viernes, 13 de octubre de 2017

Palabras sucias

A medida que va pasando el tiempo y me voy haciendo mayor, me hago más consciente de lo maravilloso y rico que puede llegar a ser nuestro idioma. Tiene palabras para todos los gustos. Ya sé que para los académicos, profesores y maestros existe ya una clasificación muy antigua  que las agrupan según la función que realizan dentro de una oración y así les dan diferentes nombres como: sustantivos, verbos, adverbios, adjetivos, pronombres, determinantes…. Etc. 

Yo he descubierto el valor de esta clasificación con el tiempo, no cuando me la explicaban en el colegio que me parecía una tarea pesada aburrida y sin sentido. A base de escuchar el uso que las diferentes personas hacen de cada una de ellas, de pensar en lo que se ha dicho y de reflexionar en los distintos significados  que se pueden generar con un sólo cambio de orden, he descubierto la lógica de la clasificación que antaño me pareció tan absurda.  

Ahora  bien, a mí se me antoja dejar un momento de lado esa clasificación tan lógica y hacer una más personal. Ya os he contado que existen palabras impertinentes, palabras rebeldes que se escapan, palabras silenciosas, palabras invisibles… Si sigo pensando y dejándome llevar,  soy capaz de oler alguna de ellas, de dejarme acariciar por las más cariñosas… y de esbozar una mueca de asco y repugnancia con otras. A éstas últimas es a las que quiero dedicar la reflexión de esta mañana.

Las palabras en sí mismas… son palabras sin más, y desde aquí, es más que buena la clasificación de los textos escolares. De alguna manera hay que ordenarlas para que todos las encontremos cuando hay necesidad de ellas. Esto es como el orden de mi casa: si todos conocemos el orden establecido de los espacios y de los armarios… encontramos enseguida lo que buscamos. Otra cosa es ya el orden que cada cual quiera poner en sus espacios y lugares particulares… Lo mismo pasa con las palabras, cuando salen del diccionario para ser usadas… ya llevan nuestro sello particular  y ni la RAE ni los libros de lengua española se hacen responsables  del uso que nosotros podamos hacer de ellas.

Las palabras se manchan o se limpian, crecen o merman, son populares o se desfasan… según la forma, el modo y  la cantidad de veces que las usemos. Y, claro,  así, hay palabras que aún no habiendo sido pensadas ni siquiera para nombrar algo que oliera, supiera… mal, terminan siendo “palabras sucias”. No, no os vayáis a pensar que me refiero a todas esas palabra que hacen reír tanto a los niños como pis, caca o pedo. O las relacionadas con el sexo a los adolescentes: pene, vulva, tetas… Ni siquiera me refiero a los tan desprestigiados tacos…  Estas de suciedad no tienen nada de nada. Son palabras a quien el destino gramatical les ha asignado eso, como a mí la naturaleza me ha obsequiado con una nariz grande. 

Son palabras que, muy a su pesar, salen del diccionario y de la clasificación general para ser usadas con fines poco claros, un tanto dudosos y que generan confusión, inseguridad, duda, miedo… Como los transgénicos, están tratadas con sustancias emotivas que modifican  su significado en la oración, perdiendo con ello todas sus funciones originales y… cuando se pronuncian…: “ALGUIEN ha dicho, ALGUIEN ha hecho, han cogido a UNOS, TODOS sabemos…, de TODOS es sabido, ¿sabes UNA cosa…?”… cuando se dicen empiezan a generar cierto tufillo apenas imperceptible al principio que termina apestando. Siembran la sospecha y la suspicacia y alejan a las personas.

Y es que, hay personas especialmente habilidosas en el uso apestoso de estas palabras. Son como serpientes, te van envolviendo despacio con su siseo… hasta que dejan bien sembrada la semilla del odio y el rencor en tu interior. Viene, las depositan como hojas invisibles que trae el viento y… ellos se van como si nada hubiera ocurrido, crecidos y orgullosos de sí mismos creyendo haberte hecho un favor con “su información”.  Tú te quedas, sin saber a qué ha venido todo aquello y, tu cordura te dirá que, la buena persona que te ha asaltado con su verborrea estaba enferma o loca. Tú no notas nada aún  pero… ya estás infectado.

¿Que si existe vacuna para este virus de las palabras sucias? Por supuesto, “los filtros auditivos” que se inyectan en el sentido común e impiden que nos dejemos llevar por lo primero que llegue a nuestros oídos.

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