sábado, 23 de febrero de 2019

La magia no existe


Muchas personas, algunos maridos entre ellas, por desgracia, se piensan que las amas de casa nos pasamos
el día entero sentadas frente al televisor viendo novelas lacrimógenas y programas de cocina o del corazón. No deja de ser curioso, por otro lado, que esas mismas personas, disfruten al ponerse la ropa limpia y planchada y ni siquiera se pregunten por el espacio y tiempo que va del cesto de ropa sucia a la percha. Pumuky debe de andar por la casa mientras  nosotras nos entregamos  a los placeres televisivos.

Como decía mi marido recientemente en tono de humor: “Lo gracioso es que yo siempre veo la casa igual”. ¡Y tiene toda la razón! Él se levanta cada mañana, y al igual que nuestros hijos, sólo tiene que ocuparse de asearse y tomar el desayuno que, por extrañas circunstancias, siempre está preparado sobre la mesa de la cocina. Lo mismo ocurre con los bocadillos de los almuerzos: a la hora del recreo o del café, siempre aparece uno en la cartera… ¿no será que acaso sus mochilas y bolso tienen el mismo poder mágico que el bolsillo de Doraemon? Algo extraño debe de ocurrir…  Las amas de casa tenemos una varita mágica escondida, como la de Merlín, y sabemos una canción, como la de Mary Popins y en cuanto ellos salen… una leve agitación del palito estrellado o una buena entonación de la dulce melodía… y en un santiamén, se hizo el orden y la limpieza. ¡¡¡TOOOODO vuelve a estar como ayer!!! Y debe de ser entonces… cuando nosotras nos sentamos felizmente frente al televisor a empaparnos de todos los cotilleos de famosos y famosillos. ¡Cuánta fantasía!

Claro, claro, que cuando ellos regresan, a mediodía, cansados y agotados… es algo como muy normal que la mesa esté puesta y la comida caliente y en el plato… ¡Oye tú y siempre está…! Y, ¿Cómo ha llegado hasta allí?… Nadie se lo pregunta. Ya les digo yo que de ver la televisión: Arguiñano, mediante ondas televisivas ha enviado el primer plato; los hermanos Torres el segundo que ha llegado vía whatsapp;  el postre, medio pixelado, lo ha mandado Samanta por Instagram… Y el resto,  lo hace el mayordomo del algodón… El proceso es sencillo: se conectan todos los aparatos y nosotras nos sentamos en el sofá con sus mandos respectivos al alcance de la mano. Según va saliendo en las pantallas lo que nos interesa… ¡Zas! Lo capturamos, le damos a seleccionar, al carro y al OK. ¡Listo, todo hecho!  Y con eso ya se come.

¡Pues claro que está todo igual! ¡De eso trata, precisamente, el trabajo del ama de casa: mantener el orden y la limpieza para que todo esté igual y al regresar a casa, esa imagen de quietud, nos haga recuperar y sentir la serenidad y el equilibrio que con frecuencia perdemos fuera!... Igual de limpio, igual de ordenado, igual de rico… ¡Qué paz!

Y el “todo igual” no permite ver y, si no se ve,  no se valora, y en consecuencia, la crítica les sale rápida y mordaz cuando, al final de la tarde, les pides que te dejen ver esa novela milenaria, más por rutina y descansar que por interés,  y te saltan: “Te pasas el día entero viendo novelas…”. Pero, ¡Cuánta ingratitud añadida! ¡Dios mío! Y aún queda día por pasar…

¡Señores maridos! ¡Señores hijos e hijas! ¡Sepan ustedes que LA MAGIA NO EXISTE, que el “todo está igual” no es porque aquí no ha pasado nada ni nadie. Que esto no se mantiene solo, que lo que hay es un trabajo silencioso, rutinario, callado, no siempre reconocido ni valorado porque, las amas de casa trabajamos por amor a nuestros seres queridos que, con mucha frecuencia, sufren de una extraña minusvalía : ¡la ceguera del corazón!

