El burro es burro sólo por que ha nacido burro pero, hay personas que han nacido
personas y se convierten en burros, con permiso y perdón de los burros.
Mis El padres fueron unas personas muy sencillas y de origen humilde. No pudieron
asistir mucho a la escuela por lo que no adquirieron ni grandes ni pequeños
conocimientos de filosofía, aritmética o literatura, pero sí observaron la vida
con atención y delicadeza, y descubrieron que las palabras amables y corteses
abren puertas y acercan a las personas, por lo que siempre nos insistieron en
la conveniencia de su uso.
No
sé si son palabras de cortesía, de educación o de respeto, pero en cualquier
caso, estoy echando de menos, cada vez más, su utilización en la sociedad y a
lo mejor se está haciendo necesario volver a repasarlas y estudiarlas.
Un ¡Buenos
días!, o un ¡Buenas tardes!, al
entrar o salir de algún lugar da una buena imagen del que entra y es un signo
de respeto hacia las personas que están dentro, dejando bien sentado que te has
dado cuenta de que están allí. Los has visto que es lo importante… porque a
veces parece que llevamos orejeras puestas y no distinguimos más allá de la
punta de nuestro zapato o nuestra nariz.
El silencio, omitir el saludo, al entrar en algún sitio donde hay
personas, borra a las que allí están, como la goma al lápiz, por decirlo de una
forma poco hiriente.
Lo
mismo ocurre si el saludo lo dices al paso por la calle con un simple
¡Adiós!... vuelves a dejar sentado a la persona con la que te has cruzado que
la reconoces y la distingues de entre la multitud. No se necesita más. Nadie te
pedirá que cuentes tus intimidades o que fragüéis una amistad. Sin más,
sencillo, elegante, correcto y educado. No hacerlo da una invisibilidad
vejatoria al otro: “no eres nada para mí por lo que no te veo y en consecuencia
no eres digno de mi saludo”. Y al que ha negado el saludo… le aumenta el brillo
corrosivo de la soberbia.
Cuando
entramos en algún lugar y saludamos, con nuestro saludo, además nos hacemos
ver, sin estridencias, soberbias ni
ofensas. Y, aunque parezca un acto de egocentrismo, obligamos a las personas
que están dentro, cuando menos, a
mirarnos y, por unos segundos, nos prestarán
atención y se predispondrán positivamente hacia nosotros, atendiéndonos si es
el caso o, simplemente, acogiéndonos con
su saludo de respuesta. A no ser, claro está, que sea otro “transformer” a
equino. Con aquellos con los que te cruzas, reciben el mensaje e
inconscientemente, la próxima vez que os encontréis, te distinguirán de lejos y
prepararán una sonrisa para regalarte.
En
realidad son palabras asépticas, sin ningún tipo de interés para nadie, pero
que tienen la particularidad de mover al
cambio si se usan con regularidad. Puede que cambie mi futuro o quizás el tuyo,
independientemente de que seas el emisor o el receptor. Si además las decimos
con una sonrisa… hasta es posible que no haya que esperar para ver su efecto y
lo empieces a notar en el acto. Nadie, absolutamente nadie, aunque parezca una
roca, es inmune a una palabra amable.
Esto
lo conocen muy bien los responsables de supermercados, grandes almacenes y
superficies comerciales y lo explotan estupendamente, sacándole el máximo partido
al inculcárselo a sus empleados. Estos nos lo hacen llegar, aunque a veces de
una forma un poco mecánica y forzada, sin que nos demos cuenta. Presta atención la
próxima vez que vayas a uno de estos lugares y veras que, por muy larga que sea la
cola de la caja, la persona que atiende,
no da un saludo general para que cada uno coja su parte si no que,
pacientemente, nos va saludando uno a uno según nuestro turno y nos dedica unos
segundos de exclusividad que nos hace ser únicos. Eso nos gusta y nos sentimos
bien.
Es
una pena que, como padres, hayamos dejado de educar a nuestros hijos en estas
pequeñas cosas y tenga que venir alguien, con intereses mercantiles, a
redescubrirnos lo importantes que son y el poder que tienen.
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