domingo, 15 de marzo de 2020

Un momento de deleite



-Oye mamá, ¿por qué pasan estas cosa? ¿y por qué dios no hace algo?

-Verás, yo no sé mucho de “esto” pero, sí sé que, nuestro tiempo no es el tiempo de Dios: un segundo para él es toda una eternidad para nosotros.

(Miguel me miró desde sus enormes ojos negros, abiertos como platos, como diciendo: no he entendido nada.)

-¿Quieres que te cuente una historia?

Resultó que, aquella mañana Dios se había levantado muy tranquilo y satisfecho después de una semanilla celestial muy atareado creando el mundo. Con una sonrisa plena, que caracteriza al que sabe que ha hecho un buen trabajo, nuestro Señor se dispuso a dar una vuelta… ¿por el paraíso? ¡nooo! Por el universo tan recientemente creado. Bajó hasta aquí y, en cuanto puso los pies en la tierra, un bichito muy curioso al que no recordaba haber creado distrajo su atención:

- “¿Cuándo he creado yo esto? ¡Anda que soy despistado! ¿fue en el tercero o en el cuarto día? Umm ¡Mira que no me acuerdo!”.

El extraño bichito andaba muy atareado, como si toda la creación dependiera de él. Se afanaba revisando cada una de las flores que encontraba a su paso… ¡y eran muchísimas! Aquello parecía una tarea ingente. ¡Allá dónde miraras había flores! Se posaba en los pétalos con cuidado e inmediatamente desaparecía en la intimidad de la flor. Hecha su inspección volvía rápidamente al exterior, toda cubierta de un polvito amarillo, para irse zumbando y repetir la misma acción en la flor más inmediata.

-Mientras, y esto no pudo verlo Dios, a pesar de que digan que todo lo ve y tan distraído como estaba observando el trajín que se traía el bichito, en su abdomen, se iba acumulando un dulce néctar.
(Miguel sonrió al darse cuenta de qué estaba hablando. Supe que tenía toda su atención)

Así andaba Dios: entretenido como un crio con su juguete nuevo, persiguiendo al incansable insecto con la vista… y preguntándose, a qué le llevaría tanto afán. Y sin querer, sin querer la pequeña creatura le llevó hasta su casa.

 De la rama de aquel árbol pendía una bola, a modo de balón de rugby con un agujero por el que entraban y salían más criaturas como aquella, en perfecto orden, revoloteando y danzando de contento… ¿por haber llegado?

Dando rienda suelta a la infinita curiosidad que caracteriza a todo buen artista, Dios se aproximó confiado, a mirar qué baile era aquel con el que se demoraba el bichito a la puerta de su casa pero, no le dio tiempo a ver mucho porque… un hilillo dorado, meloso y tentador rebosó los límites de capacidad de aquella bola. Su instinto goloso, porque Dios es muy goloso, le llevó a extender su real dedo, ¡sí!, ¡el que utiliza para dar órdenes!, colocarlo bajo aquella sustancia viscosa y después… se lo llevó a la boca. ¡mmmmmm! En un gesto, de divino placer, Dios cerró los ojos durante una milésima de segundo celestial y cuando volvió a abrirlos…

¡¡¡LA CATRASTROFE!!!

Debajo de la peculiar pelota de Rugby se amontonaban inertes los cuerpecitos de aquellas maravillosas criaturas que tanto placer acababan de proporcionar a su paladar.

Profundamente impactado miró alrededor buscando la causa y origen de tal tremendo desastre y, no encontrando nada aparente que lo justificara, decidió acercarse por el paraíso a preguntar. Allí, Adan y Eva, como encargados de la creación, gestionaban todo el universo. Pero… Por más que llamó a la puerta no encontró respuesta.

-“¡¡No hay nadie!! ¿Dónde estarán?”.

En un gesto de preocupación, porque Dios es muy respetuoso, se atrevió a correr la cancela e introducirse en el jardín… 

-“¿¡¡Cómo puede ser esto!!?” Dijo Dios con los ojos saliéndosele de las órbitas.

