viernes, 6 de octubre de 2017

Ortografía social

No necesito conectar el televisor o leer los periódicos para saber qué se guisa por el mundo, de hecho, me sobra y me basta con un noticiario diario y un periódico semanal o quincenal, para darme cuenta de la barbarie, cada vez más calentita, en la que anda metida esta gran bola…. No hay sección, ni en unos ni en otros, que se libre de esta vorágine de locura… bueno la de “El tiempo” y eso si nos olvidamos de las consecuencias nefastas que traen algunos agentes meteorológicos pero, como sección informativa… es la más aséptica.

Y no necesito verlos, porque lo veo cada día en el barrio, en el pueblo, en la fila de la frutería o en la cola del banco.  La cotidianeidad contiene ya tal cantidad de violencia que, añadir una gota más, sólo me llevaría a un estado de crispación e impotencia de la que prefiero mantenerme alejada. Me duele descubrir y escuchar esas pequeñas agresiones, casi invisibles, que otros ejercen sobre mí y, a mi vez, que yo debo de  ejercer sobre otros. Esas pequeñas violencias, casi inadvertidas que inquietan nuestro semblante y muchas veces no logramos ni identificar… Esas que se nos pegan sigilosas en el alma… como lapas y, a base de unirse unas a otras, van  generando un enorme costrón, de peso indefinido, que sepulta nuestro talante al fondo de una coraza.

Llegar, llegan, como quien no quiere la cosa, silenciosas y de una en una. Para cuando te quieres dar cuenta de que estás infectada de violencia, tu rostro ya resulta irreconocible hasta para ti mismo: un rictus de tensa alerta endurece tus facciones permanentemente y tus ojos se salen de las órbitas, a fuerza de  escrutar la cotidianidad, para protegerte del sopapo que te va a llegar en cualquier momento, sin habértelo comido ni guisado. Para entonces, para cuando te das cuenta de tu infección, ya has contagiado a medio barrio con tu  intento, como los demás, de colarte en alguna tienda; has lanzado frases lapidarias por el puro placer de quedarte a gusto sin importar a quién dañaras; has ignorado, con tu aire de superioridad, a los que tenías al lado… generando pequeñas violencias, que se quedan flotando en el aire como los virus de la gripe.
 Generamos violencia con tanta facilidad que… muchas veces ni siquiera somos  conscientes de que lo hacemos. Y nos hemos habituado a ella, hemos perdido la sensibilidad, de tal manera, que no somos capaces de reconocerla, a no ser que llegue en grados desmesurados. La violencia se disfraza con palabras que abofetean sin dejar huellas, con silencios que te empujan a la soledad, con caricias que levantan ampollas… pero de esas violencias no se habla porque no las vemos,  porque no están calificadas con un adjetivo que las eleve a la categoría de ser atendidas…  Tenemos que reinventarnos las palabras o adjetivarlas para recuperar el concepto de violencia, tan viejo y doloroso como la humanidad misma.

Quitar las lapas que generan nuestras corazas no es nada fácil. Hay que  pasar por el escáner de la honradez, de esto andamos cada vez más escasos, buscar e identificar en nuestro interior, como con un microscopio de laboratorio, e irlas quitando con precisión quirúrgica, igual que se pegaron: de una en una. Es un trabajo lento y laborioso, no exento de dolor pero, con un postoperatorio muy gratificante.

Me viene a la memoria una “anécdota”, (y no tengo nada que ver con Lolita Flores),  de hace años, digamos que bastantes, cuando todavía iba al colegio: Con motivo de la visita de un miembro de una ONG,  solidaria con algo relacionado con la infancia, en  clase nos pusieron aquel día como deberes escribir una redacción precisamente con ese tema. No recuerdo muy bien cómo fue mi escrito pero el tema lo centré en “los niños abandonados” (otra forma de violencia). Por ende, en mi redacción aparecía la palabra “abandono”, y todas sus derivaciones, muchas veces pero… todas escritas primorosamente con V. La profesora, después de corregir todos los trabajos me llamó aparte y, tras felicitarme por la excelencia del contenido de mi tarea me dijo: ”…y además sepa usted señorita que el abandono de un niño es algo tan terrible que hasta se escribe con B”.

Desde esta forma social de aprender ortografía, y vista la incrustación que la violencia tiene en la sociedad y el empeño que tenemos en ponerle calificativos para hacerla visible unas veces, otras para distinguirla y algunas incluso hasta para distanciarnos, bien podría decirse que “violencia” debería de escribirse con “b” pero, no con esta pequeñita, con la grande, con “B” mayúscula, que se vea bien, y me atrevería a pedirle al gramático que representa esta letra en la RAE, que hiciera el favor de incorporar a su gran lista de palabras esta nueva violencia con “B” : “Biolencia: la violencia que nadie ve pero que es real”.


Como agresora y perceptora de agresión reconozco el sufrimiento que ambas posiciones generan. Pero, si no hacemos un ejercicio de visualización y sanación personal e interna… de las “microviolencias” cotidianas… todas las luchas por erradicar la violencia serán inútiles lleven el nombre que lleven.

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