viernes, 2 de junio de 2017

Gazpacho lingüístico

El padre de una de mis mejores amigas decía con mucha frecuencia y con no menos sabiduría: ¡uy, las
palabras…son perras necias! Y no le faltaba razón porque, en el tema de la  comunicación, que se realiza en un porcentaje muy alto por vía de la palabra, siempre hay que tener en cuenta muchos parámetros: “lo que se quiere decir”, que queda reducido al ámbito privado de la mente del hablante;  “lo que se ha dicho”, que queda expuesto y evidenciado, pudiendo ser un dardo caliente o una mansa caricia. Aquí… tanto emisor como receptor juegan un papel interpretativo considerable: el tono en el que se ha dicho, el tono en el que se ha percibido... el contexto, “el no sé qué que intuí” y  “el no sé qué que pretendí”…en fin…mucha susceptibilidad.

Y luego queda,  ¡cómo no!.. y muy importante, el conocimiento que se tenga del idioma y cómo se haga uso de él. No es lo mismo tener una herramienta, que saber usarla. Y, tampoco es igual saber usarla que sacarle todo el partido… o usarla incorrectamente…

En este asunto, nuestro idioma castellano no se ha dignado ponérnoslo nada fácil y ha tenido la genialidad de darnos miles de palabras sinónimas y otras tantas más polisémicas, todas ellas enriquecidas con sus pequeños y sutiles matices, para que pudiéramos, a gusto del consumidor, componer cada uno nuestro propio gazpacho lingüístico. Con lo cual…la polémica está servida y a la carta.

Porque claro, un pueblo tan temperamental como es el nuestro, tan orgulloso y tan dado a la chanza… maneja con bastante soltura y habilidad el tema de los matices y las sutilezas, y por supuesto los utiliza a diario, enriqueciendo más si cabe, nuestra querida lengua, o complicándola para aquellos que no tenemos tanta verborrea. Y, en estas circunstancias,  no es extraño que algunas veces oigamos: “cuando dije lo que dije, no dije lo que dices que dije si no que, dije lo que dije”. 

Así, podemos encontrarnos situaciones comprometidas sin habérnoslas buscado, si por un casual quien nos escucha es alguien buen conocedor del idioma y susceptible a él. No puedo ni imaginarme qué hubieran hecho los clientes de un restaurante, en pleno centro de Madrid, si hubieran escuchado a su propietario decirle a un amigo que todos sus clientes eran “personas muy simples que comen aquí a diario”. Yo, que estaba a la barra del bar, tomando un vermut y medio leyendo el periódico, interrumpí mi poco atractiva lectura, para contemplar al imbécil que acababa de insultar a toda su clientela, incluyéndome a mí, claro está, en un paleto alarde cultural.

El muy culto y honorable restaurador quiso decir que en su restaurante comían, habitualmente, personas que viven de su salario, empleados (no jefes) de los servicios y negocios del entorno; personas “SENCILLAS” que no se dan el pote y que tratan a los demás con la corrección debida y de igual a igual. Sin embargo,  lo que en realidad dijo fue que, todos sus clientes “éramos tontos”, perdón “muy tontos” o “de corto entendimiento” que no sé si es mejor.

Como habréis podido daros cuenta, “pegué un poco más la oreja” y enseguida capte que aquel buen hombre no nos estaba insultando sino, echándonos unas florecitas… aunque, vistas así…valía más que las hubiese dejado donde estaba…


Y no es el único caso que he oído de confusión entre las palabras “simple” y “sencillo”. Algunos otros se podrían enmarcar: “Este vestido tan sencillo es para aquella señora. Es que, es una señora muy simple”… Que se lo oí a una dependienta de una tienda de novias. Tuvo suerte la empleada de que “la señora” no la oyera. Bueno, ¡quién sabe!... a lo mejor la señora en cuestión realmente era tonta de remate…y la trabajadora, al modo de Quevedo, lo hizo a propósito.

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