 Un inmenso desierto árido y seco se encontraba en lo que hacía apenas una semana celestial fuera un rico vergel.

- “¿Qué ha pasado con el paraíso que he construido hace un par de días? ¿quién se ha atrevido a destruir mi obra? ¡Adán, Eva!  ¿Dónde estáis?”.

Una ráfaga de viento abrasador y abrasivo se levantó de aquel desierto hiriendo su rostro como respuesta.

Decidido a dar con la explicación a tan calamitosa situación fue preguntando a cuantos animales, plantas, quedaban y se encontraba a su paso…

- “¿tú sabes dónde están los administradores?”  Y, a cada encuentro, se sorprendía y preocupaba  más y más. Nada se parecía a lo recién creado.

Mientras buscaba, tuvo tiempo de descubrir otros muchos y grandes desastres: plantas sin color ni olor, astros llenos de basura espacial, animales famélicos a punto de fallecer, océanos llenos de plásticos…

 -“¡¡¡¡QUÉ HA OCURRIDO AQUÍ¡¡¡” dijo Dios inconsciente del tiempo terráqueo transcurrido.

-“Porque hay otros mundos ¿sabes? que también los ha creado Dios pero, este era el más bonito.
-SÍ, ¡EL PLANETA AZUL! Nos lo han dicho en el colegio.
-SÍ, pero, sigamos con la historia que se me va el hilo.

“-Tendrás que ir a los Servicio Generales.”

 Le dijo un viejo y escuálido elefante, incapaz de sostener su propia trompa, al escuchar los alaridos de Dios, cuando pasó por África.

 -Allí es dónde se decide todo. Pregunta al “Roblón” que es el árbol más longevo. Él sabrá decirte.

Y después de mucho andar y preguntar Dios llego a una especie de ¿bosque?...

-Bueno, en realidad no tenía nada que ver con un bosque de lo feo y gris que era. Pero sí parecía un bosque por la enormidad de los edificios: viviendas apiladas unas encima de las otras que se elevaban hasta casi tocar el cielo…
- ¡Era una ciudad! ¿verdad, mamá?
¡Sí!, eso. Era una ciudad.

Pues eso, una ciudad.  Pero ¡tan fea, como no la hayas visto nunca! Y tampoco se libraba de la maldición que perseguía a la creación. Dios preguntó y, perdiéndose por el laberinto de calles y callejuelas, consiguió llegar hasta los Servicio Generales.

- Si ya la ciudad era fea, tendrías que haber visto los Servicios Generales. ¡Aquello era deprimente!

“¡Buenos días! ¿Podría decirme dónde están Adán… “.

Ni terminar la pregunta le dejaron. Es más, ni le reconocieron porque nadie se acordaba ya de Dios. Y tampoco le miraron por si, su atuendo, túnica blanca y triángulo amarillo en la cabeza, les hubiera podido dar alguna pista. El recepcionista, tan gris como el edificio, ni sacó su nariz de la pantalla que tenía delante para saludar. Con un tono rancio, de purita rutina, interrumpió sin ningún respeto la pregunta de Dios y le espetó:

- ¿Tiene usted cita?

A Dios sólo le dio tiempo a abrir desmesuradamente los ojos antes de volver a escuchar:

- ¡Si no tiene cita rellene el formulario número 15 y espere!

¡¡¡¡…Y Dios se topó con los servicios Generales¡¡¡

Por su altíiiisma parsimonia y su excesiva burocracia y… El creador comenzó a entender. Fue entonces cuando se arrepintió de haber dejado al hombre como encargado de todo y de no habérselo dejado a aquel bichito tan hacendoso….

Se había despistado unos segundos contemplando y degustando… había sido suficiente para dar al traste con el mejor de los mundos creados.

-Y eso es lo que pasó, nada más y nada menos que unos escasos segundos.
-Pero, mamá, ¡es Dios!… ¿podrá hacer algo?
-Pues claro. Y lo está haciendo. Ha pasado al tiempo humano y está muy ocupado rellenando formularios.

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