miércoles, 26 de diciembre de 2018

La manzana de Eva

¡Para, para, para! ¿Pero qué me estás diciendo? Eso es sólo un documento escrito más donde se puede constatar lo viejo y antiguo que es esto del maltrato a la mujer. Y esta historia o mito o como quieras llamarlo de Eva y la manzana puede ser interpretado de muchas otras maneras.

Se me ocurre una por ejemplo: 

Pues allí estaban el soso de Adán y la sosa de Eva paseándose por el jardín del Edén sin ninguna voluntad ni ninguna otra cosa que hacer que no fuera comer, crecer, multiplicarse y mirar al sol como dos animalillos más de la creación. Y, “hete tú aquí” que a Eva, y presta mucha atención que estoy diciendo Eva, como así lo marca el texto bíblico, y no Adán, se le movió la neurona animal y pensó: “Esto del árbol de la ciencia del bien y del mal suena interesante”.  ¡¡¡PENSÓ!!!

 Mientras, Adán correteaba y saltaba jugando entre los arbustos con unos ratoncillos sin ninguna conciencia. Y, Eva, como no podía ser menos, dejándose llevar por esa arcaica intuición animal, observaba el paraíso tan perfecto y aquel apetitoso y llamativo manzano… “¿qué está pasando aquí?”  Se preguntó.  Y aproximándose al frutal prohibido, ¡¡¡TUVO CURIOSIDAD!!!, tomó en sus manos una jugosa manzana, la observó, la olisqueó con su olfato animal y el visceral instinto le dijo:” Esto tiene que ser bueno porque si no, no estaría aquí “.

Adán continuaba a lo suyo, ajeno a toda reflexión, confiando siempre en que Eva le avisaría cuando la comida estuviera lista.

Eva se atrevió a cuestionar ridículos tabús y prohibiciones y… sin darle más vueltas, dejándose llevar por lo que le decían sus intestinos… ¡¡¡PROBÓ!!! el dulce fruto prohibido. Su mente apagada de animal domesticado se abrió al mundo. Y he aquí, que su buen corazón la llevó a compartir con su inconsciente compañero aquel magnifico descubrimiento.

Accedió al mundo del saber porque cuestionó lo establecido y se atrevió a ir un poco más allá.
¡Fue la mujer la que abrió las puertas al mundo del conocimiento! ¿Qué hizo Adán en todo esto? ¡Nada! Si todo hubiera dependido de él aún seguiríamos pastando en el campo.

Eva dio el primer paso hacia la evolución y ¿cómo se lo ha premiado la humanidad? Milenios de castigo y vejaciones. ¡No, no, noooo! No cometió ningún error ¿o quizás si?  ¡Claro que lo cometió! Su error fue adelantarse a su compañero: saborear en primicia el fruto del saber, ir por delante…  y compartirlo. Ella vio que aquello era bueno y quiso hacer partícipe a su compañero. Adán en vez de agradecérselo… tuvo miedo. El saber tenía implicaciones y le sobrepasaron.  No estaba aún preparado para dar aquel mordisco.
¡Pobrecito! ¡Jamás he visto personaje más infantil, inmaduro, sin ninguna voluntad ni criterio! Siempre un bien mandado que ni arriesga ni asume…  y deja que otros decidan lo que tiene que hacer. Sólo un animal más que hace girar la noria en un paraíso eterno de inconsciencia.

 Y el acusica de él, en vez de asumir su responsabilidad, va y se chiva haciéndose el mártir: ¡Fue la mujer!, ¡Fue la mujer!  ¡Ella me obligó¡ ¡Ella me obligó!...

En fin, este fue el primer gran pecado: el de envidia, no de desobediencia como quieren hacernos creer.  Cuando Adán se dio cuenta, cuando tomó conciencia de la grandiosidad de aquel hallazgo… no fue capaz de soportar no haber sido el artífice de aquella hazaña y se dedicó a vilipendiar a Eva llegando hasta nuestros días.


 Y yo, Ana Casado, de profesión Ama de casa me pregunto: ¿Les gustaría a muchos hombres ver la historia contada así? 

domingo, 16 de diciembre de 2018

...en ese sentido...

Cada cierto tiempo, ocurre que se pone de moda el uso de alguna expresión, palabra o frase y “en ese sentido” parece que, si no la utilizas un par de veces dentro de la conversación cotidiana, no estás al día. Da igual si viene a cuento o no, si queda bien o no encaja de ninguna de las maneras…hay que decirla: al principio, en el medio o al final…

En ese sentido” vemos como la frasecita sirve lo mismo de relleno durante unos segundos, en el que alguien se ha quedado en blanco, que para aquel que necesita pensar un momento para que su discurso tenga coherencia o, para aquel otro que, en el fondo, sólo quiere darse más importancia de la que en realidad tiene. 

Nos pasamos, “en ese sentido”, como buenos simios, el día entero observando a nuestros congéneres y ambicionando ser, en algún momento, el macho o la hembra alfa. La pose, los gestos, la forma de moverse, las palabras que utiliza… y, “en ese sentido” vamos configurando a todas luces una imagen artificial y efímera que, más que alzarnos a la cima del éxito, nos catapulta a la sima del ridículo.

Vamos tomando trocitos de aquí y de allá: de Fulano he tomado el gesto de la mano, de Citana la sonrisa permanente y de su compañero la literalidad de una frase graciosilla… pero resulta que, “en ese sentido”, lo has querido amalgamar todo en un bloque sin tener el gracejo para removerlo y, de resultas de tu estupidez, te ha salido un exabrupto del que no sabes cómo desprenderte. Lógicamente la educación exige una disculpa y aquí es donde terminas diciendo con toda la razón: No lo he dicho “en ese sentido”.

Últimamente no hago más que oír esta locución “en ese sentido”, bien como coletilla, pausa, encabezamiento o pura tontería. Me da la impresión de que todo el mundo la utiliza y, como dicen los adolescentes “ya me raya”. Me raya y las voy contando cuando escucho a alguien hablar… ¿sabes que la he llegado a contar hasta doce veces dicha por una misma persona en una conversación trivial? Me distrae tanto que “en ese sentido” dejo de escuchar.

Todo el mundo o casi todos tenemos una o varias palabras comodín que inconscientemente repetimos a modo de coletilla. Yo, por ejemplo, tengo tendencia, cuando hablo,  a utilizar en exceso la palabra “digo” y en  casa, mis seres queridos se ríen cuando les suelto una parrafada en la que aparece una veintena de veces. Siempre apostillan el final de mi discurso con un número: “¡siete! ¡Jajaja! ¡Siete veces lo has dicho!” Me muero de rabia cuando me lo hacen pero, ciertamente, es una forma de tomar conciencia y no seguir atormentándoles los oídos.

Cuando una frase, sin  más, se extiende tanto y tan rápido… una se pregunta: ¿Quién habrá sido el famosete que la ha puesto de moda, en qué contexto la habrá dicho y cuántas veces repetido para que haya calado de esta manera en la sociedad de a pie? Lo cierto es que, esta locución, tiene “cierto airecillo intelectual”… cuando se dice es como si lo anteriormente hablado o lo que se va a concluir fuera de una importancia vital y… da empaque a algo que puede ser pura cháchara y palabrería vacía de contenido. Intentad introducirla en una conversación de lo más cotidiana y ya veréis cómo aquello toma otro aire. De todas formas  no sé vosotros, pero yo me pongo a discursear en voz alta tratando, con toda intención, de introducirla en el monólogo y…, “en ese sentido” me siento terriblemente ridícula y absurda… ¡no lo consigo ni para atrás!


Desde que he escrito esta reflexión y mientras esperaba para hacérosla llegar, ha cambiado la moda y ahora se utilizan a diestro y siniestro  los sustantivos ”épico y legendario”. Me han explicado que su origen está en los videojuegos. Pero, encabezando la lista de uso está el adjetivo “POTENTE”: potente es una teoría, potente es un discurso, potente es un ambiente, potente es una música, potente es un plato de comida… Presta atención a ver cuántas veces eres capaz de escucharlo en un día.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Otra vez David contra Goliat

Juzguen ustedes mismos…
Recientemente volví a tener que coger el coche para hacer un recado en el que no podía prescindir de vehículo. El volumen y el peso de los bultos, que debía trasportar, hacían inviable la posibilidad de llevarlos en la mano y, por tanto, también me veía en la necesidad de aparcar lo más cerca posible de la casa de mi amigo. Para más “inri” vive en la zona céntrica de la ciudad, dónde encontrar un aparcamiento es, algo así, como que te toque la lotería primitiva.
Os digo por adelantado que soy de esas personas que respetan las normas de tráfico, especialmente las que tienen que ver con los aparcamientos, paradas en la vía… Por un pudor excesivo, que tiene que ver, lógicamente, con el respeto a los demás, si no lo hago correctamente, ese diablillo interior no deja de gritar mi infracción hasta que subsano la falta. Por eso, me tomo mi tiempo en estas tareas y les dedico todo el necesario para que el coche quede bien aparcado. No importa si luego me toca caminar más.
Pero, en este caso, necesitaba aparcar en un espacio muy concreto por aquello del peso y demás así es que, di vueltas y vueltas por el mismo sitio esperando que, en cualquier momento, alguna persona moviera su vehículo… Lógicamente iba más despacio incluso de lo que marcaban las señales de tráfico y, soy consciente que en alguna de las vueltas enervé al conductor que iba detrás. ¡Lo siento! 
En una de tantas ¡oh maravilla de las maravillas¡ vi a lo lejos, justo delante de la casa de mi amigo, cómo se encendían las luces traseras de un vehículo y que este iniciaba las maniobras para salir de su aparcamiento. Bailando de alegría con mi Ford Fiesta me fui aproximando, frené, marque mi intención de aparcar con el intermitente, esperé que saliera el otro coche y cuando este se fue, inicié la maniobra de aparcamiento: avanzo, paro, introduzco la marcha y, antes de levantar el pie del embrague para iniciar la maniobra, miro por el espejo retrovisor y… ¡PERO QUÉ ES ESO…! ¡En el espacio en el que pensaba aparcar mi “fiesta” se había metido de frente y atravesado el vehículo que esperaba detrás de mí..!. Yo no daba crédito a lo que estaba viendo. Me quedé quieta en el coche sin saber qué hacer hasta que… ¡el muy cabrón! (Perdonen la palabreja pero no se merece otra mejor), empezó a pitar y a hacerme gestos raros y agresivos. Bajé indignada del coche y él siguió haciéndome gestitos desde su gran cochazo. Le pedí explicaciones… y, aparte de reírse, ¡el muy hijo de la gran…¡ bajó intimidatorio de su coche y todo chulesco va y me dice que no marqué la maniobra con la suficiente antelación!
Nos enzarzamos. David contra Goliat. Me temblaban las piernas de indignación, cabreo y canguelo. Por si fuera poco, en su coche había una “viborita” que salió a sumarse a la disputa con comentarios ofensivos hacia mi persona, aspecto y cualidades físicas. Nadie en el entorno que pudiera haber visto lo ocurrido y echarme un capote. Coches que empezaban a llegar y a acumularse en la calle sentido único…¡¡¡Vergüenza, rabia, dolor, impotencia y más indignación!!!
Llorando, me volví a mi Ford. Por suerte, apenas unos metros más adelante, había quedado libre otro aparcamiento. La maldad me asaltó y por un momento deseé tener una herramienta adecuada para volver y rajarle las cuatro ruedas de su flamante auto.
… y ahora díganme si el hecho que les acabo de contar hubiera tenido lugar de haber conducido un “Gran Galoper”, medido un metro ochenta, pesado noventa kilos y tener un par de huevos y colgajo entre las piernas…

domingo, 21 de octubre de 2018

El hijo trajeado

Finales de noviembre. Ocho y cuarto de la mañana. Confiaba en que el frío hubiera  llamado a la pereza y encontrar la sala de espera más descongestionada. No puedo ocultar mi decepción  al ver todos los asientos ocupados. Sólo quedan libres los dos de la entrada. Justo donde me encuentro. Hice bien en traer el ebook para distraerme. Tendré un largo rato de espera.

Pido la vez. Un hombre de unos cuarenta años, muy repeinado, con traje, y me imagino oliendo a colonia, levanta la mano. Con mucha parsimonia comienzo a acomodarme y despojarme de las prendas de abrigo. Allí dentro el calor es sofocante: guantes, gorro, abrigo… todo bien colocado en el regazo, para que no se caiga. No hay más sitio. ¿El bolso? En la cima del montón (así puedo sacar el ebook y guardarlo rápidamente cuando me toque el turno). Una conocida, que seguro habría estado observando mi “tejemaneje”, me saluda desde el extremo opuesto de la sala. Respondo al saludo con un movimiento de cabeza y una sonrisa  ¡las manos las tengo ocupadas sujetando el montón!

