Pero,
¡cómo nos han engañado!
Poquito
a poquito, fueron conquistando, con el pago de “los réditos” de la cuenta
corriente, nuestra codicia primero y nuestro dinero, después. Todos consultábamos,
los intereses producidos a final de año, gozosos. Ahorrar tenía un buen
aliciente pecuniario a parte de la satisfacción.
Después,
como a niños chicos, nos quitaron el tan rico caramelo y nos dieron una suave
gominola disfrazada con un enorme lazo: aquellas famosas campañas de entrega de
regalos directos con imposición de una cantidad determinada, encaminadas, a
sacarnos los ahorrillos que escondíamos, ¡por si acaso!, debajo de la baldosa.
Y
caímos, perdonen la expresión señores asiáticos, como chinos. Fruto del ansia
de tener y aparentar, acudimos en tropel, con nuestros dineritos escondidos en
la faltriquera, para intercambiarlos por aquellas gominolas. ¡Quién no recuerda
ver salir desfilando de los bancos a
tantos pequeños ahorradores con
sus enormes cajas de regalos: Mantas, albornoces, cuberterías, maletas…! Ni nos
dimos cuenta del cambiazo. ¡Todo era dulce al paladar! Cuando se aseguraron de que,
debajo de las baldosas, no quedaba nada… nos retiraron el azúcar y, a partir de
aquí, comenzaron a decirnos que, si queríamos dar “unas chupaditas” a nuestras
piruletas, teníamos que esforzarnos en ahorrar más dinero y conseguir puntos…
No
fuimos capaces de ver tampoco que, tras aquella servicialidad viperina: “no
hace falta que venga usted todos los meses, si usted domicilia su nómina,
además de unos caramelillos ganará en comodidad…” Ese día les dimos algo
más que dinero: el fruto de nuestro trabajo y ese placer sin igual de abrir “el
sobre” a fin de mes.
Y tras ésta, vinieron, un sinfín de
domiciliaciones, “para nuestro descanso”… ¡y para nuestra perdición! Fuimos
delegando responsabilidades en aquellos parásitos fagocitadores y hoy… tenemos
que pagar por nuestro dinero. Ellos se lo guisaron, ellos se lo comieron y nosotros
pusimos la materia prima a cambio de… unas migajas que rápido dejaron de
existir.
¿Os
acordáis de los “sloganes” que utilizaban para captar nuestra atención y
adueñarse de nuestro dinero? Todos hacían hincapié es su labor altruista “al
servicio del ciudadano”. ¿Del ciudadano? ¡De vuestros intereses capitalistas!
¡Pero qué necios hemos sido! Alienación del trabajo… y ahora alienación del
salario¡
Antaño,
las puertas del banco se te abrían y eras bienvenido a cualquier hora. Tus
asuntos parecían interesarles y, procuraban buscar soluciones a tu problema desde
la misma oficina. Ahora, sólo puedes hacer tus gestiones los martes entre diez
y once y media (día y hora depende de cada banco), tienes que pedir cita para
ser atendido o coger un número. Te atienden con bastante indiferencia y desdén
(¡un pobrezuco que se cree inversor!), se te limita la cantidad a sacar, aunque
tu cuenta diga que tienes suficientes fondos, o te obligan a solicitarlo con anticipación.
Si la cantidad que necesitas es demasiado pequeña… ¡no te molestes en entrar, tienes
que hacerlo desde el cajero! Y lo que es
más gracioso, en la era de la tecnología en la que todo está interconectado, en
una oficina del color rojo, no puedes hacer una gestión de otra de ese mismo
color y, te obligan a trasladarte a aquella de origen que ahora te queda… lejos
de tu domicilio. Ya no os cuento con lo de las comisiones… “¿pero, cómo..? ¿te
tengo que pagar por dejarte mi dinero? ¿y una comisión por mantenimiento de
qué? ¿y otra por hacer un donativo? ¡Aaaah! ¡sin más palabras!
¡Perdónenme
ustedes! Yo no sé de economía más allá de la calderilla que maneja un ama de
casa pero, a mí, todo esto, me suena a “chufla”. Se están riendo y aprovechando de nosotros. Hemos generado
tal dependencia de los bancos que nos tienen a todos cogidos por… “los
perandones” y lo triste es que ya, no podemos prescindir de ellos porque “PARA
TODO” se necesita tener una cuenta bancaria. Hoy en día es más importante que
el DNI. ¡Qué bien han jugado “arriba” sus cartas estos parásitos!
Y lo
peor es que, con la tarima flotante ya no quedan baldosas en las viviendas
donde poder volver a esconder nuestros ahorritos.
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