viernes, 16 de febrero de 2018

¿Asistencia en la búsqueda de empleo?


Hace unos días recibí una carta emitida por el Ecyl  en la que se me citaba en otra entidad a “participar en una acción de ORIENTACIÓN E INSERCIÓN LABORAL con el fin de asistirme en la búsqueda de empleo”. 

Vayamos por partes: En primer lugar en mi corta o larga vida laboral NUNCA, en ninguna circunstancia, he accedido a un puesto de trabajo que me haya facilitado esa entidad. Todos me han llegado vía amigos, conocidos, entrega personal del currículum, etc. Eso sí, en todos los casos, previo a la firma del contrato, he tenido que acudir a apuntarme “al paro” porque, por algún motivo que desconozco (¿Beneficios al contratador?, ¿Creación de listas?, ¿Estadísticas?), éste es un requisito indispensable para acceder a un puesto de trabajo. Por ello, un día decidí, como la mayoría, mantenerme apuntada para evitar colas el día que lo necesitase, si es que llegaba el caso, amén de otros beneficios como prestaciones, cursos retribuidos… de los que he oído hablar pero que, misteriosamente, nunca han estado a mi alcance o llegué demasiado tarde…

Tengo que reconocer que en dos ocasiones accedí a dos cursos de mi interés pero, no porque me convocaran o hubiera salido seleccionada por el sistema, sino porque me enteré “del dónde y el cuándo” y allí me presenté con todo mi morro, sin haber sido invitada, e hice saber  a los responsables de la selección mi grado de interés. Esperé hasta el final del acto de presentación y, en cuanto uno de los seleccionados manifestó el rechazo de la oferta….allí estaba yo para ocupar su puesto. Lógicamente mi inscripción interesaba a los responsables del curso, puesto que garantizaba la viabilidad y la finalización del mismo, requisito imprescindible para poder cobrar las subvenciones que se otorgan a las entidades que los ofertan.
En segundo lugar decir que, es la tercera vez que se me convoca para este motivo. La primera  me atendió una jovencita monísima  a la que no le calculé más de 25 años. Probablemente acababa de terminar la carrera no hacía mucho - de esos nuevos grados que nadie sabe en qué consisten-  y, en consecuencia, éste debía de ser su primer trabajo. Desbordaba energía e ilusión y estaba encantada de mostrarnos, a los parados, cómo se debe buscar un empleo. No quise decepcionarla ni desanimarla y la dejé hacer. Permanecí con ella durante una hora y media, más o menos, tiempo en el que creyó, ilusamente, que me enseñaba a hacer un currículum. Su inocencia no le hizo sospechar que yo ya los hacía cuando ella aún estaba en la cuna. Después me contó aquello de cuidar el aspecto para las entrevistas de trabajo… se vio que no le gusto mi forma de vestir… y me explicó  los lugares donde se publicaban ofertas de empleo como si me estuviera descubriendo un mundo nuevo… ¡Y en todo la dejé hacer!

En la segunda ocasión, la mujer que me atendió ya no era la misma jovencita, y yo ya sabía de qué iba el asunto. Tenía la impresión de sentirme utilizada para justificar el salario de otros, engordar estadísticas y, a la vez, la ligera sensación de que me hacían perder mi valioso tiempo, por lo que decidí vestirme de forma sencilla y elegante y, darme un toque de color en los ojos y los labios… vamos, como si fuera a una entrevista de trabajo. Después metí en una carpeta, primorosamente ordenadas, dos copias respectivas de los dos modelos de currículum que guardo en el ordenador desde hace un montón años que voy  actualizando, añadiendo cursos nuevos, retirando los más añosos etc., para ahorrar tiempo… La entrevista se dio por concluida en media hora… ¡porque llevaba los deberes hechos! Se me facilitó una clave para acceder a una página web donde había ofertas de trabajo a la que accedí diariamente, durante un año sin encontrar ningún trabajo que se ajustara a mi perfil.

Cuando he recibido esta última, la tercera, al ver de qué se trataba, la tiré sin más, sobre el montón de papeles… ¡¡¡…y encima me citan a cuarenta kilómetros de mi domicilio!!! Por si hacerte perder el tiempo, aprendiendo lo que ya se sabe, no fuera poco, ahora iba a perder una hora más, en el mejor de los casos,  por el trayecto. A todo ello sumarle el importe del viaje. A la ausencia total de ingresos hay que restarle otro  gasto innecesario y absurdo. 

No sé muy bien por qué decidí acudir a la cita. Tenía muy claro que no volverían a hacerme perder mi valioso tiempo de parada, que es lo único que tengo, y del que dispongo a mi antojo. Pero, de poco serviría mi pataleta si no traspasaba el umbral de mi cocina.  Así es que esta vez, sin cumplir ni el rito del disfraz, ni la impresión de currículum, me presenté puntual, en el lugar y hora citada, sólo para decirle, a la señorita que me recibió, que declinaba la invitación a “ser asistida en la búsqueda de empleo”. A ella le sorprendió mi rechazo y a mí que me dijera que era la primera vez que aquello le  ocurría. ¿De verdad todas las personas paradas aceptan estas panoplias sin rechistar?

