viernes, 22 de septiembre de 2017

Palabras que hacen cambiar

El burro es burro sólo por que ha nacido burro pero, hay personas que han nacido personas y se convierten en burros, con permiso y perdón de los burros.

Mis El padres fueron unas personas muy sencillas y de origen humilde. No pudieron asistir mucho a la escuela por lo que no adquirieron ni grandes ni pequeños conocimientos de filosofía, aritmética o literatura, pero sí observaron la vida con atención y delicadeza, y descubrieron que las palabras amables y corteses abren puertas y acercan a las personas, por lo que siempre nos insistieron en la conveniencia de su uso.

No sé si son palabras de cortesía, de educación o de respeto, pero en cualquier caso, estoy echando de menos, cada vez más, su utilización en la sociedad y a lo mejor se está haciendo necesario volver a repasarlas y estudiarlas.

 Un ¡Buenos días!, o un ¡Buenas tardes!, al entrar o salir de algún lugar da una buena imagen del que entra y es un signo de respeto hacia las personas que están dentro, dejando bien sentado que te has dado cuenta de que están allí. Los has visto que es lo importante… porque a veces parece que llevamos orejeras puestas y no distinguimos más allá de la punta de nuestro zapato o nuestra nariz.  El silencio, omitir el saludo, al entrar en algún sitio donde hay personas, borra a las que allí están, como la goma al lápiz, por decirlo de una forma poco hiriente.

Lo mismo ocurre si el saludo lo dices al paso por la calle con un simple ¡Adiós!... vuelves a dejar sentado a la persona con la que te has cruzado que la reconoces y la distingues de entre la multitud. No se necesita más. Nadie te pedirá que cuentes tus intimidades o que fragüéis una amistad. Sin más, sencillo, elegante, correcto y educado. No hacerlo da una invisibilidad vejatoria al otro: “no eres nada para mí por lo que no te veo y en consecuencia no eres digno de mi saludo”. Y al que ha negado el saludo… le aumenta el brillo corrosivo de la soberbia.

Cuando entramos en algún lugar y saludamos, con nuestro saludo, además nos hacemos ver, sin estridencias, soberbias  ni ofensas. Y, aunque parezca un acto de egocentrismo, obligamos a las personas que están dentro, cuando menos,  a mirarnos y, por unos segundos, nos  prestarán atención y se predispondrán positivamente hacia nosotros, atendiéndonos si es el caso  o, simplemente, acogiéndonos con su saludo de respuesta. A no ser, claro está, que sea otro “transformer” a equino. Con aquellos con los que te cruzas, reciben el mensaje e inconscientemente, la próxima vez que os encontréis, te distinguirán de lejos y  prepararán una sonrisa para regalarte.

En realidad son palabras asépticas, sin ningún tipo de interés para nadie, pero que tienen la particularidad  de mover al cambio si se usan con regularidad. Puede que cambie mi futuro o quizás el tuyo, independientemente de que seas el emisor o el receptor. Si además las decimos con una sonrisa… hasta es posible que no haya que esperar para ver su efecto y lo empieces a notar en el acto. Nadie, absolutamente nadie, aunque parezca una roca, es inmune a una palabra amable.

Esto lo conocen muy bien los responsables de supermercados, grandes almacenes y superficies comerciales y lo explotan estupendamente, sacándole el máximo partido al inculcárselo a sus empleados. Estos nos lo hacen llegar, aunque a veces de una forma un poco mecánica y forzada,  sin que nos demos cuenta. Presta atención la próxima vez que vayas a uno de estos  lugares y veras que, por muy larga que sea la cola de la caja, la persona que  atiende, no da un saludo general para que cada uno coja su parte si no que, pacientemente, nos va saludando uno a uno según nuestro turno y nos dedica unos segundos de exclusividad que nos hace ser únicos. Eso nos gusta y nos sentimos bien.

Es una pena que, como padres, hayamos dejado de educar a nuestros hijos en estas pequeñas cosas y tenga que venir alguien, con intereses mercantiles, a redescubrirnos lo importantes que son y el poder que tienen.

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