¡Ya! Me siento con el ebook en la mano y, antes de iniciar la lectura, con la mirada periférica, hago un recorrido rápido  sobre las personas que me preceden: la mamá con el bebé, el padre con el niño, las dos señoras con ropa deportiva, el jovencito que moquea, la conocida, el señor del traje,  dos ancianos… Calculo el tiempo aproximado de espera: mínimo una hora y eso, si no surge alguna urgencia o imprevisto ¡nunca se sabe!

La pareja de ancianos y el señor del traje se encuentran justo delante de mí. Observo que mantienen una charla confidencial y sigilosa. Entre ellos hay algún tipo de relación porque, en un momento el señor trajeado  posa su mano sobre la de ella. Interpreto  que es un gesto de cariño tranquilizador. Ella, a su vez, se gira ligeramente y coloca su mano derecha sobre la del anciano. Hay complicidad entre ellos. Me enternece la imagen ¿a quién no? : un hijo que acompaña a sus padres ancianos al médico…

Me enfrasco en la lectura y por un rato ni veo ni oigo. Finalizado el capítulo, relajo la vista volviendo a hacer un barrido rápido sobre el resto de pacientes. Falta una de las señoras de chándal; los abuelitos y su hijo siguen con sus confidencias; el chico “moqueante” pide un pañuelo… y aparecen siete. Sigo con la lectura para no perder hilo. En un momento dado, lo allí escrito, llama especialmente mi atención y levanto la vista inconscientemente pero metida hacia dentro en mis pensamiento. ¡Esta era la señal! La señal que esperaba “el hijo trajeado” para verificar que no interrumpía mi lectura. – “¡Perdone!” Llamó mi atención bajito y educadamente. – “Quería decirle que ya no va usted detrás de mí.” Puse cara de poker… (¿será que se va?) – “Es que ahora va usted detrás de estos señores” (señaló a los ancianos). Luego… ¡no eran sus padres! – “Es que, me han cambiado el puesto”.  Entonces… ¡¡¡era eso!!!

La anciana, con el gesto de la bondad tatuado en su cara, se adelantó a mi estupor… ¿en su defensa? ¿Justificación…?  – “Es que tiene que ir a trabajar y va a llegar muy tarde.” ¿Trabajar…? ¿Llegar tarde…?
Algo distorsionó mi estado mental y ya no fui capaz de retomar  la lectura.


Yo creo que en el fondo, ¡viva mi cinismo! , me sentí  molesta porque aquello no acortaba el tiempo de espera y además desbarataba mi intuitiva predicción primera, de la que siempre me he sentido tan orgullosa: ¡haber visto  ternura donde sólo había interés! ¡¡¡Cómo pude estar tan ciega!!! ¡¡¡¡Sólo era un jeta más, aprovechándose de la bondad!!!

domingo, 7 de octubre de 2018

Derechos-pantalla

Esta mañana, mientras esperaba mi turno en la frutería, volví a escuchar una de esas conversaciones que me
Fotografía de Wikipwedia. Autor: Certo Xornal
sacan de mis casillas. Una señora se quejaba amargamente de un policía “con muy mal carácter” que “siempre” le llamaba la atención cuando llevaba los niños al colegio. “El policía avinagrado” ya le había puesto con antelación una multa por mal aparcamiento y hoy, había vuelto a recordarle que no podía estacionar allí. Misma señora, mismo policía, mismo lugar, misma infracción.

La señora, según comentó ella misma, con bastante mal carácter también, le replicó aludiendo a “su derecho a” llevar a sus hijos al colegio que quiera… ¡Qué gracia me hace usted señora y, tantos otros y otras que, enseguida, se atreven a sacar a pasear el listado de derechos, como único legado de la Constitución y con la sola intención de hacer prevalecer SU santa voluntad! ¡Pues claro que usted tiene derecho a llevar a sus hijos al colegio que le dé la gana… y los señores y señoras a los que su coche, por mal estacionamiento, no dejaba pasar… también tienen “derecho a”… o ¿ acaso se pensaba que este asunto de los derechos se hizo sólo para usted?

Escuché en silencio, la larga perorata de la señora y el asentimiento del señor frutero que, como buen comerciante, daba la razón al cliente. Apreté la mandíbula y los puños en un gesto de contención mientras me repetía: “No es momento ni lugar Ana que tú sólo has venido a comprar el pan y unas manzanas.”  Pero ella siguió y siguió despotricando contra los policías con la única intención de desviar la atención de su falta y justificar una actitud de “jeta empedernida” a pesar de que su turno de compra ya había terminado…

 Y yo me estaba… mordiendo la lengua por decirle: ¡Señora ”su derecho a” lleva de la mano izquierda “la responsabilidad de”, y de la derecha “la obligación para”, que, curiosamente, era lo que quería hacerle entender el policía al que usted tanto critica y lo que él, a su vez, estaba haciendo: “cumplir con su obligación en la regulación del tráfico y con la responsabilidad de atender con justicia a todos los ciudadanos”.

Cuando oigo a personas así, “exigiendo” sus derechos de una manera tan egocéntrica, tergiversando la realidad de forma descarada, haciendo que, lo que a todas luces es una justificación a su falta de civismo, quede convertido, con su verborrea, en una acusación de abuso de  poder…. se me agria el carácter. Son personas apabullantes y hay que hilar fino para darse cuenta de la trampa y no caer en ella. Y, no puedo dejar de preguntarme qué clase de sociedad estamos construyendo. Yo sólo veo una sociedad llenita de  “yoes”. Unos “yoes”, eso sí, muy inteligentes, capaces de hacer uso de la mejor oratoria sobre los derechos individuales, pasando por alto los derechos colectivos.

“¡Pobre, -dijo otra mujer-, si tenía que dejar a los niños… aparcar mal un ratito no será para tanto!” ¡La tiparraca aquella había conseguido su objetivo! Me encendí y ya no pude callar. Los argumentos que, anteriormente me habían generado desasosiego y pugnaban por salir, le cayeron, como un vómito incontrolado, a la pobre señora que sólo había sido una víctima de la primera. ¡Mis disculpas segunda señora, su buen corazón la precede!

