jueves, 23 de abril de 2020

...a una mujer como ésta

El oído… ¡qué gran sentido! Aporta una ingente cantidad de información y a veces ni nos percatamos o… ¡quizás es que no nos queremos percatar! Hoy, centro mi atención en ese “parece que no oigo, pero sí oigo”. No estoy escuchando, pero, la onda llega, estimula los receptores, hace saltar las alarmas y… ¡mensaje recibido!

Pues bien, así nos encontrábamos una noche cualquiera, después de cenar, sentados en el sofá, mientras esperábamos la hora de comienzo de la serie semanal. Cada uno estábamos a lo nuestro: a la lectura uno y el fisgoneo en facebook el otro. De fondo, la verborrea incansable del televisor. Eso sí, a un volumen bajito para que no distrajera nuestros quehaceres. 

¡De repente lo oí! Entró aporreando mis orejas, hiriendo el tímpano y clavándose en mi cerebro como si de un gran sopapo se hubiera tratado. No importó que el televisor tuviera poco volumen ni que la lectura fuera grata y acaparara toda mi atención. Aquella frase, que pretendía ser galante, era una montaña de piedras arrojadas al conjunto de las mujeres. ¡o quizás no de todas!

A un veterano y prestigioso presentador de televisión, de los que se encuentran en la palestra  y se jactan de modernos y respetuosos, se le escapó esta… no sé si llamarlo pildorita o esputo. El susodicho, a la vista de una hermosa y joven “señorita” que esperaba a su acompañante, tuvo a bien decirle a éste, como quien no dice nada, la frasecita siguiente: “¡Vamos hombre! ¡que no se puede hacer esperar a UNA MUJER COMO ESTA!”. 

Brindo por ella que realmente era preciosa e iba arreglada con una sencillez exquisita. Mirarla, era un placer para la vista. A mí también me llamó la atención. Lo confieso: Soy una “voieur”. Me gusta mirar y contemplar la belleza provenga de donde provenga.

Pero, volvamos a la frasecita porque, su contenido no tiene desperdicio y…, ahora que lo pienso, quizás, “lo mío” no era tanto un exceso de puntualidad… -a fin de cuentas, la puntualidad es eso, llegar a la hora justa: ni antes, ni después- … y es que, siempre me tocaba esperar a mis acompañantes… Claro, si yo hubiera sido “UNA MUJER COMO ESA”… Esto, según el presentador, explicaría aquella ingente cantidad de minutos que pasé esperando… Y me imagino que, lo mismo le habrá ocurrido a muchas mujeres, que como yo, no llegan a dar la talla del 90-60-90. No cumplir con el canon de belleza establecido tiene estas… penalizaciones.

Sí, un aproximado ochenta por ciento de la mitad de la humanidad, entre el que me incluyo, podemos sentarnos tranquilamente y tomarnos una, dos o tres cervezas mientras esperamos a que llegue nuestra cita… y cogernos una buena borrachera. Podemos morirnos de asco contemplando el reloj y oteando el horizonte porque, por el mero hecho de ser como somos físicamente, no tenemos la dignidad ni el caché suficiente como para que un varón nos respete “hasta el punto” de llegar a tiempo a su cita.

¡O, a lo mejor, me estoy equivocando y resulta que los dos televisivos varones, que hasta aquí me han traído, ya conocían en “profundidad” a la “dama” siendo muy conscientes de la cantidad de cualidades valiosas que ésta ocultaba detrás de su sorprendente belleza...!

De todas formas, ¿No hubiera sido mucho más elegante y menos nocivo haber dicho: “No es correcto hacer esperar a una persona”?... La educación no sabe de géneros y engrandece a todos.

Volviendo a lo que me traía aquí esta mañana, mi oído selectivo, como si de una alarma ancestral se tratase, abrió todos los canales de comunicación para advertir del peligro que, aquellas “inocentes” palabritas, llevaban adheridas y me sacó de la lectura al tiempo que gritaba: ¡Pero tú has oído lo que ha dicho ese imbécil!

domingo, 12 de abril de 2020

Sobre ahorros y tarima flotante


Pero, ¡cómo nos han engañado!

Poquito a poquito, fueron conquistando, con el pago de “los réditos” de la cuenta corriente, nuestra codicia primero y nuestro dinero, después. Todos consultábamos, los intereses producidos a final de año, gozosos. Ahorrar tenía un buen aliciente pecuniario a parte de la satisfacción.

Después, como a niños chicos, nos quitaron el tan rico caramelo y nos dieron una suave gominola disfrazada con un enorme lazo: aquellas famosas campañas de entrega de regalos directos con imposición de una cantidad determinada, encaminadas, a sacarnos los ahorrillos que escondíamos, ¡por si acaso!, debajo de la baldosa.

Y caímos, perdonen la expresión señores asiáticos, como chinos. Fruto del ansia de tener y aparentar, acudimos en tropel, con nuestros dineritos escondidos en la faltriquera, para intercambiarlos por aquellas gominolas. ¡Quién no recuerda ver salir desfilando de los bancos a  tantos  pequeños ahorradores con sus enormes cajas de regalos: Mantas, albornoces, cuberterías, maletas…! Ni nos dimos cuenta del cambiazo. ¡Todo era dulce al paladar! Cuando se aseguraron de que, debajo de las baldosas, no quedaba nada… nos retiraron el azúcar y, a partir de aquí, comenzaron a decirnos que, si queríamos dar “unas chupaditas” a nuestras piruletas, teníamos que esforzarnos en ahorrar más dinero y conseguir puntos…

No fuimos capaces de ver tampoco que, tras aquella servicialidad viperina: “no hace falta que venga usted todos los meses, si usted domicilia su nómina, además de unos caramelillos ganará en comodidad…” Ese día les dimos algo más que dinero: el fruto de nuestro trabajo y ese placer sin igual de abrir “el sobre” a fin de mes.

 Y tras ésta, vinieron, un sinfín de domiciliaciones, “para nuestro descanso”… ¡y para nuestra perdición! Fuimos delegando responsabilidades en aquellos parásitos fagocitadores y hoy… tenemos que pagar por nuestro dinero. Ellos se lo guisaron, ellos se lo comieron y nosotros pusimos la materia prima a cambio de… unas migajas que rápido dejaron de existir.

¿Os acordáis de los “sloganes” que utilizaban para captar nuestra atención y adueñarse de nuestro dinero? Todos hacían hincapié es su labor altruista “al servicio del ciudadano”. ¿Del ciudadano? ¡De vuestros intereses capitalistas! ¡Pero qué necios hemos sido! Alienación del trabajo… y ahora alienación del salario¡

Antaño, las puertas del banco se te abrían y eras bienvenido a cualquier hora. Tus asuntos parecían interesarles y, procuraban buscar soluciones a tu problema desde la misma oficina. Ahora, sólo puedes hacer tus gestiones los martes entre diez y once y media (día y hora depende de cada banco), tienes que pedir cita para ser atendido o coger un número. Te atienden con bastante indiferencia y desdén (¡un pobrezuco que se cree inversor!), se te limita la cantidad a sacar, aunque tu cuenta diga que tienes suficientes fondos, o te obligan a solicitarlo con anticipación. Si la cantidad que necesitas es demasiado pequeña… ¡no te molestes en entrar, tienes que hacerlo desde el cajero!  Y lo que es más gracioso, en la era de la tecnología en la que todo está interconectado, en una oficina del color rojo, no puedes hacer una gestión de otra de ese mismo color y, te obligan a trasladarte a aquella de origen que ahora te queda… lejos de tu domicilio. Ya no os cuento con lo de las comisiones… “¿pero, cómo..? ¿te tengo que pagar por dejarte mi dinero? ¿y una comisión por mantenimiento de qué? ¿y otra por hacer un donativo? ¡Aaaah! ¡sin más palabras!

¡Perdónenme ustedes! Yo no sé de economía más allá de la calderilla que maneja un ama de casa pero, a mí, todo esto, me suena a “chufla”. Se están riendo  y aprovechando de nosotros. Hemos generado tal dependencia de los bancos que nos tienen a todos cogidos por… “los perandones” y lo triste es que ya, no podemos prescindir de ellos porque “PARA TODO” se necesita tener una cuenta bancaria. Hoy en día es más importante que el DNI. ¡Qué bien han jugado “arriba” sus cartas estos parásitos!

Y lo peor es que, con la tarima flotante ya no quedan baldosas en las viviendas donde poder volver a esconder nuestros ahorritos.

sábado, 4 de abril de 2020

¡Eso me parecía a mí!


