Es un proceso más o menos largo que depende en
gran parte de la necesidad y la curiosidad de cada persona.
Primero
tenemos que oírla muchas veces, al mismo tiempo que vamos intuyendo qué puede
significar según el contexto y la situación donde la oigamos. Los más mayores y
curiosos suelen abrevian este paso recurriendo al “libro de las palabras”.
Luego, la
dejamos resonar en nuestra mente para, por último, pronunciarla suavemente como
quien dice un secreto. Y…voilá¡, nació una palabra.
Parece lógico
y de perogrullo: es el proceso simplificado que todos utilizamos en la
construcción del lenguaje cuando somos pequeños. Pero, a base de rutina y repetición lo
olvidamos por que nuestro cerebro lo ha automatizado.
¿Alguna vez os habéis parado a contar
las palabras que sabéis? Yo lo intenté y me cansé. Sabemos miles y miles de
ellas. Aunque algunas son como las ropas de nuestro armario...las tenemos pero
no las usamos.
La palabra en
sí mismas…así sola… melocotón…chocolate…cuchufleta…es poca cosa. Podemos pronunciar palabras de
forma “enunciativa” como aprendimos en el colegio e incluso acompañarlas de
otras para que la frase gane sabor…Pero, dónde en verdad se ve la grandeza y el
poder de cada una de ellas es, cuando las decimos, conscientes de su
significado, en el contexto preciso, con la intención determinada y..,e aquí el
kit de la cuestión, las cargamos de la entonación adecuada.
La misma
palabra puede ser un algodón de azúcar o una bomba atómica.
Había muchos
dibujos para decorar la clase pero aquel día la señorita había elegido precisamente
aquel. El suyo. El niño no cabía de gozo en sí
mismo y miraba con orgullo su obra de arte. Apenas podía contener la
emoción mientras esperaba en el rincón a que Charo lo pusiera en el tablón de
anuncios del pasillo.
Pasó otra
persona mayor y se quedó mirando. Marcos seguía silencioso en el rincón y
permanecía a la espera.
-
¿Qué nos vas a poner esta vez para alegrarnos la vista,
Charo?
-
Esto.
Marcos creyó por un instante
tocar el cielo con la punta de los dedos. Se le infló el pecho de alegría y
orgullo y, apenas podía contener las ganas de decir “lo he hecho yo” cuando...
-
¡¡¡ESO!!!...
…sólo tres letras…
…sólo tres letras…
ESO: pronombre
que indica distancia intermedia respecto a la persona que habla…
Una palabras
que jamás hubiéramos imaginado, ni por su significado ni por su funcionalidad
en una oración gramaticalmente correcta, pudiera llegar a ser tan terriblemente
devastadora…
Lo que vino
después… ya no importó. Ni alabanzas, ni elogios, ni caricias… Marcos no pudo oír
más desde su maltrecho corazón.
En aquel
momento, en aquel pasillo…quizás murió un Picasso, un Dalí y todo… por una
palabra que se escapó.
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