viernes, 2 de febrero de 2018

Merengues de papel

Recientemente andábamos mi marido y yo un poquito “melosos” y decidimos salir a pasear, igual que en nuestra época de novios. Nos cogimos de la mano, como dos adolescentes, y nos dejamos llevar por el recuerdo y el romanticismo. Sin darnos cuenta, quizás por el exceso de almíbar que aquel día nos envolvía, aparecimos en el viejo parque al que, de jóvenes, como tantas otras parejas, acudíamos  al atardecer para… besarnos y “toquitearnos” al resguardo de miradas indiscretas. 

¡Ya, ya!, ya sé que da un poco de risa porque, claro,  como hoy puede uno darse un buen morreo con lengua sin ningún pudor en cualquier sitio, darle un buen repaso a tu novia  para ver de qué color lleva el tanga en mitad de la plaza o calentar el paquete de tu novio en la misma esquina de tu casa… Lo de dejarte acariciar  ¡¡¡por encima de la ropa y medio en privado!!! Parece antediluviano. Pero, no hace mucho era así.

A lo que iba, sin querer, sin querer… llegamos allí… y no para retozar porque, a partir de cierta edad el cuerpo no soporta incomodidades, pero no digo que, aquello no nos hubiera servido para calentar motores y que luego en casa… Pues eso ”hubiera o hubiese” sucedido algo… ¡ja! ¡Con el subjuntivo habíamos topado y en hipótesis nos movíamos! Porque de eso “ná de ná”. Acaso la visión de lo que allí descubrimos, por la vista, el olfato especialmente y hasta el tacto, consiguió que ese libido adormecido y perezoso no fuera capaz ni de asomarse a la ventana.

Los árboles seguían estando, más grandes y frondosos, lógicamente, que durante nuestra época de jovenzuelos pero, los complementos móviles que decoraban el conjunto… eran otra cosa.  Ya de entrada, en cuanto sobrepasamos unos metros la puerta principal del parque, el fuerte olor a orines nos hizo girar la cabeza a modo de rechazo. En un rincón  se amontonaban desperdicios y basuras de diferentes etiologías  a las que miramos con cierta pena pero, lo peor vino un par de pasos más adelante al descubrir todo un sembrado de… ¡¡¡heces humanas!!! 

Síii, podéis reíros y quizás pensar cómo pude saber que aquellos restos pertenecían a este sucio animal… Si acaso el olor o el lugar algo apartado y protegido de las miradas del paseo central podían haber dejado alguna duda de su procedencia, el adorno, a modo de merengue de papel, de unos clínex sobre cada una de las obras de arte dejaba, a modo de firma, bien sentado quienes eran los autores de aquel cuadro. Que yo sepa, y hoy por hoy, ningún perro es tan pudoroso para esconderse al hacer sus necesidades, ni lleva bolso donde guardar sus clínex, ni toallitas húmedas para higienizar sus partes. 

Así que, todo nuestro empalagoso romanticismo, de principio de la tarde, se quedó literalmente hecho mierda ante aquella visión de suciedad e  hizo que los recuerdos, tan excitantes por eróticos y furtivos,  quedaran vinculados para la posteridad con  esas desagradables imágenes y olores apestosos.

Tengo que confesar que el enfado  por el mancillamiento de mis recuerdos fue posterior, casi diría que lo hice consciente en el preciso momento en el que escribí estas líneas porque, lo que me surgió todo aquel espectáculo, fue indignación e impotencia: ¡qué poco valoramos y cuidamos lo que es de todos! ¿Acaso cada uno de nosotros defecaríamos en un rincón de nuestro jardín o entre los tiestos de nuestra terraza?.. No espero la respuesta porque ya me la sé… es obvia.

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