Hacemos y perpetuamos una sociedad inmadura por temor. Se utilizan derechos fundamentales como “derechos-pantalla” para enmascarar lo que a todas luces es una “jetada”, un abuso… ¡y todos callamos!..  aunque sintamos ese hormiguillo por dentro que nos dice que algo está siendo manipulado. No sería políticamente correcto ir en contra. El miedo a ser señalados nos hace callar.

Y así, esa señora, dejó bien sentado que “un policía” le había cuestionando “su derecho a escoger el colegio de sus hijos” y se fue “de rositas” sin escuchar que en realidad, el asunto ponía de manifiesto su falta de responsabilidad por no madrugar un poquito más para tener tiempo de buscar un aparcamiento correcto, no molestar ni entorpezca el tráfico y de paso respetar el “derecho a“  de otras personas….


Esta mañana, la sociedad calló otra vez, cobardemente, dejando que la señora se fuera tan ricamente creyendo que todos los allí presentes le habíamos dado la razón aunque sólo fuera por omisión. YO INCLUIDA.

domingo, 16 de septiembre de 2018

¡¡¡Una red de viejos!!!

¡Pues mira tú que van a tener razón!

Recientemente vinieron a visitarme mis sobrinos, les invité a un cafetito, nos sentamos a la mesa de la cocina e iniciamos una charla desenfadada. En un arranque de confidencialidad les conté, toda emociona, que me había abierto una cuenta en Facebook. No sé si fue la emoción pueril, que me embargaba en aquel momento, lo que les hizo tanta gracia, o la constatación de  que llegaba demasiado tarde. Algo que para mí era tan novedoso, para ellos había pasado a ser antediluviano. ¡Qué rápido se mueve todo!

Después de la cariñosa risotada, porque ellos saben, y yo sé, que siempre ando poniendo resistencias a todo lo nuevo, muy amablemente mi sobrina me dice: “¡Pero tía, si eso es una red de viejos!”… ¡¡¡UNA RED DE VIEJOS!!!

En aquel “pero tía si es una red de viejos” yo quise entender que era aún demasiado joven como para relacionarme con aquellos carcamales que, supuestamente, frecuentaban esta red y, confieso que me sentí alagada. ¡Que una persona joven sea capaz de valorarte, sin llevar por delante el número escandaloso de tus años, y después de escuchar a mis hijos infinidad de veces eso de, “mamá estás mas trasnochada que un “Pentium ”… aquella exclamación era como canela para mi olfato y paladar.

Me explicaron que, ahora, Facebook ya no está de moda. Que lo que más éxito tiene es “eso de Snapchat” e “Instagram”. ¡Ni idea!  Aunque les dejé que hablaran, no presté demasiada atención.  Andaba yo ya... elucubrando: ¡Otro asunto más!, ¡Con lo que me ha costado entender y hacerme a esto del Facebook…!. Saltaron enseguida las voces de la resistencia…Yo, de momento… ¡Mejor me quedo con esto! ¡Qué miedo! ¡Algo nuevo!

Lógicamente me intrigaba más la otra parte más decepcionante: ¿Cómo podía ser que Facebook fuera algo de viejos? Repasé mi lista de amigos… que por cierto, acabó enseguida. Y, bueno, como no podía ser de otra manera, mis amigos eran pocos y la mayoría, era obvio, más o menos de mi edad, salvo un par de excepciones. “¡Lo ves… viejos!” que dirían mis hijos. Para ellos viejo es todo aquel que supere los veinticinco… Pero, como treinta personas  no es que se puedan considerar una muestra representativa, decidí fisgonear un poco por el Facebook de mi marido y… ¡oye tú!…la imagen fue exactamente la misma.

Me sentí decepcionada, no porque me viera “perteneciente a…”, que también, pero, sobre todo, porque, yo pensaba que aquí cohabitábamos todos en un “totum revolutum” y que, unas y otras generaciones quedábamos difuminadas enriqueciéndonos mutuamente sin tener en cuentas nuestras edades. Y.., ¡mira tú por dónde! las generaciones jóvenes que, habían sido, precisamente, las que habían puesto de moda este espacio, parece como que hubieran estado esperando a que nosotros lo colonizáramos para, acto seguido, buscarse otro lugar y volver a poner distancia entre padres e hijos, jóvenes y mayores...

Cuando tenía quince años, los de mi edad llamábamos mayores a los de veinte y viejos a los de treinta. Con treinta, mayores eran los de cincuenta y viejos los de setenta. Ahora con “cincuentaitantos”… ¡dejémoslo estar!


Lo que sí veo claro es que, para mis hijos no puede ser muy distinto de lo que lo fue para mí por lo que  si  para ellos Facebook es ya una antigualla, lógicamente los que lo frecuentamos, a sus ojos, somos auténticos dinosaurios.

domingo, 17 de junio de 2018

Enfermedades de género

Ya sabéis que, mi humilde hogar no es un gran laboratorio donde archivar documentos, ni dispongo de una gran base de datos… en mi cocina. Polvo, acaso sí, se me va quedando en abundancia en las estanterías si me descuido y entretengo en estos menesteres de escribir.  No vayáis por tanto a buscar en mis escritos verdad científica avalada por sesudos estudios, abundante bibliografía o un muestreo exhaustivo. La cosa es mucho más sencilla. Observo, percibo, siento… y concluyo. Dejo para los expertos los análisis pormenorizados y la rigurosidad documental. Aún así, no creo que tanta parafernalia sea necesaria para poder opinar y constatar algunas realidades.

Una de esas cosas que me ha llamado mucho la atención es que, en el mundo de la publicidad, existen enfermedades propias del sexo masculino y enfermedades propias del sexo femenino. Y no me refiero únicamente a que ellos padezcan de próstata y nosotras de dismenorrea. Eso es tan obvio que no tiene ni gracia. Estoy pensando en cosas mucho más sutiles pero tan a la vista… que a veces me resultan hasta escandalosas. 

A los hombres, en la publicidad, casi siempre se les asignan enfermedades ubicadas de la cintura para arriba: angina de pecho, infartos cerebrales…el corazón y la cabeza son los lugares por excelencia que se les estropea a nuestros varones, quizás  por aquella antigua teoría griega de que son los órganos donde se albergan las cualidades más altas y nobles atribuidas a este sexo: el pensamiento, la pasión y el impulso y, por ende, las que ellos más cultivan y utilizan. 

Sin embargo a las mujeres nos asignan enfermedades ubicadas de la cintura para abajo. Más propias del bajo vientre donde se albergan los instintos más básicos y primarios: comer. defecar, orinar, procrear… aquello que de común tenemos con los animales. Sí, ya sé que es una visión terriblemente primitiva y arcaica. Pero, no creo yo que esté tan superada como las mentes bien pensantes creen.

¿Díganme entonces cómo es que en los anuncios de la tele siempre son los hombres los que cuidan el corazón y por el contrario sólo las mujeres sufrimos de hemorroides? ¿Por qué a ellos les sigue doliendo la cabeza y nosotras somos las que corremos al retrete por que sufrimos de estreñimiento? Y para colmo… deben de creerse  que nos gusta eso de introducir algo por el ano para evacuar… porque la cara de placer y satisfacción que les obligan a poner a esas mujeres…

Ya no vamos a entrar en el negociazo que se ha hecho con la mujer en torno a la menstruación… para nosotras compresa, tampax… que hacen de esos días una fiesta nacional. ¡Pero si estamos jodidas aunque usemos tampax! No conozco ninguna mujer de la vida real que haga tanta idiotez por que le ha bajado el periodo. Cómo si para nosotras tener la regla fuera el sumun de nuestro ser y  lo único a lo que aspiramos.
Para ellos sin embargo,  coches de alta gama y, en el peor de los casos, un desodorante… eso sí para realzar su masculinidad. Tengo ganas de que en algún momento aparezcan compresas de incontinencia para ellos. Ya veo el anuncio con un atractivo y sonriente cuarentón diciendo: “Para que la última gota… no quede en el calzón”…y todas las demás por supuesto. Porque claro, los hombres ¡por dios, no sufren esa vergüenza! ¡Como que no supiéramos las mujeres lo que hay! ¿Os imagináis a George Cloney diciendo un slogan del tipo: “Pon este paño “sir” junto a tu paquete, lo sentirás seco y grandote… ¿qué si no?” mientras en su mano muestra sonriente un artilugio de celulosa en forma de huevera y una cámara obscena se acerca despacito hacia el lugar de colocación…¡¡¡¡Gritarían las mentes decentes!!!! E “ipso facto” sería retirado de las pantallas.

Tampoco quiero pasarme al otro lado pero, me queda la sensación que, del trato degradante y evidente de la mujer en la publicidad hemos pasado a una degradación más sutil y menos visible y eso, me parece más peligroso. 

Algunas marcas ya cuidan un poco estos temas y comienzan a verse tímidamente anuncios que publicitan por igual y con el mismo producto para los dos géneros, pero aún queda mucho camino que recorrer.

sábado, 2 de junio de 2018

Patchwork por necesidad

Se me había acabado la pila del reloj y aquella tarde decidimos salir a pasear y aprovechar para pasar por la joyería y ponerle una pila nueva. Era víspera de una fiesta comercial y… en la calles se notaba ese aire apresurado de quienes aún no habían encontrado lo que necesitaban para agasajar a su ser querido. Como no podía ser menos, la joyería sufría del mismo “síndrome de la última hora” y se encontraba abarrotada de personas ansiosas e indecisas que exasperaban más todavía al resto de clientes. 

Como la cosa parecía que iba para largo y, presionar con una mirada inquisitiva no iba a acelerar el proceso, me decanté por fisgonear en los estantes pero, en realidad, lo que hacía era escuchar las conversaciones ajenas… ¡Ya sé!, ¡ya sé  que no está bien¡ pero, es que… ¡es una fuente de información excepcional! 

Una de las señoras, que estaba siendo atendida, comenzó a contar una historia de cuando era pequeña y, discretamente, me coloqué detrás de ella para no perder detalle. La buena mujer había llegado allí con la secreta esperanza de poder arreglar el viejo reloj de cadena de “su difunto marido” y poder regalárselo a su hijo en la fiesta que se aproximaba. Mientras el reloj era valorado por el técnico, la dependienta, como propietaria y buena profesional que cuida de su negocio, siguió prestando toda la atención a su anciana clienta. El gesto me llenó de ternura, por la delicadeza que manifestó y por la  prioridad que dio a la persona. Esto hizo que la señora se relajara y nos deleitara con la historia que paso a relataros a continuación:

“Antes, no había tanto dinero cómo ahora y lo poco que había se gastaba con mucha prudencia. La verdad es que había mucha necesidad y en mi casa no era menos que en las otras. Siempre se miraba cómo arreglar las cosas que se estropeaban, o como darles un nuevo uso o alargarles la vida de la forma que mejor se le ocurriese a cada uno. Jajajaja. Recuerdo que mi madre siempre me decía “Si remiendas el sayo, pasas el año y, si lo vuelves a remendar… lo vuelves a pasar”.  Jajajaja ¡y tanto que lo hacía! Todavía guardo la imagen de aquellas sábanas de algodón tan “requeterremendadas” y que, siempre me pregunté si quedaría algo de la sábana original.

Pero, de lo que más me acuerdo, siguió la señora,  es de la ropa. Cada año estrenábamos ropa. Pero, no os engañéis. No íbamos a ningún centro comercial. Todo se confeccionaba en el taller-cocina de mi madre de cuatro a seis de la tarde, mientras de fondo se escuchaba la novela radiofónica. El vestido del año anterior se iba estirando por arriba y por abajo. Primero se sacaban los bajos y costuras y después, se iban añadiendo trozos de otras telas  viejas que mi madre guardaba enrolladas. Lo colocaba todo sobre la mesa e iba buscando la mejor combinación posible. Luego, lo cosía con gusto y primor dando un nuevo aire a lo que ya parecía no tener ni aliento. 

¿Y los jerséis? Jajaja, las franjas de colores iban apareciendo en las mangas y el cuerpo y,  con los años, quedaba un bonito arcoíris. Podían haber sido la envidia de los pediatras actuales… pues, ¿no era aquello una auténtica  curva  de crecimiento?  El grosor de la franja marcaba los centímetros crecidos”.
Evocaba la anciana sus recuerdos con pausas de pequeños silencios… ¡lo que hubiera dado por ver y oír esos espacios! Y, después de una de esas paradas, un poco más pronunciada que el resto, a modo de conclusión, nos volvió a decir: “… Y a veces, me daba vergüenza salir a la calle o ir a la escuela con aquella ropa… (Silencio)…Y hoy, mira tú por dónde, ¡estaría de moda!”.

Los que escuchábamos nos reímos con una carcajada espontánea y llena de empatía hacia la simpática señora, conscientes de lo trágico del tema y, del desenfado y alegría con que lo narraba.

Me quedé callada permitiendo que sus recuerdos calaran en mi interior y sin querer, como una saetilla, nació el título para esta reflexión: “Patchwork por necesidad”…

¡¡ ¿Patchword? Ana!! … Lo confieso, aunque me duela reconocerlo, nació así. Pero, mi ser española y castellana no me permite concluir de esta manera la reflexión de hoy. ¿No es acaso nuestro idioma rico en palabras y matices?... Pues… ¡RETACERÍA! El arte de construir algo a base de trozos se llama RETACERÍA. Y en nuestro país, como en muchos otros, se lleva haciendo desde… ¡toda la vida! Y, lo que surgió para cubrir una necesidad hoy, se ha convertido en toda una técnica artística. Un aplauso para las que lo han hecho posible.

sábado, 19 de mayo de 2018

Desafortunados bichitos

La verdad es que me quedé muy sorprendida con aquel correo: Sanguijuelas… ¿había leído sanguijuelas? La palabra en sí, nada más leerla ya me produjo cierto desasosiego, rechazo, repugnancia… y no precisamente porque haya tenido algún desafortunado encuentro con alguno de estos “bichitos”.

Sin embargo, creo que, mi estimado lector, para nada quería perturbar la vida pacífica de  esos tranquilos anélidos. A lo que quería hacer referencia era a una característica de un tipo de ellos los “Hirudo Medicinalis” que, han sido los que han generado ese rechazo popular tan visceral a los de su especie. No os vayáis a pensar que soy una docta en el tema. ¡Para nada! La ignorancia y la curiosidad me han llevado a recurrir a la “Wikipedia”. Y es que, este tipo de bichitos tienen la buena costumbre, como su nombre indica, de alimentarse del precioso fluido que nos recorre interiormente a los vertebrados, ¡sí también a nosotros!, pegarse a sus cuerpos e ir satisfaciendo sus necesidades a placer…  Su único trabajo y esfuerzo en la vida consiste en mantenerse bien adherido para seguir succionando. 

Y  fue esta característica, sin ninguna duda, la que llevó  a mi seguidor a pedirme una pequeña reflexión sobre estos animales. He tenido que recurrir, como siempre, a la RAE para encontrar y confirmar lo que ya sabía y que no aparece en la gran enciclopedia de internet: ¡¡¡“Existen sanguijuelas de dos patas”!!! ¡Esto es lo que nos interesaba¡… y son muchísimo peores que los invertebrados anélidos! Porque, la sanguijuela animal, se pega a su portador y toma de él únicamente la cantidad necesaria para vivir, cantidad que este a su vez regenera con relativa facilidad, pudiendo continuar su vida sin ninguna dificultad. Una vez satisfecha su apetito, ella sola se desprende y abandona a su presa.

Pero, esos otros “seres de dos patas”, se pegan a sus congéneres, generalmente más débiles y desvalidos, para vivir a su costa hasta que acaban con todos sus bienes y energías. “Las desposeen…” dice el diccionario… que es más educado que yo.

Dejadme que os cuente cómo fue mi experiencia: Empezó por preparar un escenita “¡uy, no llevo nada encima ¿te importaría prestarme diez euritos?”. Ahí estaba comprobando de qué calado era mi corazón. Y como eres buena persona te apresuras a echar mano de la cartera e instintivamente vas por el billete azul  que no el rojo. ¡Faltaría más!  Ahí, ¡ya la has liado!
Pasados unos días se repitió el asunto con un escenario parecido. Esta vez la cartera se la habría dejado sobre la mesilla y la cantidad solicitada, curiosamente, era la que le había dado la vez anterior. El instinto, que aunque de bondadoso tiene mucho y no es tonto, esta vez iba más tranquilo, en busca de la cartera, sopesando las posibilidades: “huy, fíjate sólo tengo un billete de cincuenta”. ¡Vayaaaaaa! ¡Volviste a caer! “¡Estupendo, ya te lo devuelvo todo en cuanto cobre!” Y no me dio tiempo a reaccionar. Me quedé con la boca abierta y la cartera pelada. 

Así pasaron unos meses mientras él preparaba las siguientes estrategias. Primero necesitó dinero para un proyecto magnifico que detalladamente me explicó, y más tarde para subsanar una emergencia que no admitía demora. En cualquiera de ambos casos apeló al chantaje emocional. ¡Cómo no vas a ayudarle! Tampoco soy una desalmada. ¿Y si resulta que es el negocio del siglo y por no darle esos seiscientos euros que le faltan pierde la oportunidad? ¿Y si efectivamente por no hacer el pago en este momento luego la deuda se triplica?... Intentas alargar un poco la situación valorando…: “Es que ahora no tengo ese dinero en efectivo. Tendría que ir al banco”. Mmmmm  ¡Te volvió a pillar! “No sabes cuánto te lo agradezco, ya te acompaño al banco”. Pura estrategia. Lo hizo para que no pensara por el camino, no fuera a ser que cambiase de opinión. Y mientras tanto seguía manteniendo altos mis niveles de generosidad con su verborrea. 

Y así, esos seres van succionándote poco a poco hasta acceder a tu tarjea de crédito. Terminas por ser tú quien pide permiso a ellos para poder disponer de tu dinero y tus bienes. ¡Y te hacen un favor! 

¡¡¡Malditas sanguijuelas de dos patas!!!

 Seguro que todos conocéis a algún bichejo de estos. En mi caso, así fue. Por eso quizás, tuvo  eco el correo de antaño y, a pesar de la repugnancia que me produjo el animal, que ninguna culpa tiene de ser lo que es y de alimentarse de la forma que lo hace, su presencia siguió acompañándome hasta hoy, día en el que he decidió dedicarle unas líneas para que se vaya de una vez. 

El asunto, ahora mi querido lector es, cómo desprenderse de un parásito así. Parece imposible ¿verdad? La “wikipedia” sigue diciendo que es relativamente fácil. Te hago un resumen… a mi manera claro: Hay que ser decididos, ágiles y contundentes; no tenerles miedo, aunque nos resulte repulsivo o amenazador; no mostrar dudas ni debilidad, confiar en que vamos a ser capaces de hacerlo; eso sí, siempre pillarlos por sorpresa, como cuando quieres despegar una lapa de la roca, para que no se agarren con más fuerza, hacerlo con rapidez para que no le dé tiempo a reaccionar; y por último, sacudirlo lejos, con contundencia, para evitar que se vuelva a agarrar. No darles otra oportunidad.

Mi querido lector, si sigues por ahí, te deseo una feliz desparasitación. Por mi parte, con esto, también quedo curada.

viernes, 4 de mayo de 2018

Un mundo sin bolsillos

¡Aquellos sí que eran tiempos difíciles para los niños! Ya de bien chicos aprendíamos el arte del autocontrol por puro instinto de supervivencia. ¡Pobre de aquel a quien, el hormiguillo de la inquietud y la curiosidad, le llevase a salirse de la fila o levantarse de la silla!...La vara andaba siempre presta a posarse en tu trasero, como aquella mano invisible que no viste venir y de pronto  se adhirió a tu oreja… cuando te dabas cuenta, estabas de vuelta en tu sitio con el culo caliente y la oreja colorada  sin entender el por qué. Estas artes persuasorias tenían el poder de devolverte a la insulsa realidad y mantenerte siempre alerta  porque nunca sabias cuando ni por dónde te iba a llegar el premio de una de ellas. Y la imagen se repetía tanto en la escuela como en casa: Cuando tu padre o tu madre decían “¡quieto!”…¡¡¡quieto era quieto…!!! ¡Ni parpadeabas! ¡Por si acaso! La orden imperativa de un adulto era incuestionable… al menos en voz alta y “por lo bajines”… ¡Que no te oyeran! Eso lo aprendí bien pronto.

 Pero si aquello de estar quieto, para un niño lleno de vitalidad, ya era arto difícil… ¿qué me decís de aquella otra frase, tan tentadora,  que seguía al “¡quieto!” cuando nos encontrábamos en un lugar que no fuera nuestra casa?: “¡quieto,Y NO TOQUES NADA!”…mmmm ¡qué peligro tenía aquello! ¡No tocar! ¡En la prohibición estaba la invitación! Ya no veías más que objetos dignos de ser tocados, acariciados, inspeccionados… la mente se devanaba en encontrar una forma de hacer llegar hasta ellos las manos sin ser visto, burlando la estricta supervisión de los adultos y el latigazo del cachete. E ibas notando cómo, involuntariamente, los dedos se despegaban del puño, los brazos del cuerpo y, en cámara lenta, todo tu ser se aproximaba al objeto del deseo, al mismo tiempo que mantenías la mirada vigilante sobre el adulto de turno, sin perder de vista sus manos… y por fin conseguías alcanzar, apenas con el índice, aquello que se prohibía... ¡¡¡No podíamos tocar nada!!!. Poco placer conseguíamos más allá del que produce transgredir una norma.

Éramos una generación de niños paticortos y mancos de tanto estar quietos, de mantener pegados los brazos al cuerpo y esconder las manos en los bolsillos, para no tocar… Eso sí, nuestros ojos se hicieron ¡¡¡enoooormes!!!  después de estar media vida desorbitados mirando para no perderse ningún detalle y, con unos reflejos extraordinarios para esquivar la cachetada o salir corriendo antes de ser visto.

 Todavía hoy, sobre todo cuando entro en unos grandes almacenes, sigo escuchando en mi cabeza la frasecita de advertencia e, inconscientemente, meto las manos en los bolsillos o las sujeto una con la otra a la espalda  para que no me metan en algún lío. E incluso sigo sintiendo la falsa mirada escrutadora del dependiente en la nuca… que me sigue coartando.

Siempre he tenido la sensación de que al atarme las manos me privaron del acceso al conocimiento. Recuerdo, con gran pesar, la llantina que me llevé el día que visité por primera vez una exposición de esculturas y me “obligaron” a meter las manos en los bolsillos… ¡necesitaba tocar aquellas manos de piedra, aquellos rostros…! Y salí de la sala con la sensación de no haber visto…

Sin embargo, observo con cierta diversión, cómo hoy en día, que estamos en la era digital y el “touch it”, los carteles de “Se ruega no tocar” se han colocado, sobre todo, por un exceso de tocamiento e imprudencia: metemos el dedo o la mano incluso en cosas que, por higiene o salud, no deberíamos tocar. 

Y me agrada infinito ver que ahora, aquella curiosidad, inquietud o el deseo de romper la prohibición que nos impelía a tocar a los niños de hace 40 años, sea la misma que lleva a los niños de hoy a tocar sin pudor. ¡Tocar! ¡Tocar! ¡Tocar! No se conocen las cosas de la misma manera con un sentido que con otro. No producen la misma sensación una mirada que una caricia por muy amorosas que ambas sean… y, por supuesto, no descarto ninguna de las dos. Son matices diferentes de una misma realidad.

Tocar… el tacto, debe ser tenido en cuenta y ocupar el puesto que le corresponde como sentido que incorpora y adquiere conocimientos. Cada persona, cada niño…aprendemos de distinta manera. Privar a alguien de aprender de su manera peculiar… es una forma de mutilación.

¡¡¡…volver a aprender en un mundo sin bolsillos!!!

viernes, 20 de abril de 2018

Amistades fantasma

Me considero una persona afortunada y privilegiada: en mi entorno más cercano aún conservo un buen puñado de familiares y amigos, de esos que se sientan a una mesa para algo más que atiborrarse de las últimas exquisiteces sugeridas por los “realitys” de cocina. Un buen número de entrañables amigos capaces de prolongar, con su profunda y sincera conversación, una sobremesa más allá de las últimas chorradas que circulan por Facebook. Unas cuantas personas de mirar honesto que te acogen con los ojos cuando les hablas y te sienten en el corazón cuando te escuchan. De esos pocos de los que, cuando están contigo… “están contigo” que se desconectan del mundo para prestarte toda su atención. Sé que es así porque lo veo,  porque, previo a sentarnos a la mesa, apagan sus móviles, que se pierden en el fondo de los bolsos o se van con sus abrigos al perchero, sin que aparezcan en toda la velada sobre la mesa, como si de un fantasmagórico comensal se tratase… 

Son amigos con los que no te da miedo desnudar el alma porque, desnuda te muestran la suya… y, ante un gesto tan grande de honestidad, es imposible mantener un rincón  oscuro. Tu alma sale sin querer en busca de aquello que se le está ofreciendo y de lo que tan necesitada se encuentra. 

