domingo, 21 de octubre de 2018

El hijo trajeado

Finales de noviembre. Ocho y cuarto de la mañana. Confiaba en que el frío hubiera  llamado a la pereza y encontrar la sala de espera más descongestionada. No puedo ocultar mi decepción  al ver todos los asientos ocupados. Sólo quedan libres los dos de la entrada. Justo donde me encuentro. Hice bien en traer el ebook para distraerme. Tendré un largo rato de espera.

Pido la vez. Un hombre de unos cuarenta años, muy repeinado, con traje, y me imagino oliendo a colonia, levanta la mano. Con mucha parsimonia comienzo a acomodarme y despojarme de las prendas de abrigo. Allí dentro el calor es sofocante: guantes, gorro, abrigo… todo bien colocado en el regazo, para que no se caiga. No hay más sitio. ¿El bolso? En la cima del montón (así puedo sacar el ebook y guardarlo rápidamente cuando me toque el turno). Una conocida, que seguro habría estado observando mi “tejemaneje”, me saluda desde el extremo opuesto de la sala. Respondo al saludo con un movimiento de cabeza y una sonrisa  ¡las manos las tengo ocupadas sujetando el montón!

¡Ya! Me siento con el ebook en la mano y, antes de iniciar la lectura, con la mirada periférica, hago un recorrido rápido  sobre las personas que me preceden: la mamá con el bebé, el padre con el niño, las dos señoras con ropa deportiva, el jovencito que moquea, la conocida, el señor del traje,  dos ancianos… Calculo el tiempo aproximado de espera: mínimo una hora y eso, si no surge alguna urgencia o imprevisto ¡nunca se sabe!

La pareja de ancianos y el señor del traje se encuentran justo delante de mí. Observo que mantienen una charla confidencial y sigilosa. Entre ellos hay algún tipo de relación porque, en un momento el señor trajeado  posa su mano sobre la de ella. Interpreto  que es un gesto de cariño tranquilizador. Ella, a su vez, se gira ligeramente y coloca su mano derecha sobre la del anciano. Hay complicidad entre ellos. Me enternece la imagen ¿a quién no? : un hijo que acompaña a sus padres ancianos al médico…

Me enfrasco en la lectura y por un rato ni veo ni oigo. Finalizado el capítulo, relajo la vista volviendo a hacer un barrido rápido sobre el resto de pacientes. Falta una de las señoras de chándal; los abuelitos y su hijo siguen con sus confidencias; el chico “moqueante” pide un pañuelo… y aparecen siete. Sigo con la lectura para no perder hilo. En un momento dado, lo allí escrito, llama especialmente mi atención y levanto la vista inconscientemente pero metida hacia dentro en mis pensamiento. ¡Esta era la señal! La señal que esperaba “el hijo trajeado” para verificar que no interrumpía mi lectura. – “¡Perdone!” Llamó mi atención bajito y educadamente. – “Quería decirle que ya no va usted detrás de mí.” Puse cara de poker… (¿será que se va?) – “Es que ahora va usted detrás de estos señores” (señaló a los ancianos). Luego… ¡no eran sus padres! – “Es que, me han cambiado el puesto”.  Entonces… ¡¡¡era eso!!!

La anciana, con el gesto de la bondad tatuado en su cara, se adelantó a mi estupor… ¿en su defensa? ¿Justificación…?  – “Es que tiene que ir a trabajar y va a llegar muy tarde.” ¿Trabajar…? ¿Llegar tarde…?
Algo distorsionó mi estado mental y ya no fui capaz de retomar  la lectura.


Yo creo que en el fondo, ¡viva mi cinismo! , me sentí  molesta porque aquello no acortaba el tiempo de espera y además desbarataba mi intuitiva predicción primera, de la que siempre me he sentido tan orgullosa: ¡haber visto  ternura donde sólo había interés! ¡¡¡Cómo pude estar tan ciega!!! ¡¡¡¡Sólo era un jeta más, aprovechándose de la bondad!!!

domingo, 7 de octubre de 2018

Derechos-pantalla

Esta mañana, mientras esperaba mi turno en la frutería, volví a escuchar una de esas conversaciones que me
Fotografía de Wikipwedia. Autor: Certo Xornal
sacan de mis casillas. Una señora se quejaba amargamente de un policía “con muy mal carácter” que “siempre” le llamaba la atención cuando llevaba los niños al colegio. “El policía avinagrado” ya le había puesto con antelación una multa por mal aparcamiento y hoy, había vuelto a recordarle que no podía estacionar allí. Misma señora, mismo policía, mismo lugar, misma infracción.

