viernes, 13 de enero de 2017

La palabra silenciosa


Son las 8.00 de la mañana. Hora punta en la ciudad.
 Me he levantado de buen humor y  como cada día, con la lista en la mano, me dispongo a salir de casa para realizar recados, compras, gestiones, papeleos…
Hoy tengo que ir lejos y necesito coger el coche. No me gusta conducir por la ciudad. Respiro profundamente, relajo los hombros, suelto las muñecas, abro la puerta y....¡allá  vamos¡ .
En el ascensor me doy cuenta que  no recuerdo dónde he dejado aparcado el coche la última vez que lo cogí. ¡Tengamos calma…¡, ¡piensa…!, ¡piensa…!, ¡Haz memoria…! ¿Cuándo lo cogiste por última vez...? Entre recordar y llegar hasta donde tengo “abandonado” mi SEAT 127 han pasado ya 10 minutos. ¡Uyuyuuuui!. Me digo. No empezamos bien el día.

  Observo la circulación y constato que ya  hay cierto movimiento en las calles secundarias.
Llego al coche… ¡me cachos en diez…!. ¡No han podido dejarlos más pegados! .  Apenas un palmo de separación entre cada uno de los otros dos coches. Cambio brusco de temperatura. Mi humor está comenzando a decaer como la bolsa de Tokio tras la fuga de “central nuclear”.
Tiro enfadada el bolso en el asiento trasero, el gorro, la bufanda, el abrigo… ¿¡qué no es para tanto!?... Mi 127 no tiene dirección asistida. La dirección asistida no existía cuando me compre este coche o, al mío al menos no le tocó…no vendría de serie.
Primer sofocón de la mañana y nadie cerca con quien pagarlo o desahogarme.
La salida a la avenida principal no tiene desperdicio: en el carril por el que me tengo que incorporar, hay un camión de repartos aparcado en doble fila y ni un alma en sus proximidades; en el otro…, miro con resignación hacia mi izquierda, no consigo ver el final de la cola.
Siento ese cosquilleo en el estómago, fruto de la impotencia, que precede al dolor de garganta, que a su vez precede al llanto, que a su vez…¡Tranquila…! me repito. Y trato de respirar en profundidad para serenarme.

Dice mi marido que siempre tengo una suerte garrafal porque, cuando todo parece confabularse para estropearme los planes, algo cambia de repente y vuelvo a estar donde al principio.
Yo no lo llamo suerte.Yo siempre digo que es un ángel, al menos hoy lo parecía, tenía cara de mujer y con esa cara y esa sonrisa no podía ser otra cosa más que un ángel. Además, los ángeles son seres de pocas palabras. ¿Verdad? No las necesitan. Su sola presencia ya lo dice todo y, si a eso le añadimos que te haga un gesto…ya está todo dicho.

Pues bien, mi ángel debía de haber estado allí desde que llegué, antes incluso de hacer el STOP porque, la cola no se había movido en todo el rato. Seguro que vio el cambio de humor en mi rostro y capto como un ave mi desesperación. Sólo cuando empezaron a moverse los vehículos, tomé conciencia  de su presencia. Estaba dentro de su coche blanco, sonriéndome y, en silencio. Con un gesto casi imperceptible de la mano y una ligera inclinación de cabeza me dijo: ¡ADELANTE!...

 Sin podérmelo creer, ¡un conductor que a primera hora de la mañana cuando más prisa y tráfico hay, cede el paso a otro vehículo...! vi cómo crecía el hueco delante de ella y se abría un espacio para mí.
¡Bendita palabra silenciosa que me dejó con los ojos como platos de sorpresa y agradecimiento!.

 Retomé mi primer buen humor de la mañana y decidí prestar atención a todas las personas con la que me fuera a cruzar durante el día por si en algún momento otro ángel   “me dijera  sin decir”…o ¡¡quizás me tocase a mí ser el ángel…!!!


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