Acabo
de llegar a casa y nada más entrar he ido derechita al espejo del cuarto de
baño. Sólo quería comprobar si llevo algún cartel en la frente donde ponga
escrito algo que diga más o menos así: Esta mujer es tonta y capaz de
soportarlo todo. Y es que, algunas personas, parece que tenemos un imán
especial para atraer la adversidad, la mala suerte o a los gilipollas.
Hacía
años que no pasaba por el INSS. En ese tiempo, las oficinas de mi ciudad, han
cambiado de lugar y, en la actualidad,
ocupan un nuevo edificio mucho más luminoso y espacioso que el anterior, en un
entorno también mucho más grato. Las buenas sensaciones que me produjo su vista
se sumaron al buen ánimo que me había producido el cafetito del desayuno y el
paseíllo de media hora que me llevó ir
de mi casa hasta allí.
La
entrada… espectacular: puertas con sensores de movimiento que, al abrirse a tu
paso, te hacen sentir un poco especial y, junto al buen humor… la sensación se
agranda. Un guardia de seguridad que amablemente y de forma personal e
individual nos invita a cada usuario a poner el bolso y otros objetos
personales llaves, teléfono móviles, etc. en una cajita sobre la “cinta de
detección de metales”. ¡Impresionada por tanta amabilidad y con ese dispositivo
de seguridad para una ciudad tan pequeña…!
Un
paso adelante y… ¿y ahora por dónde? Un pasillo lleno de mesas numeradas con sus
respectivos funcionarios concentrados en sus tareas a mí derecha. La misma
imagen a la izquierda y, por detrás, se intuye otro pasillo de las mismas
características. Un mostrador da acceso al pasillo derecho. Tras él, se deja
ver la cabeza de un funcionario que, más parece la de un “bulldog” cabreado.
Observo y espero a ver qué pasa con las personas que me preceden… Dos ladridos
y una dentellada lanzados al aire me previenen de lo que puede pasar. Por
suerte el mostrador lo mantiene en su sitio.
Es mi turno. Procuro evitar el error cometido
por mis predecesores pero… siempre hay nuevos errores que cometer: “¿Es que
usted no sabe leer o qué?”. Ladró el señor funcionario. Sobrecogida por el
aullido de la autoridad, me excusé argumentando que la máquina expendedora de tickets no contenía entre sus opciones la
demanda que me había llevado hasta allí
por lo que, había pulsado la tecla que
por contenido más se aproximaba a mi necesidad. El hombre masculló un gruñido
que no entendí y con agresivas formas me hizo entender que el asunto que allí
me había llevado se resolvía en el pasillo “semioculto” a mi espalda. Me dirigí
hacia allí y él se quedó babeando
palabrejas para el cuello de su camisa.
Hagamos
un paréntesis reflexivo a la narración: Eran las nueve y diez de la mañana.
Hacía apenas cinco minutos que las oficinas se habían abierto al público. Fui
la segunda en acceder al mostrador para solicitar información… ¿tan cansado
estaba ya el señor funcionario como para tratarnos de aquello guisa? Cuando se
hacen exámenes para acceder a estos puesto de trabajo ¿se tienen en cuenta la
educación no académica, el respeto y las buenas maneras de los candidatos? Me
pregunto: ¿Cuánto tiempo duraría este buen hombre en su puesto de trabajo si en
vez de trabajar para la administración lo hiciera para el sector privado?
Volviendo
a lo nuestro. Entré en el pasillo que me había indicado para volver a
enfrentarme a otro mostrador con otro funcionario. Este, un poco más amable y
con mejor café que el anterior, me confirmó que, efectivamente, mi gestión sí se realizaba en aquel pasillo
pero… para hacerla… HABÍA QUE PEDIR CITA PREVIA. Cabreo y contrariedad servidos
en menos de diez minutos. ¿Qué hacer? Pues nada. Con la administración hemos
topado y, aquí, el buen funcionario, consciente de mi contrariedad, no pudo
hacer más que encogerse de hombros, y yo, me quedé con mi disgusto y sin poder
rechistar porque, su educación y talante, que sí dependían de él, fueron los
correctos.
Acepté
resignadamente “la cita previa” y regresé dos días después a las nueve menos
diez, unos minutos antes de la hora de citación. A las puertas de acceso de las
oficinas, se había concentrado un número considerable de personas pero, no me
inquietó en absoluto puesto que tenía reservada la hora… ¿reservada la hora…?.
¡Qué ingenua!
Entré
con decisión repitiendo las mismas medidas de seguridad del día anterior y me
dirigí directamente, esta vez sin mirar siquiera al bulldog de la derecha,
hacia el pasillo donde ya sabía que me atenderían. Me senté en la sala de
espera que me correspondía, saqué el librillo que siempre llevo para hacer más
llevaderas las esperas y, antes de abrirlo, una mujer con una sonrisa indefinida,
llamó mi atención: “Perdone señora. ¿Tiene usted cita previa?”. Sin ninguna
intención de moverme ni abandonar la tarea para la que me estaba disponiendo, le
confirmé lo que me preguntaba. Con la misma sonrisa y sin mover un ápice el
rostro, ella me respondió: Si, pero es que ahora, tiene que sacar ticket en la
máquina para coger turno. ¡Otra máquina!, ¡otra cita! ¿Os imagináis mi cara?
Intenté balbucear unas palabras de sorpresa e incredulidad pero, puesto que no
iba a conseguir sino enfadarme más… decidí levantarme y ponerme a la cola.
A
todo esto, una docena de personas más experimentadas que yo en todo el proceso
de acceso a la administración, se habían dispuesto en fila delante del aparato expendedor
de turnos y, me tuve que poner al final.
Obviamente ellos no eran culpables de mi ignorancia procesual y no me iba a
poner a reclamarles mi primer puesto cuando ellos mismos eran sufridores del mismo proceso.
Por
si la señora administración aún no se hubiera reído suficiente de mi y de todos
los que estaban allí, a través de sus sumisos, serviles, educados y
malhumorados empleados, quiso rizar el rizo un poquito más expendiendo un
ticket en el que en primera línea se leía: “El ticket NO indica el orden de
llamada”. Y entonces… ¿para qué tanto protocolo? Me dio la risa cínica y las
ganas de gritarle a alguien: ¡Pero ESTO
¿de qué va?!
A
todo esto tengo que añadir para finalizar que, al funcionario que me atendió,
le llevó realizar la gestión que generó todo este proceso dos minutos y medio. El
tiempo de escribir mi DNI, la palabra “BAJA”, pulsar el botón de la impresora y
lo que ésta tardó en imprimir la hoja. ¡Dos medias mañanas perdidas por una
gestión de dos minutos y medio!
Está
visto que “en este país” el tiempo del usuario no tiene ningún valor.