domingo, 3 de febrero de 2019

Vamos pal pueblo

Recientemente vi en la televisión regional un programa que me generó un gran desagrado. No tengo muy claros cuales fueron los objetivos del mismo. En principio pensé que se trataba de un programa destinado a la promoción del mundo rural y, como buena hija de pueblo, me planté frente al televisor con la intención de regodearme con alguno de los muchos encantos y ventajas que tiene la vida en el mundo rural.

Daba la impresión que la persona que lo estaba presentando no había estado nunca en un pueblo y se pensaba que las personas que aquí vivimos somos seres inferiores porque, la actitud que mantuvo para con los lugareños fue de total desdén, como si les estuviera haciendo el favor de salvarles la vida y eso de salir en la tele fuera el acontecimiento más importante de sus vidas. Y, ésta persona, más que llegar allí para informar y mostrar los grandes valores del mundo rural, parece que lo hacía para dejar bien sentadito lo preparada y culta que era frente a la supuesta ignorancia que presuponía iba a encontrar en el pueblo. Obviamente no se digno dar una oportunidad. Lo tenía muy claro.

Para empezar, este/a pseudoperiodista, fue incapaz de plantear una pregunta medianamente interesante a los lugareños, si es que a aquello se pudiera llamar preguntas: comentarios obvios con la respuesta ya incluida que no dan lugar más que a confirmar, al modo “rocín”, asintiendo con la cabeza. Lógicamente, a una pregunta tonta le corresponde una respuesta más tonta aún. ¡Qué se cabria esperar! Y se reía la respuesta simplona que le dio el vecino sin caer en la cuenta que lo idiota había sido la pregunta…

Quizás se pensó, también, que las personas de pueblo no tenemos ni pizca de dignidad y que se nos puede filmar sin permiso y sin cuidar nuestro decoro: “aquí te pillo aquí te mato”. Quizás, también por eso, la gente se escondía a su paso y sólo algunos más atrevidos, más inconscientes o más guasones le acompañaban y reían sus “gracias”, en un acto de divertimento y pasar el rato.

Sentí un pelín de cabreo con esos vecinos que, en vez de parar la mofa, poniendo a esa persona en su sitio, contribuyeron con su actitud de chanza a perpetuar esa imagen  estereotipada, a cambio de salir cinco minutos riendo y saludando en televisión.

Aunque, podría llegar a entenderlo. Sé que la soledad, en el mundo rural, puede ser tan grande que a veces se agradezca alguien con quien charlar independientemente de quien sea y las intenciones que traiga.
Y sentí, sobre todo, una rabia infinita y gran indignación por la poca calidad humana del profesional de la comunicación que lo único que pretendía era  reírse de personas sencillas y  utilizarlas para llenar espacios de pantalla.

Si eso fue todo lo que aprendió en la universidad… bien poco le cundieron los años de estudio. Ya lo sabían nuestros ancestros cuando dijeron aquello de: “Lo que la naturaleza no da… Salamanca no lo otorga”. Coger una cámara y un micrófono es capaz de hacerlo cualquiera. Respetar la dignidad del la persona que tienes enfrente y engrandecerla, si cabe, sacando lo mejor de ella… eso, sólo lo saben hacer los auténticos profesionales.

A mí personalmente no me estaba haciendo ninguna gracia cómo se estaba llevando el programa. La vergüenza ajena y la indignación actuaron de resorte y me llevaron a desconectar el televisor antes de que acabara el programa. No conocía el pueblo y por supuesto tampoco a las personas que salieron. No vi nada interesante de él: ni iglesia, ni bodegas,… ¡¡seguro que algo tendría bueno!! Todos los pueblos lo tienen. Los pocos vecinos que salieron tampoco aportaron gran cosa. Se notaba que querían pasar un buen rato distrayendo la ociosidad. De la pacífica vida rural: el encuentro con lo natural, la vuelta a los orígenes… ¡nada!  Y, los “profesionales” de la comunicación  que hasta allí se llegaron… ¿Para qué fueron?

Soy Ana Casado, nací en un pueblo, me crié en un pueblo, vivo en un pueblo y… ojalá pueda envejecer en mi pueblo.


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