Hay millones de estrellas en el
universo, a algunas se las puede ver a simple vista desde la tierra, -¡que se
lo pregunten a los enamorados!-; a otras, las localizamos enseguida con unos
prismáticos; las más tímidas sólo se dejan ver por ciertas personas
privilegiadas que las observan con sus gigantescos telescopios pero, aún así,
existen millones de ellas en las que el
ojo humano jamás se ha posado. No las hemos visto pero sabemos que están.
Lo mismo ocurre con los virus,
las bacterias y demás fauna microscópica. La mayor parte de las veces sabemos
que están por las consecuencias que genera su paso o su estancia: esos
impertinentes estornudos, la incómoda fiebre, el sarpullido que tanto nos
irrita, el picor que no cesa… Nadie se atrevería a negar su irritante y a veces
beneficiosa existencia.
¿Y qué me decís del aire? ¿¡eh!? Éste
es uno de mis favoritos. Está en todas partes aunque tú no quieras. Se cuela por las rendijas y por tu nariz, te
ocupa por dentro y te envuelve por fuera. Es como un niño capricho: cuando
quiere, está quietecito y “calladín”, a veces se pone juguetón y, cuando se
enfada… lo “vemos” mecerse en las cortinas, jugar con un globo y arrancar un
árbol. Lo notamos cuando nos acaricia la cara y cuando se lleva nuestro
paraguas. Lo oímos cuando susurra y cuando grita… ¡Ten cuidado y no le digas
que no existe porque si te oye se enrabietará!
Y están esos “otros” a los que yo
llamo “los misteriosos”… andan siempre escondidos, al acecho para saltar y
difícilmente se manifiestan abiertamente por ellos mismos. Todos los tenemos. A
todos nos han invadido y asaltado alguna vez. Son como caballos salvajes a los
que hay que aprender a controlar y domesticar… por eso tienen tantas caras. Me
refiero a los sentimientos… ¿Existen?... tantos como estrellas. Como con los
virus y las bacterias, vemos sus consecuencias y manifestaciones secundarias… el
agua de las lágrimas, el aire de los suspiros, el grito de dolor, oímos la risa
de la alegría… a ellos… realmente, no los vemos.
Dicen que pertenecen al mundo
subjetivo, que dependen de la manera de pensar de cada uno, y que cada cual lo
vive de forma diferente… Parece complicado. Y me pregunto, ¿será por eso que
nadie ha inventado aún un telescopio o un microscopio para verlos?... Me llama la atención que siendo ellos los
motores de la humanidad no se les haya dedicado el tiempo que se merecen.
¿Acaso no nace el hombre de un gesto de amor?, ¿no se destruyen países por un
arrebato de odio?, ¿no es la curiosidad la que hace avanzar a la ciencia?...
Los sentimientos también son
invisibles, por eso les cuesta tanto a los niños, y no tan niños,
identificarlos y hasta que lo conseguimos, suelen ser fuente de conflicto. Del
mismo modo tampoco es fácil hablar de ellos y dejarlos que se expresen… a veces
son poco “decorosos”, socialmente no son bien vistos… son temas del
corazón, no de la razón.
Pese a ello, quizás porque soy
muy romántica o porque me pesa más el lado emotivo y creativo del cerebro… me
gusta dejarme llevar por ellos, escucharlos,
sentirlos… ¿de qué color te imaginas tú el amor?, ¿qué forma tiene la
satisfacción?, ¿cuántas texturas hay para la felicidad?... Me habitan
sensaciones, imágenes y sonidos que sólo yo siento, veo y oigo. Ya sé que suena
muy ridículo y a fantasía Disney pero, saber que hay algo dentro de mí que
nadie ha podido poner nombre porque es sólo mío… me hace sentir especial y
única.
¿Qué te habita a ti?
No hay comentarios:
Publicar un comentario