A
veces ocurre que ves a una persona fuera de su entorno de trabajo habitual, se
ha cambiado el atuendo, como es lógico;
ha dejado los objetos y herramientas que le relacionan con su profesión,
ya que nadie se los lleva colgados de la solapa todo el día, claro está, ni se
ponen un cartel donde diga “soy la persona que te pone gasolina”; te la
encuentras paseando por los jardines principales de tu ciudad y,… te cuesta
reconocerla.
El
rostro te suena familiar y la buena educación te dice que seas cortés y saludes
como si la conocieras y realmente te acordaras de ella cuando, en ese momento,
no tienes ni la más remota idea de quién es. La mente, como un viejo ordenador
renqueante, se vuelve loca buscando en el disco duro la imagen primigenia y
contextualizada que relacione el “aquí y
el allí” tratando de poner nombre al rostro… mientras te vas diciendo: ¿De qué
le conozco? ¿De qué, de qué? ¿Dónde la he visto? Pudiendo pasarse, en esta
tarea de relectura de recuerdos e imágenes, un rato largo, incluso días hasta
logar visualizar y superponer las dos imágenes. ¡Eureka¡ ¡Pero si es …!
Sin
embargo, no me ha pasado nunca con este hombre.
No
sé cómo se llama. Le llevo viendo más de veinte años casi a diario. Siempre
está solo y nunca le he visto hablar con nadie. Alguna vez le he dicho “buenos días”, en un intento de decirle
simplemente: te veo, valoro tu trabajo, lo respeto y te lo agradezco. Pero,
estaba tan concentrado en su tarea, que creo que no me oyó porque, ninguna de
las veces, obtuve respuesta.
No
sé dónde vive. Estoy segura de que en algún lugar tiene una casa a donde va
cuando acaba su jornada laboral pero… ¿dónde está? ¿Tiene mujer? ¿Tiene hijos?
Sólo sé que trabaja en mi barrio y que, antes del amanecer, ya está en su
puesto en trabajo. No me le he encontrado nunca en ningún otro lugar que no sea aquí o, si le he visto, sin el
uniforme y sin los accesorios y herramientas laborales, no le he reconocido.
Y
para mí es todo un misterio. He visto, a lo largo de los años, cómo su pelo iba
pasando suavemente del negro al perlado blanco, cómo su espalda con el tiempo y
el trabajo se corvaba ligeramente… es ¡¡¡El
barrendero de mi barrio!!!…
Dos
cosas me han llevado a dedicarle hoy unas líneas. La primera es que su trabajo
puede ser tan alienante como el mío de ama de casa, y el de otras muchas
profesiones. Si no le ponemos un poquito de salsa… y amor: nuestros
trabajos consisten en hacer para que
otros deshagan. Un trabajo efímero y rutinario. Pero necesario. Al igual que el
mito de Sísifo: conseguir subir con gran esfuerzo la roca a la cima de la
montaña para verla rodar nuevamente hasta la falda y… tener que volver a
subirla otra vez en un bucle sin fin.
Y la
otra… ¡mmm el dichoso lenguaje!... ¿o la soberbia profesional?...
No
sé si esta vez fue en la frutería o en la pescadería. Esperaba mi turno y,
aunque parecía absorta con el móvil, observaba
la impaciencia de algunos clientes en su quietud tensa y las miradas
furtivas al reloj. Todos estaban pendientes de la pantalla donde aparecía el
número de turno ajenos al entorno… pero, allí estaba yo, a la caza de un nuevo
relato…
Y le
tocó el turno a aquel joven tan apuesto y guapo que había mantenido todo el
tiempo una postura elegante y estirada siendo imposible no reparar en él. El
momento de exclusividad, que le aportó la atención del dueño de la tienda, le
soltó la espita del desahogo, como si el mostrador fuera un confesionario y el
tendero un cura dispuesto a escuchar todas sus penalidades: “… y llevo un año en el paro. Estoy
desesperado. Lo único que quiero es un trabajo… AUNQUE sea de barrendero”. ¡…AUNQUE…!
Entiendo
la desesperación, el sufrimiento por la falta de trabajo pero el “¡AUNQUE!”… La
palabra chirrió en mi interior como un resorte oxidado. Levanté la cabeza con
indignación y desaprobación y me encontré con otras miradas tan contenidas y
enfadadas como la mía. ¡No insulte usted jovenzuelo!
AUNQUE
es una palabra (conjunción adversativa) que nos avisa de que aquello que la
sigue… no es bueno, no nos gusta, no nos agrada… Con esa palabra añadida
“AUNQUE” usted está denigrando a todo un gremio que se esfuerza silenciosamente
para que el resto de ciudadanos estemos cómodos y sanos. Y, si por un casual
piensa que es un puesto al que puede acceder cualquiera, pruebe a opositar para
llegar hasta él y, si llega el caso… ¿sería capaz de soportar el estrés de la
rutina, de las miradas de quienes como usted piensan que son seres inferiores
que no saben ni pueden hacer otra cosa….? .
¿Acaso
se considera con más dignidad que el resto de los humanos?... ¿o piensa que hay
profesiones de primera y de segunda? No nos equivoquemos, no es la profesión la
que dignifica al ser humano si no todo lo contrario.
Un
poco de respeto y un poco de cuidado con el lenguaje porque, estoy segura que, en el ánimo de
aquel joven, no hubo intención de ofender AUNQUE hay que reconocer que, el de
barrendero, se ha convertido en los últimos tiempos en un empleo muy ambicionado.
(Al
barrendero de mi barrio y a mi amigo Jesús)
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