viernes, 4 de mayo de 2018

Un mundo sin bolsillos

¡Aquellos sí que eran tiempos difíciles para los niños! Ya de bien chicos aprendíamos el arte del autocontrol por puro instinto de supervivencia. ¡Pobre de aquel a quien, el hormiguillo de la inquietud y la curiosidad, le llevase a salirse de la fila o levantarse de la silla!...La vara andaba siempre presta a posarse en tu trasero, como aquella mano invisible que no viste venir y de pronto  se adhirió a tu oreja… cuando te dabas cuenta, estabas de vuelta en tu sitio con el culo caliente y la oreja colorada  sin entender el por qué. Estas artes persuasorias tenían el poder de devolverte a la insulsa realidad y mantenerte siempre alerta  porque nunca sabias cuando ni por dónde te iba a llegar el premio de una de ellas. Y la imagen se repetía tanto en la escuela como en casa: Cuando tu padre o tu madre decían “¡quieto!”…¡¡¡quieto era quieto…!!! ¡Ni parpadeabas! ¡Por si acaso! La orden imperativa de un adulto era incuestionable… al menos en voz alta y “por lo bajines”… ¡Que no te oyeran! Eso lo aprendí bien pronto.

 Pero si aquello de estar quieto, para un niño lleno de vitalidad, ya era arto difícil… ¿qué me decís de aquella otra frase, tan tentadora,  que seguía al “¡quieto!” cuando nos encontrábamos en un lugar que no fuera nuestra casa?: “¡quieto,Y NO TOQUES NADA!”…mmmm ¡qué peligro tenía aquello! ¡No tocar! ¡En la prohibición estaba la invitación! Ya no veías más que objetos dignos de ser tocados, acariciados, inspeccionados… la mente se devanaba en encontrar una forma de hacer llegar hasta ellos las manos sin ser visto, burlando la estricta supervisión de los adultos y el latigazo del cachete. E ibas notando cómo, involuntariamente, los dedos se despegaban del puño, los brazos del cuerpo y, en cámara lenta, todo tu ser se aproximaba al objeto del deseo, al mismo tiempo que mantenías la mirada vigilante sobre el adulto de turno, sin perder de vista sus manos… y por fin conseguías alcanzar, apenas con el índice, aquello que se prohibía... ¡¡¡No podíamos tocar nada!!!. Poco placer conseguíamos más allá del que produce transgredir una norma.

Éramos una generación de niños paticortos y mancos de tanto estar quietos, de mantener pegados los brazos al cuerpo y esconder las manos en los bolsillos, para no tocar… Eso sí, nuestros ojos se hicieron ¡¡¡enoooormes!!!  después de estar media vida desorbitados mirando para no perderse ningún detalle y, con unos reflejos extraordinarios para esquivar la cachetada o salir corriendo antes de ser visto.

 Todavía hoy, sobre todo cuando entro en unos grandes almacenes, sigo escuchando en mi cabeza la frasecita de advertencia e, inconscientemente, meto las manos en los bolsillos o las sujeto una con la otra a la espalda  para que no me metan en algún lío. E incluso sigo sintiendo la falsa mirada escrutadora del dependiente en la nuca… que me sigue coartando.

Siempre he tenido la sensación de que al atarme las manos me privaron del acceso al conocimiento. Recuerdo, con gran pesar, la llantina que me llevé el día que visité por primera vez una exposición de esculturas y me “obligaron” a meter las manos en los bolsillos… ¡necesitaba tocar aquellas manos de piedra, aquellos rostros…! Y salí de la sala con la sensación de no haber visto…

Sin embargo, observo con cierta diversión, cómo hoy en día, que estamos en la era digital y el “touch it”, los carteles de “Se ruega no tocar” se han colocado, sobre todo, por un exceso de tocamiento e imprudencia: metemos el dedo o la mano incluso en cosas que, por higiene o salud, no deberíamos tocar. 

Y me agrada infinito ver que ahora, aquella curiosidad, inquietud o el deseo de romper la prohibición que nos impelía a tocar a los niños de hace 40 años, sea la misma que lleva a los niños de hoy a tocar sin pudor. ¡Tocar! ¡Tocar! ¡Tocar! No se conocen las cosas de la misma manera con un sentido que con otro. No producen la misma sensación una mirada que una caricia por muy amorosas que ambas sean… y, por supuesto, no descarto ninguna de las dos. Son matices diferentes de una misma realidad.

Tocar… el tacto, debe ser tenido en cuenta y ocupar el puesto que le corresponde como sentido que incorpora y adquiere conocimientos. Cada persona, cada niño…aprendemos de distinta manera. Privar a alguien de aprender de su manera peculiar… es una forma de mutilación.

¡¡¡…volver a aprender en un mundo sin bolsillos!!!

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