domingo, 11 de noviembre de 2018

Otra vez David contra Goliat

Juzguen ustedes mismos…
Recientemente volví a tener que coger el coche para hacer un recado en el que no podía prescindir de vehículo. El volumen y el peso de los bultos, que debía trasportar, hacían inviable la posibilidad de llevarlos en la mano y, por tanto, también me veía en la necesidad de aparcar lo más cerca posible de la casa de mi amigo. Para más “inri” vive en la zona céntrica de la ciudad, dónde encontrar un aparcamiento es, algo así, como que te toque la lotería primitiva.
Os digo por adelantado que soy de esas personas que respetan las normas de tráfico, especialmente las que tienen que ver con los aparcamientos, paradas en la vía… Por un pudor excesivo, que tiene que ver, lógicamente, con el respeto a los demás, si no lo hago correctamente, ese diablillo interior no deja de gritar mi infracción hasta que subsano la falta. Por eso, me tomo mi tiempo en estas tareas y les dedico todo el necesario para que el coche quede bien aparcado. No importa si luego me toca caminar más.
Pero, en este caso, necesitaba aparcar en un espacio muy concreto por aquello del peso y demás así es que, di vueltas y vueltas por el mismo sitio esperando que, en cualquier momento, alguna persona moviera su vehículo… Lógicamente iba más despacio incluso de lo que marcaban las señales de tráfico y, soy consciente que en alguna de las vueltas enervé al conductor que iba detrás. ¡Lo siento! 
En una de tantas ¡oh maravilla de las maravillas¡ vi a lo lejos, justo delante de la casa de mi amigo, cómo se encendían las luces traseras de un vehículo y que este iniciaba las maniobras para salir de su aparcamiento. Bailando de alegría con mi Ford Fiesta me fui aproximando, frené, marque mi intención de aparcar con el intermitente, esperé que saliera el otro coche y cuando este se fue, inicié la maniobra de aparcamiento: avanzo, paro, introduzco la marcha y, antes de levantar el pie del embrague para iniciar la maniobra, miro por el espejo retrovisor y… ¡PERO QUÉ ES ESO…! ¡En el espacio en el que pensaba aparcar mi “fiesta” se había metido de frente y atravesado el vehículo que esperaba detrás de mí..!. Yo no daba crédito a lo que estaba viendo. Me quedé quieta en el coche sin saber qué hacer hasta que… ¡el muy cabrón! (Perdonen la palabreja pero no se merece otra mejor), empezó a pitar y a hacerme gestos raros y agresivos. Bajé indignada del coche y él siguió haciéndome gestitos desde su gran cochazo. Le pedí explicaciones… y, aparte de reírse, ¡el muy hijo de la gran…¡ bajó intimidatorio de su coche y todo chulesco va y me dice que no marqué la maniobra con la suficiente antelación!
Nos enzarzamos. David contra Goliat. Me temblaban las piernas de indignación, cabreo y canguelo. Por si fuera poco, en su coche había una “viborita” que salió a sumarse a la disputa con comentarios ofensivos hacia mi persona, aspecto y cualidades físicas. Nadie en el entorno que pudiera haber visto lo ocurrido y echarme un capote. Coches que empezaban a llegar y a acumularse en la calle sentido único…¡¡¡Vergüenza, rabia, dolor, impotencia y más indignación!!!
Llorando, me volví a mi Ford. Por suerte, apenas unos metros más adelante, había quedado libre otro aparcamiento. La maldad me asaltó y por un momento deseé tener una herramienta adecuada para volver y rajarle las cuatro ruedas de su flamante auto.
… y ahora díganme si el hecho que les acabo de contar hubiera tenido lugar de haber conducido un “Gran Galoper”, medido un metro ochenta, pesado noventa kilos y tener un par de huevos y colgajo entre las piernas…