Y por último recordar a los señores que gestionan las listas de parados y a la sociedad en general que, el hecho de no tener un trabajo retribuido y no cotizar a la Seguridad Social,  ni es sinónimo de ignorancia e incultura, como podrán comprobar en sus archivos, ni es un tiempo de ociosidad o cualquiera de sus sinónimos (vagancia, pereza, inactividad, gandulería, holgazanería, desidia, …). Cada cual completa su formación con aquello que más le interesa y  agrada y decide en qué ocupar su valioso tiempo. Muéstrenme algo que realmente sea interesante  y no me obliguen a hacer lo que no quiero porque… no pienso dejarme arrastrar como una escoria.

Como castigo la Administración me retiró de la lista del paro durante 6 meses y perdí los supuestos derechos que estar ahí me hubiera aportado, que no sé cuáles serían, porque nunca recibí ninguno.

viernes, 2 de febrero de 2018

Merengues de papel

Recientemente andábamos mi marido y yo un poquito “melosos” y decidimos salir a pasear, igual que en nuestra época de novios. Nos cogimos de la mano, como dos adolescentes, y nos dejamos llevar por el recuerdo y el romanticismo. Sin darnos cuenta, quizás por el exceso de almíbar que aquel día nos envolvía, aparecimos en el viejo parque al que, de jóvenes, como tantas otras parejas, acudíamos  al atardecer para… besarnos y “toquitearnos” al resguardo de miradas indiscretas. 

¡Ya, ya!, ya sé que da un poco de risa porque, claro,  como hoy puede uno darse un buen morreo con lengua sin ningún pudor en cualquier sitio, darle un buen repaso a tu novia  para ver de qué color lleva el tanga en mitad de la plaza o calentar el paquete de tu novio en la misma esquina de tu casa… Lo de dejarte acariciar  ¡¡¡por encima de la ropa y medio en privado!!! Parece antediluviano. Pero, no hace mucho era así.

A lo que iba, sin querer, sin querer… llegamos allí… y no para retozar porque, a partir de cierta edad el cuerpo no soporta incomodidades, pero no digo que, aquello no nos hubiera servido para calentar motores y que luego en casa… Pues eso ”hubiera o hubiese” sucedido algo… ¡ja! ¡Con el subjuntivo habíamos topado y en hipótesis nos movíamos! Porque de eso “ná de ná”. Acaso la visión de lo que allí descubrimos, por la vista, el olfato especialmente y hasta el tacto, consiguió que ese libido adormecido y perezoso no fuera capaz ni de asomarse a la ventana.

Los árboles seguían estando, más grandes y frondosos, lógicamente, que durante nuestra época de jovenzuelos pero, los complementos móviles que decoraban el conjunto… eran otra cosa.  Ya de entrada, en cuanto sobrepasamos unos metros la puerta principal del parque, el fuerte olor a orines nos hizo girar la cabeza a modo de rechazo. En un rincón  se amontonaban desperdicios y basuras de diferentes etiologías  a las que miramos con cierta pena pero, lo peor vino un par de pasos más adelante al descubrir todo un sembrado de… ¡¡¡heces humanas!!! 

Síii, podéis reíros y quizás pensar cómo pude saber que aquellos restos pertenecían a este sucio animal… Si acaso el olor o el lugar algo apartado y protegido de las miradas del paseo central podían haber dejado alguna duda de su procedencia, el adorno, a modo de merengue de papel, de unos clínex sobre cada una de las obras de arte dejaba, a modo de firma, bien sentado quienes eran los autores de aquel cuadro. Que yo sepa, y hoy por hoy, ningún perro es tan pudoroso para esconderse al hacer sus necesidades, ni lleva bolso donde guardar sus clínex, ni toallitas húmedas para higienizar sus partes. 

Así que, todo nuestro empalagoso romanticismo, de principio de la tarde, se quedó literalmente hecho mierda ante aquella visión de suciedad e  hizo que los recuerdos, tan excitantes por eróticos y furtivos,  quedaran vinculados para la posteridad con  esas desagradables imágenes y olores apestosos.

Tengo que confesar que el enfado  por el mancillamiento de mis recuerdos fue posterior, casi diría que lo hice consciente en el preciso momento en el que escribí estas líneas porque, lo que me surgió todo aquel espectáculo, fue indignación e impotencia: ¡qué poco valoramos y cuidamos lo que es de todos! ¿Acaso cada uno de nosotros defecaríamos en un rincón de nuestro jardín o entre los tiestos de nuestra terraza?.. No espero la respuesta porque ya me la sé… es obvia.