sábado, 4 de noviembre de 2017

...A fuego lento

En mi pueblo hay un gran nogal pegando a la iglesia en un terreno… digamos que de nadie o quizás de todos. Cuando llega el otoño, el magnífico árbol comienza a despertar la codicia de los vecinos, la mía también, que con mayor o menor descaro nos acercamos a él con palos y varas de diferentes longitudes y lo golpeamos para arrancarle los deliciosos frutos. El destrozo de ramas y hojas que  producimos es bien visible, aunque lo hayamos hecho a escondidas… Pero, hay una vecina que no lo hace y, cuando ve los restos de la batalla, siempre comenta apesadumbrada: “¿por qué generar este destrozo si el árbol te da generosamente las nueces cuando llega el momento?”. Y es tan cierto como que el sol sale cada día. ¡Y además están limpias! Si las coges cuando él te las da… no te manchas de nogalina.

Pero, vivimos tan deprisa que, esperar el momento de maduración de los procesos naturales, nos resulta desquiciante…  hacemos lo imposible por adelantar acontecimientos en un afán de… ¿ser los primeros?, ¿distinguirnos del resto?, ¿ser los mejores?... ¡quién sabe para qué! Quemando etapas generamos destrozos que pueden llegar a ser irreparables. La naturaleza tiene sus ritmos, ni todos los frutales maduran en la misma época ni los frutos de un mismo árbol lo hacen en la misma fecha. Tratar de poner otros ritmos es  tan absurdo como absurdo es engañarnos a nosotros mismos en un afán desmedido  por ser igual a los demás… ¿iguales a quién?... todos somos diferentes… y hacer las cosas en los tiempos que se marcan… ¿Qué marca quién?

Las amas de casa, hace tiempo que sabemos que, los productos de la huerta más sabrosos son los de temporada, que han crecido y madurado lentamente al sol, lo mismo que las carnes y pescados… que han crecido en sus hábitats naturales o semi-naturales sin engordes artificiales. Y, si nuestro bolsillo lo permite, siempre nos inclinamos por estos alimentos. Es curioso que seamos tan exigentes con aquello que nos llevamos a la boca y luego permitamos que se aceleren los ritmos de crecimiento y maduración de nuestros hijos… en aras del progreso. Y lo vemos tan natural… es más, lo permitimos y lo fomentamos.

Sabemos por estudios y estadísticas cuándo debe un niño arrancar a andar, cuándo comenzar a hablar… Se marca por ley el momento en el que tiene que haber aprendido a hacer pis y caca, cuándo iniciarse en la lectura… Continuamente estamos comparando a nuestros hijos desde que nacen con unos percentiles de crecimiento y peso…, con unos determinados objetivos y contenidos en el plano educativo, también generales y mayoritarios… y forzamos para que se cumplan las expectativas en las que encaja la mayoría y, si puede ser,… superarlas. Hay que ajustarse y medir desde lo establecido.

Hemos alejado mucho a nuestros hijos de sus procesos naturales de crecimiento y maduración. Se nos ha olvidado que estos “arbolitos” ni nacen todos en la misma estación, ni están sembrados en la misma tierra, ni les da el sol de la misma manera… son árboles de floración indeterminada. Lo mismo brotan en primavera que en otoño y sus frutos bien pueden ser recogidos a pleno sol o bajo las peores inclemencias temporales.
¿No os parece que todo esto que estamos haciendo: estimulación temprana, clases y actividades extraescolares, superación de objetivos y contenidos… se parece mucho a lo de apalear el nogal para ser los primeros en coger los frutos aunque estén verdes y aún conserven la vaina de nogalina? No sé si somos conscientes de que las frutas cogidas a destiempo maduran con mayor dificultad, pierden sabor… y muchas se estropean.

Nuestros hijos reparten su tiempo diario entre las clases del colegio, las actividades extraescolares, los deberes… y las carreras para estar listos con la equipación y el material adecuado para cada  actividad  y… ¡llegar a tiempo a todas ellas! Los llevamos de un lado a otro en volandas y como niños… se dejan hacer y llevar. Igual que el nogal… no puede hacer otra cosa que dejarse hacer. Pero, el ritmo de cada uno es el que es… y podemos vapulear al niño, exponerle a toda clase de estímulos… que él madurará cuando esté listo para hacerlo.

El ansia de “llegar” nos hace perder de vista la singularidad de cada niño y persona y vivir como fracasos procesos naturales que, lo único que requieren es, sencillamente, un poquito de tiempo más de cocción. ¡Una persona se hace A  FUEGO LENTO!

No hay comentarios:

Publicar un comentario