Cada
cierto tiempo, ocurre que se pone de moda el uso de alguna expresión, palabra o
frase y “en ese sentido” parece que, si no la utilizas un par de veces
dentro de la conversación cotidiana, no estás al día. Da igual si viene a
cuento o no, si queda bien o no encaja de ninguna de las maneras…hay que
decirla: al principio, en el medio o al final…
”En
ese sentido” vemos como la frasecita sirve lo mismo de relleno durante
unos segundos, en el que alguien se ha quedado en blanco, que para aquel que
necesita pensar un momento para que su discurso tenga coherencia o, para aquel
otro que, en el fondo, sólo quiere darse más importancia de la que en realidad tiene.
Nos
pasamos, “en ese sentido”, como buenos simios, el día entero observando a
nuestros congéneres y ambicionando ser, en algún momento, el macho o la hembra
alfa. La pose, los gestos, la forma de moverse, las palabras que utiliza… y, “en
ese sentido” vamos configurando a todas luces una imagen artificial y
efímera que, más que alzarnos a la cima del éxito, nos catapulta a la sima del
ridículo.
Vamos
tomando trocitos de aquí y de allá: de Fulano he tomado el gesto de la mano, de
Citana la sonrisa permanente y de su compañero la literalidad de una frase
graciosilla… pero resulta que, “en ese sentido”, lo has querido
amalgamar todo en un bloque sin tener el gracejo para removerlo y, de resultas
de tu estupidez, te ha salido un exabrupto del que no sabes cómo desprenderte.
Lógicamente la educación exige una disculpa y aquí es donde terminas diciendo
con toda la razón: No lo he dicho “en ese sentido”.
Últimamente
no hago más que oír esta locución “en ese sentido”, bien como
coletilla, pausa, encabezamiento o pura tontería. Me da la impresión de que
todo el mundo la utiliza y, como dicen los adolescentes “ya me raya”. Me raya y
las voy contando cuando escucho a alguien hablar… ¿sabes que la he llegado a
contar hasta doce veces dicha por una misma persona en una conversación
trivial? Me distrae tanto que “en ese sentido” dejo de escuchar.
Todo
el mundo o casi todos tenemos una o varias palabras comodín que inconscientemente
repetimos a modo de coletilla. Yo, por ejemplo, tengo tendencia, cuando
hablo, a utilizar en exceso la palabra
“digo” y en casa, mis seres queridos se
ríen cuando les suelto una parrafada en la que aparece una veintena de veces.
Siempre apostillan el final de mi discurso con un número: “¡siete! ¡Jajaja!
¡Siete veces lo has dicho!” Me muero de rabia cuando me lo hacen pero,
ciertamente, es una forma de tomar conciencia y no seguir atormentándoles los
oídos.
Cuando una frase, sin más, se extiende tanto y tan rápido… una se
pregunta: ¿Quién habrá sido el famosete que la ha puesto de moda, en qué
contexto la habrá dicho y cuántas veces repetido para que haya calado de esta
manera en la sociedad de a pie? Lo cierto es que, esta locución, tiene “cierto
airecillo intelectual”… cuando se dice es como si lo anteriormente hablado o lo
que se va a concluir fuera de una importancia vital y… da empaque a algo que
puede ser pura cháchara y palabrería vacía de contenido. Intentad introducirla
en una conversación de lo más cotidiana y ya veréis cómo aquello toma otro aire.
De todas formas no sé vosotros, pero yo
me pongo a discursear en voz alta tratando, con toda intención, de introducirla
en el monólogo y…, “en ese sentido” me siento terriblemente ridícula y absurda… ¡no
lo consigo ni para atrás!
Desde
que he escrito esta reflexión y mientras esperaba para hacérosla llegar, ha
cambiado la moda y ahora se utilizan a diestro y siniestro los sustantivos ”épico y legendario”. Me han
explicado que su origen está en los videojuegos. Pero, encabezando la lista de
uso está el adjetivo “POTENTE”:
potente es una teoría, potente es un discurso, potente es un ambiente, potente
es una música, potente es un plato de comida… Presta atención a ver cuántas
veces eres capaz de escucharlo en un día.
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