sábado, 13 de abril de 2019

¡A mi hermano le has dado más!



Me viene a la memoria un viejo cuento que escuché hace mucho que decía algo así: “A una mujer que tenía muchos hijos le preguntaron en una ocasión a cuál de ellos quería más. La mujer escuchó la pregunta en silencio y dio tiempo a su corazón para que fuera buscando la respuesta. Después de lo cual respondió: al que está fuera o lejos mientras está fuera o lejos, al que está enfermo mientras está enfermo, al pequeño mientras es pequeño…”

La intuición y sabiduría de una madre son únicas captando las necesidades particulares de cada hijo y buscando en cada momento satisfacer de la manera más conveniente aquello que le es necesario a cada uno de ellos. Bien sabe que no siempre la equidad es la respuesta adecuada: una persona enferma ni come ni trabaja igual que una sana…

Y es que se me antoja comparar “esto de las cuestiones sociales”: inmigrantes, minorías étnicas, personas maltratadas, personas diferentes, de distintas tendencias religiosas, etc… con una gran familia. El estado como un gran progenitor debería velar y cuidar por igual de todos sus hijos y facilitarles el acceso a los recursos de forma justa (esto ya lo dijo alguien antes que yo pero no recuerdo quien). Todo el mundo deberíamos  tener un hueco de pertenencia en la sociedad, nuestro hueco, como en la familia,  así como disponer de esos ingresos mínimos, como los que nos garantiza la casa familiar, sin necesidad de tener que reclamarlos.

Supongo que no debe de ser tan fácil y que, debajo de lo que vemos haya otros asuntos que las personas de “a pie”, en este caso yo, desconozcamos. Ya sólo con observar la realidad cercana, mis hijos, me doy cuenta de la complejidad del asunto.

El problema surge innato en la propia diferencia: Algunos hijos se acomodan al sustento y no buscan más,  otros lo rentabilizan aprovechando las oportunidades y sacándole el máximo partido, también están los que nunca tienen suficiente y acaparan más de lo que les corresponde y aquellos a los que ciertamente por sus peculiaridades se les debe de mantener siempre “bajo la tutela de los padres”… La equidad podría ser buena para empezar pero, luego, hay que avanzar: hay que soltarse de la mano de la madre, dar la oportunidad a otros hermanos que vienen detrás, caminar solos. Anclarse únicamente si no hay otra opción. Y es aquí, al alzar el vuelo, cuando surgen los problemas.

Aunque el punto de partida haya sido el mismo, no todos alcanzamos las mismas metas disponiendo de los mismos recursos. Cada uno rentabiliza las oportunidades y recursos desde su ser distinto: personas diferentes… diferentes necesidades… distintos recursos. Aunque haya habido equidad, siempre habrá diferencia. La equidad es conflictiva. Por añadidura hay que tener en cuenta que si el reparto hubiera sido como el de una madre, respetando las cualidades y necesidades de cada cual… el conflicto hubiera estado servido también desde el principio: “¡a mi hermano le has dado más!” a no ser que, previo a todo esto, haya habido una auténtica educación en el concepto de necesidad…

¿Cómo se hace esto? … la respuesta al interrogante también puede ser innata por que TODOS somos diferentes. Aceptar la diferencia con naturalidad. ¿Quién dijo que somos iguales? No es la afectación por algún síndrome, la ausencia de algún miembro, la forma de vestir o cómo viva mi sexualidad lo que me hace distinto. La diferencia está más adentro y lo que tenemos que aprender, como esa madre, es a captar en cada momento la diferencia y por ende la necesidad, la debilidad… que es lo que hace a una persona acreedora prioritaria, en ese momento, del amor... de los recursos. Y esa quizás sea la verdadera equidad, más que una cuestión numérica, una cuestión de situación: “dar a cada uno lo que necesita en el momento concreto”… y cuando desaparece la situación… volver a la cotidianidad.

¡Ya me gustaría ser esa madre! Pese a todo, en casa siempre resulta más fácil detectar una necesidad o ver una debilidad sencillamente porque somos menos.  Por ser menos, se actúa más rápido sin tanta burocracia y aún así… alguna vez confieso que me he inclinado hacia el que tenía menos necesidad pero… quizás fue más zalamero.