miércoles, 4 de abril de 2018

Así nació un músico

No es lo mismo haber nacido y haber vivido en una ciudad, que haber nacido y vivido en un pueblo. De la misma manera que, no es lo mismo haber nacido y vivido en un pueblo que, haberlo hecho en una aldea. Tampoco lo es haber nacido en una familia o en otra… El dónde es un factor muy importante a la hora de determinar qué seremos en el futuro. Las condiciones ambientales y el entorno, son la base de un buen despertar. No podemos aprender aquello que nunca hemos visto, o aquello de lo que nunca hemos oído hablar. Necesitamos al menos que alguien, aunque sea de forma muy rudimentaria, nos ponga en camino.

Eso creo que fue lo que le ocurrió a mi tío. La aldea en la que nació no daba para mucho más. Muchos recursos naturales, eso sí : la montaña, los árboles, los pájaros, el viento, el sol… de todo eso dio buena cuenta desde la más tierna infancia y sus sentidos se acostumbraron, enseguida, a distinguir el canto del jilguero del canto del canario, el viento que trae calor del que arrastra la lluvia… tampoco pasaron desapercibidos los terroríficos sonidos nocturnos que para él sonaban como nanas: El ulular del búho que sale de caza, el ratón que revuelve la hojarasca… todos ellos formaban parte de su repertorio sonoro y habían colaborado al desarrollo de una agudeza auditiva capaz de distinguir los sonidos más  sutiles del entorno.

Como cualquier niño de campo, que carece de otros entretenimientos más sofisticados, al menos en aquella época, pronto descubrió la capacidad y posibilidad de la imitación. Enseguida se dio cuenta de que podía repetir con su boca, silbando, muchos de aquellos sonidos con una exactitud tan asombrosa que atraía a los individuos propios de la especie que imitaba.

El abuelo, aunque hombre rudo de campo y sin ningún tipo de formación académica, (apenas sabía leer),  notó, con cierta prontitud, que aquello que su hijo hacía tenía algo que ver con un don. Y la curiosidad de ver “que pasaría si”, propia de cualquier ser humano, le llevó, una de esas escasas tardes de ocio, a tomar de la mano a mi tío y caminar hasta la chopera. Allí el abuelo sacó la navaja que siempre llevaba en el bolsillo y, con mucha tranquilidad, sin prisas, le fue mostrando cómo hacer un “chiflito” con la rama tierna de un chopo.

Sólo fue necesario un rudimentario silbato para despertar en la mente de mi tío la cantidad de posibilidades que aquello le abría. A partir de aquel tosco instrumento, fue construyendo otros cada vez más precisos a los que fue incorporando longitud y agujeros… y, se construyó sus primeras flautas… dejando muchas astillas y virutas  y, de cuando en cuando, un trocito de piel que la navaja no perdonaba.

Cuando mis abuelos decidieron llevarle a la ciudad a un internado para que estudiara, el germen de la música ya estaba bien arraigado y, los cantos de la oración de la mañana, de la misa y las vísperas de la tarde con los frailes, lo que  hicieron fue aumentar sus conocimientos y agrandar el deseo de seguir aprendiendo y tocando. Cuando esto había ocurrido, ya habían pasado los mejores años de aprendizaje y, todavía tuvo que esperar unos pocos más hasta que consiguió ahorrar para comprarse su primer instrumento: Aquella flauta travesera cuyo sonido armonizaba a la perfección con  la música que nacía en el valle.

Mi tío llegó a ser músico y, tocando y enseñando, consiguió vivir, aunque humildemente, de la música. Quizás si no hubiera nacido en una aldea, si no hubiera pertenecido a una familia humilde… quizás… No es lo mismo…

Pero también gracias a una mente observadora y abierta y a un “chiflito” de madera nació jugando y sin querer, sin querer… UN MÚSICO.

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