La señora, según comentó ella misma, con bastante mal carácter también, le replicó aludiendo a “su derecho a” llevar a sus hijos al colegio que quiera… ¡Qué gracia me hace usted señora y, tantos otros y otras que, enseguida, se atreven a sacar a pasear el listado de derechos, como único legado de la Constitución y con la sola intención de hacer prevalecer SU santa voluntad! ¡Pues claro que usted tiene derecho a llevar a sus hijos al colegio que le dé la gana… y los señores y señoras a los que su coche, por mal estacionamiento, no dejaba pasar… también tienen “derecho a”… o ¿ acaso se pensaba que este asunto de los derechos se hizo sólo para usted?

Escuché en silencio, la larga perorata de la señora y el asentimiento del señor frutero que, como buen comerciante, daba la razón al cliente. Apreté la mandíbula y los puños en un gesto de contención mientras me repetía: “No es momento ni lugar Ana que tú sólo has venido a comprar el pan y unas manzanas.”  Pero ella siguió y siguió despotricando contra los policías con la única intención de desviar la atención de su falta y justificar una actitud de “jeta empedernida” a pesar de que su turno de compra ya había terminado…

 Y yo me estaba… mordiendo la lengua por decirle: ¡Señora ”su derecho a” lleva de la mano izquierda “la responsabilidad de”, y de la derecha “la obligación para”, que, curiosamente, era lo que quería hacerle entender el policía al que usted tanto critica y lo que él, a su vez, estaba haciendo: “cumplir con su obligación en la regulación del tráfico y con la responsabilidad de atender con justicia a todos los ciudadanos”.

Cuando oigo a personas así, “exigiendo” sus derechos de una manera tan egocéntrica, tergiversando la realidad de forma descarada, haciendo que, lo que a todas luces es una justificación a su falta de civismo, quede convertido, con su verborrea, en una acusación de abuso de  poder…. se me agria el carácter. Son personas apabullantes y hay que hilar fino para darse cuenta de la trampa y no caer en ella. Y, no puedo dejar de preguntarme qué clase de sociedad estamos construyendo. Yo sólo veo una sociedad llenita de  “yoes”. Unos “yoes”, eso sí, muy inteligentes, capaces de hacer uso de la mejor oratoria sobre los derechos individuales, pasando por alto los derechos colectivos.

“¡Pobre, -dijo otra mujer-, si tenía que dejar a los niños… aparcar mal un ratito no será para tanto!” ¡La tiparraca aquella había conseguido su objetivo! Me encendí y ya no pude callar. Los argumentos que, anteriormente me habían generado desasosiego y pugnaban por salir, le cayeron, como un vómito incontrolado, a la pobre señora que sólo había sido una víctima de la primera. ¡Mis disculpas segunda señora, su buen corazón la precede!

Hacemos y perpetuamos una sociedad inmadura por temor. Se utilizan derechos fundamentales como “derechos-pantalla” para enmascarar lo que a todas luces es una “jetada”, un abuso… ¡y todos callamos!..  aunque sintamos ese hormiguillo por dentro que nos dice que algo está siendo manipulado. No sería políticamente correcto ir en contra. El miedo a ser señalados nos hace callar.

Y así, esa señora, dejó bien sentado que “un policía” le había cuestionando “su derecho a escoger el colegio de sus hijos” y se fue “de rositas” sin escuchar que en realidad, el asunto ponía de manifiesto su falta de responsabilidad por no madrugar un poquito más para tener tiempo de buscar un aparcamiento correcto, no molestar ni entorpezca el tráfico y de paso respetar el “derecho a“  de otras personas….


Esta mañana, la sociedad calló otra vez, cobardemente, dejando que la señora se fuera tan ricamente creyendo que todos los allí presentes le habíamos dado la razón aunque sólo fuera por omisión. YO INCLUIDA.