Me relaciono y vivo en familia,
en comunidad y en sociedad. Me resulta imposible sustraerme del mundo que me
rodea y en consecuencia soy política por naturaleza y necesidad.
Tengo principios y directrices
que me guían, muchas veces incluso sin saberlo. No nacieron ayer
espontáneamente, como las palabras, se han ido guisando a fuego lento. Cuando
llega el momento ellos solos, mis principios y directrices, se manifiestan
indicándome hacia dónde seguir.
Con los años, mi pensamiento se
ha ido forjando a base de escuchar a otras personas, leyendo, observando,
viviendo, equivocándome y acertando.
Observo que mi forma de pensar ha crecido,
madurado, cambiado… y me doy cuenta de que
el pensamiento es dinámico. Lo que ayer veía con nitidez hoy…ya no está tan claro:
algunas ideas mudan de color o se matizan ligera y sutilmente; otras son nuevas
y las hay… inamovibles.
Tengo que decir que en ningún
momento me he considerado del color
azul, ni del rojo, ni el morado, ni el naranja…ni de ninguna gama en
particular. Cuando ha llegado el momento de opinar…he escuchado, observado…y…he
dado mi opinión. Nos llaman indecisos. Yo diría responsables (sin que esto
suponga quitar ni un ápice de responsabilidad a los que lo tienen claro). Cada
color tiene algo con lo que comulgo y
algo con lo que no puedo estar de acuerdo.
Ser así forma parte de mi individualidad y, suelo
tomar partido por aquello que en cada momento me parece menos dañino, más
coherente y más próximo a mis principios… Algunos también nos llaman
chaqueteros…sólo intento ser fiel a mi misma y a mi forma dinámica de pensar. El
cambio hace avanzar a las sociedades y nos hace crecer como personas. Y, si el
color de una chaqueta deja de gustarme, ha perdido el brillo inicial que tanto
me gustó o simplemente ya no se ajusta a mi talla… ¿por qué seguir poniéndola?...
Aplicado a la vida cotidiana y, siguiendo el ejemplo de la
ropa, siempre le digo a mis hijos que cada momento, tiempo, situación y evento
requiere un atuendo distinto. ¿Por aparentar? No, por comodidad. ¡Mal se sube
el Everest con unas chanclas de playa!
¿Me he equivocado?... sí, muchísimas
veces, pese a lo que el sentido común en ese momento aparentaba.
Y cuesta reconocer y aceptar el error lo mismo
que cuesta renovarse. Dejarnos crecer, romper nuestros propios límites es
doloroso y a veces aterrador…pero necesario.
Recientemente uno de mis hijos,
adolescente, llegó a casa con uno de sus amigos. Ambos estaban entusiasmados
porque, por primera vez, habían
estampado su firma para apoyar y elevar “una propuesta al parlamento” Buscaban
mi beneplácito y como respuesta les pregunté las razones por las que creían que
había que apoyar esa idea. Me las dieron. No voy a entrar a juzgarlas. Eran sus
razones y, en ese momento, tan dignas y
buenas como podía haber sido lo contrario. Creyeron, sencillamente, que era lo
correcto.
Pese a ello, les pedí permiso
para hacer de abogado del diablo y me posicioné en la postura opuesta. Tuvimos
unos minutos de diálogo y comenzaron a dudar. –Mamá…¿nos hemos equivocado?... -¡No!
Respondí. Porque no había nada que responder. Sólo les sugerí que intentaran
siempre escuchar la versión de quienes opinan diferente para así conocer la
propuesta de una forma más real. Ver y tratar de distinguir la mayor variedad
posible de toda la gama de colores que hay en el arcoíris…
Posiblemente después apoyaran la misma idea, o quizás no, pero… fuese lo que fuese, incluido el error, siempre
sería un acto de responsabilidad y reflexión,
mucho más auténtico que dejarse llevar por el impulso del momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario