viernes, 20 de enero de 2017

Arcoiris ideológico


Soy una persona.
Me relaciono y vivo en familia, en comunidad y en sociedad. Me resulta imposible sustraerme del mundo que me rodea y en consecuencia soy política por naturaleza y necesidad.
Tengo principios y directrices que me guían, muchas veces incluso sin saberlo. No nacieron ayer espontáneamente, como las palabras, se han ido guisando a fuego lento. Cuando llega el momento ellos solos, mis principios y directrices, se manifiestan indicándome hacia dónde seguir.
Con los años, mi pensamiento se ha ido forjando a base de escuchar a otras personas, leyendo, observando, viviendo, equivocándome y acertando.
 Observo que mi forma de pensar ha crecido, madurado, cambiado… y me doy cuenta  de que el pensamiento es dinámico. Lo que ayer veía con nitidez hoy…ya no está tan claro: algunas ideas mudan de color o se matizan ligera y sutilmente; otras son nuevas y las hay… inamovibles.
Tengo que decir que en ningún momento  me he considerado del color azul, ni del rojo, ni el morado, ni el naranja…ni de ninguna gama en particular. Cuando ha llegado el momento de opinar…he escuchado, observado…y…he dado mi opinión. Nos llaman indecisos. Yo diría responsables (sin que esto suponga quitar ni un ápice de responsabilidad a los que lo tienen claro). Cada color  tiene algo con lo que comulgo y algo con lo que no puedo estar de acuerdo.
Ser así  forma parte de mi individualidad y, suelo tomar partido por aquello que en cada momento me parece menos dañino, más coherente y más próximo a mis principios… Algunos también nos llaman chaqueteros…sólo intento ser fiel a mi misma y a mi forma dinámica de pensar. El cambio hace avanzar a las sociedades y nos hace crecer como personas. Y, si el color de una chaqueta deja de gustarme, ha perdido el brillo inicial que tanto me gustó o simplemente ya no se ajusta a mi talla… ¿por qué seguir poniéndola?...
Aplicado a la  vida cotidiana y, siguiendo el ejemplo de la ropa, siempre le digo a mis hijos que cada momento, tiempo, situación y evento requiere un atuendo distinto. ¿Por aparentar? No, por comodidad. ¡Mal se sube el Everest con unas chanclas de playa!
¿Me he equivocado?... sí, muchísimas veces, pese a lo que el sentido común en ese momento aparentaba.
 Y cuesta reconocer y aceptar el error lo mismo que cuesta renovarse. Dejarnos crecer, romper nuestros propios límites es doloroso y a veces aterrador…pero necesario.

Recientemente uno de mis hijos, adolescente, llegó a casa con uno de sus amigos. Ambos estaban entusiasmados porque,  por primera vez, habían estampado su firma para apoyar y elevar “una propuesta al parlamento” Buscaban mi beneplácito y como respuesta les pregunté las razones por las que creían que había que apoyar esa idea. Me las dieron. No voy a entrar a juzgarlas. Eran sus razones y,  en ese momento, tan dignas y buenas como podía haber sido lo contrario. Creyeron, sencillamente, que era lo correcto.

Pese a ello, les pedí permiso para hacer de abogado del diablo y me posicioné en la postura opuesta. Tuvimos unos minutos de diálogo y comenzaron a dudar. –Mamá…¿nos hemos equivocado?... -¡No! Respondí. Porque no había nada que responder. Sólo les sugerí que intentaran siempre escuchar la versión de quienes opinan diferente para así conocer la propuesta de una forma más real. Ver y tratar de distinguir la mayor variedad posible de toda la gama de colores que hay en el arcoíris…
Posiblemente después  apoyaran la misma idea, o quizás no, pero…  fuese lo que fuese, incluido el error, siempre sería un acto de responsabilidad y reflexión,  mucho más auténtico que dejarse llevar por el impulso del momento.


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