Nadie por la calle a las ocho de la mañana y, de repente, te cruzas con otro madrugador y, al llegar a tu altura, te suelta: “Pero, ¿lo tienes claro o no lo tienes claro?”.  ¡Perdón! ¿Cómo dice? ¡Aaaah que no está hablando conmigo! ¡Perdón, perdón! Y te devuelven una mirada reprobadora como diciendo: ¡Tú de que vas! No ves que voy hablando por mi “Iphone 10”.  Y, efectivamente, descubres que de su oreja cuelga un cablecito… Pasé tanta vergüenza que, he decidido no volver a responder ni siquiera cuando oigo mi nombre. Vete tú a saber…Hay tantas “Anas” en el mundo…

Sí, esta y otra son las cosas que tiene la telefonía móvil.

Las personas vamos hablando por la calle creyendo que tenemos una conversación privada y lejos de ser eso, lo que hacemos es incomodar y media humanidad se pone al corriente de nuestros asuntos.

El otro día escuché una conversación…Ya sé que, una debe de ser respetuosa y no prestar oído a conversaciones ajenas, “no pegar la hebra” que se decía en mi tiempo. Pero, ese día, aunque pasaba ligera por la zona comercial, para no dejarme arrastrar por las rebajas… si el sonido de su teléfono no había sido suficiente llamativo y escandaloso, la respuesta y el saludo a la llamada me frenó en seco: “- ¡Hola chocho!”.  Busqué impactada y rauda a la persona que lo había dicho, pensando que podría haberse equivocado, y le seguí disimuladamente para verificar mi error. ¡Pues no! No había sido un error. Siguió su conversación como si tal cosa a voz en grito: “Chocho” para acá, “Chocho” para allá, como tú digas “Chocho”, vale “Chocho”, hasta pronto “Chocho”, yo también te quiero “Chocho”… Se me puso una cara  de emoticono ¡sí!, los ojos desorbitados y la boca desencajada. ¿Qué nombre admite como diminutivo o apelativo cariñoso “chocho? ¿Será que ha cambiado el significado de esa palabra y no me haya enterado…? ¡Qué me estaré perdiendo! 

Estaba deseando llegar a casa para consultar el diccionario. Y llegué. Y miré. Cómo adjetivo hubiéramos librado. No está mal estar o ponerse “chocho”. Eso indica que estamos contentos, satisfechos con algo, pero, ¡sería un adjetivo! Y, de lo que aquí se trataba, quedó suficientemente claro, era, nada más y nada menos que, de un “sustantivo”. Y como sustantivo… ¡Mire usted!  el asunto ya toma otros matices menos melosos. Vamos, que a alguien le llamen “altramuz”, esas cositas circulares y amarillas que se venden en los puestos de encurtidos de las ferias… ya sería rarito de salero. Nombres más feos y extraños he oído, y darle ese apelativo cariñosamente con ese significado de una legumbre a una persona…pues qué le vamos a hacer, sería aceptable. ¡Para gustos se han hecho los colores! Pero, tengo la ligera sospecha, más que fundada, que aquí el tema nada tiene que ver con la leguminosa esa. Seguro que a vosotros como a mí, la mente se os haya ido, como la velocidad del rayo, a lo que todos estábamos pensando hace rato.

¡Qué se puede decir! Verdaderamente había escuchado llamar cariñosamente a la pareja de muchas maneras: “cari”, que vale para los dos; “papá y mamá” por aquello de los hijos, o con el diminutivo con ese aire latino “papi y mami”, a veces incluso “corazón” o “amor” para aquellos más románticos…pero ¡¡¡¡CHOCHO!!!!

Hoy, antes de terminar estas líneas he querido hacer un experimento casero. Cuando ha llegado mi marido a casa le he dedicado un afectuosa bienvenida: - ¿Cómo te ha ido hoy “Escrotito mío”? 
Lo mismo he hecho con mis hijos: -¿Qué tal os ha ido en el insti “escrotitos”?
Las reacciones no se hicieron esperar: caras raras, miraditas soslayadas entre ellos...
Y vino la segunda envestida: “Escrotos, ¿podéis ir poniendo la mesa?” 
Fue mi marido el que no se contuvo:
 -“ Pero, ¿se puede saber que te pasa hoy? ¿a qué viene esa palabrita?”
-No , nada, sólo estaba haciendo un experimento  cariñoso y comprobando una cosita…-
 -¡Pues a mí no me hace ninguna gracias!
- ¡ESO ME PARECÍA A MÍ también!