Son las 8.00 de la mañana. Hora punta en la ciudad.
Me he
levantado de buen humor y como cada día,
con la lista en la mano, me dispongo a salir de casa para realizar recados,
compras, gestiones, papeleos…
Hoy tengo que ir lejos y necesito coger el coche. No
me gusta conducir por la ciudad. Respiro profundamente, relajo los hombros,
suelto las muñecas, abro la puerta y....¡allá vamos¡ .
En el ascensor me doy cuenta que no recuerdo dónde he dejado aparcado el coche
la última vez que lo cogí. ¡Tengamos calma…¡, ¡piensa…!, ¡piensa…!, ¡Haz
memoria…! ¿Cuándo lo cogiste por última vez...? Entre recordar y llegar hasta
donde tengo “abandonado” mi SEAT 127 han pasado ya 10 minutos. ¡Uyuyuuuui!. Me
digo. No empezamos bien el día.
Observo la circulación y constato que ya hay cierto movimiento en las calles
secundarias.
Llego al coche… ¡me cachos en diez…!. ¡No han podido
dejarlos más pegados! . Apenas un palmo
de separación entre cada uno de los otros dos coches. Cambio brusco de
temperatura. Mi humor está comenzando a decaer como la bolsa de Tokio tras la
fuga de “central nuclear”.
Tiro enfadada el bolso en el asiento trasero, el
gorro, la bufanda, el abrigo… ¿¡qué no es para tanto!?... Mi 127 no tiene
dirección asistida. La dirección asistida no existía cuando me compre este
coche o, al mío al menos no le tocó…no vendría de serie.
Primer sofocón de la mañana y nadie cerca con quien
pagarlo o desahogarme.
La salida a la avenida principal no tiene
desperdicio: en el carril por el que me tengo que incorporar, hay un camión de
repartos aparcado en doble fila y ni un alma en sus proximidades; en el otro…, miro
con resignación hacia mi izquierda, no consigo ver el final de la cola.
Siento ese cosquilleo en el estómago, fruto de la
impotencia, que precede al dolor de garganta, que a su vez precede al llanto,
que a su vez…¡Tranquila…! me repito. Y trato de respirar en profundidad para
serenarme.
Dice mi marido que siempre tengo una suerte garrafal
porque, cuando todo parece confabularse para estropearme los planes, algo
cambia de repente y vuelvo a estar donde al principio.
Yo no lo llamo suerte.Yo siempre digo que es un ángel, al menos hoy lo parecía, tenía cara de
mujer y con esa cara y esa sonrisa no podía ser otra cosa más que un ángel. Además,
los ángeles son seres de pocas palabras. ¿Verdad? No las necesitan. Su sola
presencia ya lo dice todo y, si a eso le añadimos que te haga un gesto…ya está
todo dicho.
Pues bien, mi ángel debía de haber estado allí desde
que llegué, antes incluso de hacer el STOP porque, la cola no se había movido
en todo el rato. Seguro que vio el cambio de humor en mi rostro y capto como un
ave mi desesperación. Sólo cuando empezaron a moverse los vehículos, tomé
conciencia de su presencia. Estaba dentro
de su coche blanco, sonriéndome y, en silencio. Con un gesto casi imperceptible de la mano y una ligera inclinación de cabeza me dijo: ¡ADELANTE!...
Sin podérmelo
creer, ¡un conductor que a primera hora de la mañana cuando más prisa y tráfico hay,
cede el paso a otro vehículo...! vi cómo crecía el hueco delante de ella y se abría un espacio
para mí.
¡Bendita palabra silenciosa que me dejó con los ojos
como platos de sorpresa y agradecimiento!.
Retomé mi primer buen humor de la
mañana y decidí prestar atención a todas las personas con la que me fuera a
cruzar durante el día por si en algún momento otro ángel “me
dijera sin decir”…o ¡¡quizás me tocase a
mí ser el ángel…!!!
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