viernes, 21 de abril de 2017

El señor de traje que no traía niño


Íbamos con cita previa. Las 8.30 era buena hora. Seríamos los primeros en la consulta. Ya había tenido cuidado en pedir esa hora para evitar la acumulación de retrasos e imprevistos. Además, con un poco de suerte, el niño no perdería ninguna clase y mi marido llegaría a la oficina antes del café. Salimos de casa con tiempo más que de sobra conscientes, de que, en el hospital y su entorno, no suele ser fácil aparcar. Llegamos a la consulta con diez minutos de antelación como “Dios manda” o cuando menos  como debería mandar la educación y el respeto hacia el otro: “norma de buena educación y cortesía”.

Lógicamente la sala de espera de la consulta estaba vacía y en la consulta, según nos dijo la enfermera, que llegó minutos después que nosotros, tampoco había nadie. Nos sentamos tranquilamente a esperar. Cada uno sacamos nuestro pasatiempo llevado ya a propósito por si tuviéramos que esperar. En estos sitios nunca se sabe…

A las 8.30 exactamente apareció un señor alto, joven, bien parecido, todo trajeado, con su maletín… y sin niño. En una consulta de pediatría, a no ser que seas el pediatra…, es algo raro acudir sin un infante ¿no?... el maletín… podía hacer sospechar que lo fuera pero en cuanto preguntó a la enfermera por el doctor “X X” quedó bien claro que no.  “Vendrá a recoger algún resultado” pensé sin darle más importancia y volví a sumergirme en mi lectura.

Media hora después, los asientos de la sala estaban casi todos ocupados. El señor del traje miraba cada dos por tres su bonito reloj de pulsera, señal de que comenzaba a dar muestras de cansancio y aburrimiento. Nosotros comenzábamos a estar aburridos también pero nos mantenía la esperanza de que en cualquier momento nos llamaran, ¡porque éramos los primeros!… y el doctor no podía tardar mucho más en llegar.
Pasó otra media hora. Padres, niños, carritos… y el señor del traje, abarrotaban el espacio. En la sala no cabía un alma más y el ambiente… “empezaba a caldearse”. Entre los padres corrió la pregunta, tan típica de las salas de espera, para saber el tiempo de retraso que lleva el profesional de turno…¿a qué hora tenía cita usted y a qué hora dice que ha llegado?...que incrementaba el descontento y el nerviosismo de la gente.
Cuarto de hora después apareció, esta vez sí, otro hombre, sin niño, no tan joven, “de peor ver”, también con su maletín y con bata blanca. Cruzó la sala de espera con aire de soberbia y superioridad y… tan enfrascada como estaba en la lectura… ¡¡NO OÍ!! el saludo de buenos días y, por supuesto, tampoco pude escuchar las DISCULPAS por el RETRASO. El doctor se metió en el despacho seguido de la enfermera y, todavía tuvimos que esperar diez minutos más para que se abriera  de nuevo la puerta y llamaran… ¡AL SEÑOR DEL TRAJE QUE NO TRAÍA NIÑO!...

Se produjo un murmullo de cabreo entre todos los presentes. A esa hora ya todos sabíamos perfectamente cual debería de ser el orden de entrada en la consulta y que, “el señor del traje” no tenía cita. Por si la temperatura del ambiente aún no hubiera llegado a su límite, la enfermera, quizás también enfadada como nosotros y harta de ser el parapeto de un jeta irresponsable, vino a subirla un par de grados más y nos comunicó, eso sí muy dulcemente que “el señor del traje” era un comercial.

Aquello fue como quitar el pitorro de una olla a presión en plena ebullición… Hubo padres que se levantaron de sus asientos incapaces de contener tanta mala leche, otros negaban con la cabeza mirando hacia el suelo, algunos hacíamos esfuerzos por contener las lágrimas de impotencia… y hubo quien comenzó a levantar la voz… para volverla a silenciar en cuanto otro profesional nos recordó aquello de “¡Señores, esto es un hospital…!, ¡guarden silencio!.” Y por respeto a otros pacientes…


Eso sí, tengo que reconocer que, esa mañana, avancé bastante  en la lectura de mi libro.

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