sábado, 17 de octubre de 2020

...YA LO HAGO YO

Todos soñamos con el fin de semana para descansar, desconectar de las labores cotidianas y dedicarnos a otras actividades, a ser posible, que no tengan nada que ver con lo que hacemos a diario: ni aspirador, ni trapo del polvo, ni fregona. Y, si es posible ni cocina. 

Mi marido también desconecta de su actividad diaria incluso espacialmente: los días de diario está allí, y los fines de semana está aquí. ¡Se queda en casa! Curiosamente a mí no me pasa lo mismo: los días de diario estoy aquí y, los fines de semana también estoy aquí. ¿Haciendo qué? Los días de diario TODAS las tareas de la casa y los fines de semana, si me descuido… también. 

Pero, vayamos a los que me ocupa hoy. 

Mi marido, para los fines de semana, además de un espacio diferente, dispone de cantidad de actividades alternativas: ver las carreras de motos, las carreras de coches, el futbol, baloncesto… y hacer chapucillas... ¡Ay, chapucillas! ¿Qué pasa cuando mi marido está en casa y su otra actividad es ejercer de chapucillas?  Que desconecta de su trabajo, sí, pero… ¡sigue siendo jefe! Todo el mundo debe de estar a su disposición…

Ayer decidió dedicarse a la electricidad y comenzó la mañana presentándole batalla al enchufe de la cocina. Se colocó frente a él, observó la avería y… - “¡Ana! ¿Puedes cortar un momento la corriente?”. Ana, es decir yo, deja lo que tenía entre manos, se va hasta el contador, desconecta el interruptor y regresa de nuevo a sus tareas. Dos segundos después: “¡Ana, puedes traerme el destornillador de línea pequeño!”. Ana vuelve a dejar sus tareas va a al armario de la terraza, coge el destornillador, se lo lleva y vuelve otra vez a sus quehaceres. No he conseguido ni siquiera colocar la sábana en la cama cuando nuevamente vuelvo a oír: “¡Ana!, ¿me puedes traer la cinta aislante?”.  ¡Calma! me digo y, sin decir palabra, con una sonrisa en los labios, vuelvo a la terraza y esta vez le llevo la caja de herramientas ENTERA para que él se pueda servir a gusto.  “¡A ver si así ya me deja en paz y puedo hacer algo!” Pienso para mis adentros.

Regresando a mis quehaceres, sonreí cínicamente por lo bajito por la idea tan estupenda que había tenido e ingenuamente creí haberle dado una lección cuando… “¡Ana! ¿Puedes venir un momentín?”... En cuanto oí otra vez mi nombre con muy mal “jerolé” en un gesto de rabia e impotencia… tiré lo que tenía en la mano… ¿y ahora qué querrá?! Me digo bajito ¡Calma, Ana, calma! – “¿Te importaría sujetar aquí mientras yo atornillo esto? Y, ya que has venido (¡porque tú me has llamado!) ¿me puedes acercar la tijera que la he dejado sobre el radiador?” Viendo que aquello estaba prácticamente terminado, hice un ejercicio de retención de emociones negativas: sujeté la carcasa del enchufe, le acerqué la tijera y además…  conseguí articular un “¡qué bien te ha quedado cariño!” 

Los dos sonreímos y los dos estábamos muuuy felices de haber acabado. Pero... ¡Ay Dios mío! Se sintió, tan satisfecho y animado en su personaje de “chapucillas dominguero” que, mira tú, ¡¡¡le apetecía seguir!!!  - “Ana, ¿dónde están esas lámparas que habías comprado para la habitación?” Mi mente viajó rauda hacia un inmediato tiempo futuro y visualizó el taladro, las brocas, los tacos, …y grité ¡¡¡NOOOOO!!!  Me vi toda la mañana ejerciendo de chico de los recados, sin poderme dedicar a otra cosa.  ¿Fin de semana…? ¿para qué y para quién? 

Con mucha calma, filosofía y mano izquierda le dije: Déjalo cariño, que hoy ya has hecho mucho. Siéntate en el sofá a ver las motos y tómate una cervecita que, ESO …  ya lo hago yo. 

(Con cariño a mi suegra que inspiró esta historia)