Y sí, muchas mujeres encendemos el televisor bien temprano: para mantenernos informadas, para seguir aprendiendo, para escuchar otras opiniones,  para no sentirnos tan solas, para oír hablar a otros seres humanos… Hay tantas razones como mujeres. Porque, a veces, cuando la valoración, por rutina, desaparece, cuando el amor se da por sentado y llega con cuentagotas, cuando la conversación es escasa y el silencio abundante… aparecen sin querer sustitutos que compensen las carencias. Y es doblemente triste además, escuchar el comentario…

Recordando a F.F.J que inspiró esta reflexión.

domingo, 3 de febrero de 2019

Vamos pal pueblo

Recientemente vi en la televisión regional un programa que me generó un gran desagrado. No tengo muy claros cuales fueron los objetivos del mismo. En principio pensé que se trataba de un programa destinado a la promoción del mundo rural y, como buena hija de pueblo, me planté frente al televisor con la intención de regodearme con alguno de los muchos encantos y ventajas que tiene la vida en el mundo rural.

Daba la impresión que la persona que lo estaba presentando no había estado nunca en un pueblo y se pensaba que las personas que aquí vivimos somos seres inferiores porque, la actitud que mantuvo para con los lugareños fue de total desdén, como si les estuviera haciendo el favor de salvarles la vida y eso de salir en la tele fuera el acontecimiento más importante de sus vidas. Y, ésta persona, más que llegar allí para informar y mostrar los grandes valores del mundo rural, parece que lo hacía para dejar bien sentadito lo preparada y culta que era frente a la supuesta ignorancia que presuponía iba a encontrar en el pueblo. Obviamente no se digno dar una oportunidad. Lo tenía muy claro.

Para empezar, este/a pseudoperiodista, fue incapaz de plantear una pregunta medianamente interesante a los lugareños, si es que a aquello se pudiera llamar preguntas: comentarios obvios con la respuesta ya incluida que no dan lugar más que a confirmar, al modo “rocín”, asintiendo con la cabeza. Lógicamente, a una pregunta tonta le corresponde una respuesta más tonta aún. ¡Qué se cabria esperar! Y se reía la respuesta simplona que le dio el vecino sin caer en la cuenta que lo idiota había sido la pregunta…

Quizás se pensó, también, que las personas de pueblo no tenemos ni pizca de dignidad y que se nos puede filmar sin permiso y sin cuidar nuestro decoro: “aquí te pillo aquí te mato”. Quizás, también por eso, la gente se escondía a su paso y sólo algunos más atrevidos, más inconscientes o más guasones le acompañaban y reían sus “gracias”, en un acto de divertimento y pasar el rato.

Sentí un pelín de cabreo con esos vecinos que, en vez de parar la mofa, poniendo a esa persona en su sitio, contribuyeron con su actitud de chanza a perpetuar esa imagen  estereotipada, a cambio de salir cinco minutos riendo y saludando en televisión.

Aunque, podría llegar a entenderlo. Sé que la soledad, en el mundo rural, puede ser tan grande que a veces se agradezca alguien con quien charlar independientemente de quien sea y las intenciones que traiga.
Y sentí, sobre todo, una rabia infinita y gran indignación por la poca calidad humana del profesional de la comunicación que lo único que pretendía era  reírse de personas sencillas y  utilizarlas para llenar espacios de pantalla.

Si eso fue todo lo que aprendió en la universidad… bien poco le cundieron los años de estudio. Ya lo sabían nuestros ancestros cuando dijeron aquello de: “Lo que la naturaleza no da… Salamanca no lo otorga”. Coger una cámara y un micrófono es capaz de hacerlo cualquiera. Respetar la dignidad del la persona que tienes enfrente y engrandecerla, si cabe, sacando lo mejor de ella… eso, sólo lo saben hacer los auténticos profesionales.

A mí personalmente no me estaba haciendo ninguna gracia cómo se estaba llevando el programa. La vergüenza ajena y la indignación actuaron de resorte y me llevaron a desconectar el televisor antes de que acabara el programa. No conocía el pueblo y por supuesto tampoco a las personas que salieron. No vi nada interesante de él: ni iglesia, ni bodegas,… ¡¡seguro que algo tendría bueno!! Todos los pueblos lo tienen. Los pocos vecinos que salieron tampoco aportaron gran cosa. Se notaba que querían pasar un buen rato distrayendo la ociosidad. De la pacífica vida rural: el encuentro con lo natural, la vuelta a los orígenes… ¡nada!  Y, los “profesionales” de la comunicación  que hasta allí se llegaron… ¿Para qué fueron?

Soy Ana Casado, nací en un pueblo, me crié en un pueblo, vivo en un pueblo y… ojalá pueda envejecer en mi pueblo.