viernes, 2 de marzo de 2018

El mito de la feliz embarazada

¿A qué mujer no se le ha caído el mito maravilloso y romántico de la feliz gestación después de tener el primer hijo? Lo mío fue una caída en picado desde lo más alto de Everest. Era la mía una imagen tan, pero que tan idílica, que me pasé, desde el primer día de la gestación, recogiendo los trocitos que se iban cayendo por doquier. Tal vez parte de la culpa la tuvo la edad porque, llegar a la maternidad siendo madurita o  ser madre “añosa”, como tuvo a bien llamarme el ginecólogo el primer día de consulta, hizo que viviera engordando ese mito de la feliz embarazada durante más tiempo.

Para empezar, concebir un hijo no es tan sencillo como parece. Te pasas los primeros años de tu relación de pareja pendiente de tomarte la píldora, de que tu compañero utilice el preservativo e incluso, alguna vez arriesgando con la marcha atrás… en fin, todo un periplo de historias para evitar un embarazo tempranero y a destiempo, para que, cuando finalmente decides que ya es hora, que deseas tener un hijo… ¡que si quieres arroz…! te das cuenta que aquello ni es tan fácil como parecía, ni  cosa de una decisión personal, ni aún de dos… si no de tres porque, la futura criatura, ya antes de ser concebida tiene mente propia y decide SER… cuando le viene en gana.

Pasan los meses, a veces incluso pueden haber sido años esperando, ilusionándote en cada ciclo para, finalmente decepcionarte. Cuando te rindes, cuando desistes en el empeño de la maternidad y te has armado de argumentos, que por otro lado no necesitarías ni tendrías porqué, para justificarte ante las preguntas y comentarios tan irritantes e inoportunos de familiares y amigos… “¿para cuándo el niño?”… ese mes… la mente de la futura criatura ha tenido a bien pasarse al estado del ser. Y, mira por donde, de repente, te descubres embarazadísima en un momento de tu vida en el que ya habías planeado una cosa totalmente distinta.

Y aquello no era más que el principio de toda una odisea… Comienzas un periplo de visitas médico-sanitarias que abarrotan tu agenda: analíticas, ecografías, ginecólogo, matrona, enfermera… y un sinfín de recomendaciones: toma ácido fólico, cuida el azúcar, presta atención al peso… que acatas sin rechistar en aras del bienestar de tu retoño.  Empiezas a sospechar que aquello no tiene nada que ver con lo que habías leído en las revistas: “Ser padres”, “tu niño y tú…” ¡¡¡¡…y toda una sociedad, oiga usted!!!… Ya no eres tú misma y pasas a formar parte de ese gran “segundo plano” del que ya nunca más vas a regresar.

Y lo que comenzó siendo un acto de amor y sexo privado entre tu marido y tú, el acontecimiento más ilusionante de una pareja que es dar vida a un ser… algo tan íntimo, tan nuestro, tan tuyo… pasa a ser un acontecimiento público en el que te conviertes  en mero recipiente… Lo único que importa es lo que hay dentro. Y como no está bien visto que una madre anteponga sus sentimientos al bienestar del hijo… pues callas, escuchas y obedeces, no vaya a ser que, por tu imprudencia,… pase algo. 

Ni que decir de la  entrepierna, ese lugar sagrado de tu ser, que de repente se convierte en la parte de tu cuerpo más visitada… Algunos especialistas, después de nueve meses, es probable que no te reconozcan por la calle porque, en todo ese tiempo, ni una sola vez te habrán mirado a la cara. Sin levantar la vista del informe te ordenaran: desnúdese de la cintura para abajo, súbase a la camilla… y será allí donde miren… mientras, tú miras distraídamente al techo como si aquello no fuera contigo. ¡Todo el recato de años expuesto a las miradas de desconocidos…! Eso sí, te ponen un pañito sobre las piernas para que no veas qué van a hacerte… ¡¡pero se nota!!

¿Y tu cuerpo…?...cuando un día, ya avanzada la gestación, te paseas distraídamente por la casa y, de soslayo, descubres en el espejo del pasillo a… ¡¡¡una extraña!!!… el grito que das llega hasta la casa de la vecina del sexto. ¡Dios mío qué es aquello que estás viendo¡ La estrechez de tus ropas ya había ido avisándote de que este momento llegaría pero, es la imagen que el espejo te devuelve la que te obliga a toquitear cada parte del cuerpo: los pechos, las piernas, la cara… con la única intención de cerciorarte que realmente eres tú. ¡¡Todo es enooorme!! Y lloras en silencio preguntándote si aquello volverá algún día a su sitio…

Son tales y tantos los cambios, los cuidados, las recomendaciones, pruebas…y tanto el tiempo que pasas en hospitales y centros de salud que una se pregunta si realmente se ha quedado embarazada o eres la portadora  del virus de un epidemia.

Y porque el espacio que, me tengo impuesto para las reflexiones, no da para más pero, de ese tema, tendríamos para un segundo y hasta para un tercero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario