viernes, 16 de diciembre de 2016

La palabra impertinente



Ya os he hablado en otra ocasión, eso sí, muy brevemente, cómo se hacen las palabras pero, no recuerdo haberos dicho el tiempo que lleva hacerlas.
Hay palabras que nacen rápidamente, como champiñones en otoño, te das la vuelta y… ¡pumba! ya tienes una; giras y…¡zás!, sin darte cuenta, te cae otra en las manos. Son palabras que se te pegan a la ropa, te cuelgan de las orejas, las cantas en una canción… Llegan espontáneas y se quedan para siempre en tu cotidianidad.
Algunas necesitan unos minutos más de grill..., son un poco más tostadas. Nos rozan la piel, entran en contacto con nuestro sistema sensitivo… y van definiendo nuestro contorno.
Hay otras más refinadas que necesitan su tiempo delante del espejo y el tocador. Son precisas, lentas, seguras… nos ayudan a definirnos, a matizar los significados de las frases. Tienen un periodo largo de gestación y cuando nacen… las decimos con cuidado la primera vez, la segunda con timidez… hasta que ellas solas se sueltan, como el niño que arranca a hablar, y empiezan a saber colocarse dentro del discurso.
Otras por desgracia… se amasan en el obrador, entran en  el horno, pasan al mostrador… las entendemos, las conocemos, pero… nunca salen al mercado. ¿Por qué razón? No lo tengo muy claro… Pienso que la gestación y alumbramiento de palabras es un acto íntimo y personal. Cada uno elige las palabras que quiere usar en cada momento y, con el tiempo, va creando su repertorio, su propio diccionario. Va construyendo su persona. Nuestras palabras nos definen.
Pero… he aquí lo que me ha pasado con una de estas palabras:
Cuando la oí por primera vez… ni la oí. La segunda vez pasó tan rápida, que dejó un destello. La tercera… iba en grupo con otras, pero sólo la distinguí. Fui escuchándola más veces a lo largo de los años… Cuando ya has oído una palabra en tu interior… es más fácil descubrirla. Distinguía su grafismo y sonoridad, su significado… creía intuirlo… Todas las veces que la había escuchado había sido en el mismo sitio: el Telediario y, siempre, acompañada de otra palabra más conocida: delito. En mi mente quedó, por resumir, que aquel delito sólo lo podía cometer la “gente bien” que son los que más salen en la tele. Una mente un poco infantil… ¡qué le vamos a hacer! Y dejé la palabra en el olvido.
Pues bien, esa palabra impertinente, se negó, por iniciativa propia y sin mi permiso a quedarse en el expositor y, cada vez que las circunstancias de la vida me llevaron a situaciones, en las que ella quedaba de maravilla en el discurso… se ponía pesada revolviéndome el estómago, tensándo los músculos y bloqueando el paso de otras palabras más correcta y educadas.
Fueron aquellas palabras, desde una posición de poder: “haré lo que sea y tantas veces como sea necesario para salvarme aunque tú caigas teniendo razón”, lo que precipitó a mi palabra no-nata a forzar su nacimiento a empellones gritando: ¡¡¡PREVARICACIÓN!!!
La prepotencia y la soberbia... de quienes teniendo un puesto fijo de funcionario, creen haber conseguido una posición “de y con” poder en vez de un puesto de servicio “a  y para” la comunidad fueron los que forzaron la salida de esta palabra tan televisiva.

Descubrí así, gracias a una “palabra impertinente” que los delitos, este en concreto, no sólo los comete la “gente bien”…están al alcance de cualquiera.

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