domingo, 12 de marzo de 2017

Espacios de feria

Hoy es lunes. Está lloviendo, hace mucho viento y
me da pereza vestirme para ir a caminar. Tampoco me seduce el montón de ropa que me espera para planchar ni ninguna otra tarea doméstica. No sé si será por la meteorología, porque me han despertado los vecinos antes de la hora, porque he recibido un whatsapp que no me ha hecho gracia… o porque realmente el “lunes negro” es negro de verdad. Lo cierto es que me encuentro inmersa en un estado de abulia que me ha noqueado. Simplemente me recostaría en el sofá tapada con la mantita y dejaría que el ruido de la lluvia meciera mi quietud.

Y en el silencio… escucho ese pasado que todo el mundo insiste en recordar y recuperar  y yo me pregunto: ¿por qué?,  ¿para qué?... A algunos no nos agrada ese “tiempo mejor” quizás porque no lo fue y revivirlo… sólo sirve para sufrir de nuevo. Para los que fue un buen tiempo, ¿acaso el ahora no les satisface y necesitan reconstruir aquellos espacios para que rellenen sus modernas oquedades?... Hay que dejar que las vidas lleven su curso… Y en el curso de la mía, no entra volver atrás y desempolvar  esos fantasmas precisamente.
No tengo ningún interés en volver a ver a mis antiguos compañeros de colegio. Esos encuentros de compañeros, que se han puesto tan de moda, al más puro estilo americano, me crispan. Los veo como un escaparate de pavoneo en el que dejarse ver y mostrar a todo el mundo lo mucho que les ha sonreído la vida a unos, lo gran afortunado que siguen siendo otros… o, por el contrario, para que todos vean, tristemente, cómo alguno ha degenerado a…, en qué te has convertido… ¡Me producen náuseas!.
Espacios de feria y pavoneo donde poner a la venta nuestras cualidades más superficiales. No aportan nada a la persona, no dan lugar a encuentros reales y mucho menos a confidencias. Llegamos con nuestra mejor  imagen a la hora justa, sonreímos artificialmente a derecha e izquierda, contamos cuatro obviedades, comemos pendientes del móvil, al que quizás hayamos dejado programado para que haga una llamada que justifique nuestra temprana fuga, y salimos pitando, huyendo, prometiendo con la boca pequeña volver a encontrarnos…  ¡Dejadme que vomite…!
Existe hoy la creencia que con cosas así llenamos nuestra vida: las contamos, las tuiteamos y retuiteamos, las ponemos en Facebook… para que otros nos vean, admiren y envidien… Pero, yo sólo veo pozos. Pozos cada vez más numerosos y más profundos. Abismos de soledad en cartelera.
No os vayáis, por esto,  a hacer una idea equivocada de cómo soy. Disfruto cantidad de los encuentros con amigos. Me encantan las largas tertulias de sobremesa con uno, dos y hasta seis café por medio si hace falta. No tengo inconveniente en prolongar una cena hasta las “taitantas” de la madrugada al amor de una buena charla y unos cubatas, ni me aterra improvisar una timba si se ha dado un encuentro o visita fortuita. Me gusta dejar que la vida, la conversación y las confidencias surjan y fluyan. Y eso…, requiere una buena dosis de tiempo, paciencia y espontaneidad.

Cierto, cada día es más difícil encontrar espacios de sosiego donde dejar el alma salir al encuentro de otro alma. Cada vez nos falta más tiempo para dedicar a la construcción de las relaciones. La paciencia se muere de inanición porque cada día se escucha, se ama menos y no se necesita de ella. Para construir una amistad… se necesitan años y toneladas de paciencia. Lo que no surgió antaño… ¿qué rescoldo pretende avivar?.

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