para  la cocina, la limpieza, la plancha, la costura y hasta la crianza de los hijos… ¿qué queda del oficio de “ama de casa“? Creo que ni siquiera es una cuestión de igualdad  o de lucha de géneros porque, todo esto realmente ¿A QUIÉN ESTÁ BENEFICIANDO?..