Me vienen a la cabeza cantidad de lugares… hermosos sobre todo, por la infinidad de recuerdos y sentimientos que llevan  aparejados: Santander, Segovia, Zaragoza, Palencia… Apenas conozco esas ciudades, quizás incluso me perdiera por sus calles. También afloran otros más humildes y chiquitos sin más arte ni historia que la que cada uno quiera darle… el patio de Luis y Cande, el porche de Eva… Sin embargo, en todos esos sitios he tenido la oportunidad y suerte de haber estado en varias ocasiones. Poco recuerdo de su arquitectura, de su arte o gastronomía… Nada tengo que dé testimonio visual o táctil de mi paso por todos esos sitios  que pueda mostraros. Sin embargo,  mi corazón y mi alma sí recuerdan emociones vividas que deslumbran como joyas: mi piel aún conserva el sabor salado de un abrazo de impotencia en Segovia, el corazón sigue sintiendo la sonoridad de una carcajada en Palencia, aún sigue vivo el calor de la acogida en la casita de la playa en Santander…

Sí, no me puedo quejar. Soy una mujer afortunada y rica: aunque va pasando el tiempo, han ido quedado un buen puñado de personas con las que la conversación fluye como si todo hubiese ocurrido ayer. Con  ellos, el tiempo y la distancia, no ha hecho sino acrecentar la intensidad de la relación…

Y todo esto, en el fondo, no es otra cosa que un canto al tiempo, a su disponibilidad, a los momentos que dedicamos a los demás, a su calidad, a su intensidad… El tiempo  que es el que hace que todo SEA, mientras que su ausencia destruye o no deja ser, que es lo mismo.

Ya tengo edad como para haber acumulado la suficiente historia que me sirva de auto reflexión y tengo que decir que, en mis cincuenta años, después de haber viajado y conocido buena parte de mi país y algunos cachitos de otros; después de haber visitado grandes catedrales e imponentes museos; subido montañas y explorado alguna que otra cueva… los lugares que mejor recuerdo son aquellos que visité en buena compañía y a los que les regale´ tiempo para que se fueran acomodando en el interior. Y ahí han quedado en forma de sensación indeleble, con nombres propios de personas…

Y, siento una gran inquietud al ver cómo esta falta de tiempo, cada vez  más notoria, genera un montón de carencias afectivas, de madurez… en las nuevas generaciones y que, a su vez, conlleva una insatisfacción generalizada… Veo a mis hijos, absorbidos por el “TODO-YA-Y-RÁPIDO” tan preocupados como están en acumular pertenencias y miles de amistades fantasmas…”, privarse de estas posibilidades de atesorar encuentros que es lo único que perdura.

Quisiera poder dejar a mis hijos, como la mejor de las herencias, el hábito de sentarse a charlar, escuchar y compartir. El  gran tesoro de acumular vivencias y recuerdos…

miércoles, 4 de abril de 2018

Así nació un músico

No es lo mismo haber nacido y haber vivido en una ciudad, que haber nacido y vivido en un pueblo. De la misma manera que, no es lo mismo haber nacido y vivido en un pueblo que, haberlo hecho en una aldea. Tampoco lo es haber nacido en una familia o en otra… El dónde es un factor muy importante a la hora de determinar qué seremos en el futuro. Las condiciones ambientales y el entorno, son la base de un buen despertar. No podemos aprender aquello que nunca hemos visto, o aquello de lo que nunca hemos oído hablar. Necesitamos al menos que alguien, aunque sea de forma muy rudimentaria, nos ponga en camino.

Eso creo que fue lo que le ocurrió a mi tío. La aldea en la que nació no daba para mucho más. Muchos recursos naturales, eso sí : la montaña, los árboles, los pájaros, el viento, el sol… de todo eso dio buena cuenta desde la más tierna infancia y sus sentidos se acostumbraron, enseguida, a distinguir el canto del jilguero del canto del canario, el viento que trae calor del que arrastra la lluvia… tampoco pasaron desapercibidos los terroríficos sonidos nocturnos que para él sonaban como nanas: El ulular del búho que sale de caza, el ratón que revuelve la hojarasca… todos ellos formaban parte de su repertorio sonoro y habían colaborado al desarrollo de una agudeza auditiva capaz de distinguir los sonidos más  sutiles del entorno.

Como cualquier niño de campo, que carece de otros entretenimientos más sofisticados, al menos en aquella época, pronto descubrió la capacidad y posibilidad de la imitación. Enseguida se dio cuenta de que podía repetir con su boca, silbando, muchos de aquellos sonidos con una exactitud tan asombrosa que atraía a los individuos propios de la especie que imitaba.

El abuelo, aunque hombre rudo de campo y sin ningún tipo de formación académica, (apenas sabía leer),  notó, con cierta prontitud, que aquello que su hijo hacía tenía algo que ver con un don. Y la curiosidad de ver “que pasaría si”, propia de cualquier ser humano, le llevó, una de esas escasas tardes de ocio, a tomar de la mano a mi tío y caminar hasta la chopera. Allí el abuelo sacó la navaja que siempre llevaba en el bolsillo y, con mucha tranquilidad, sin prisas, le fue mostrando cómo hacer un “chiflito” con la rama tierna de un chopo.

Sólo fue necesario un rudimentario silbato para despertar en la mente de mi tío la cantidad de posibilidades que aquello le abría. A partir de aquel tosco instrumento, fue construyendo otros cada vez más precisos a los que fue incorporando longitud y agujeros… y, se construyó sus primeras flautas… dejando muchas astillas y virutas  y, de cuando en cuando, un trocito de piel que la navaja no perdonaba.

Cuando mis abuelos decidieron llevarle a la ciudad a un internado para que estudiara, el germen de la música ya estaba bien arraigado y, los cantos de la oración de la mañana, de la misa y las vísperas de la tarde con los frailes, lo que  hicieron fue aumentar sus conocimientos y agrandar el deseo de seguir aprendiendo y tocando. Cuando esto había ocurrido, ya habían pasado los mejores años de aprendizaje y, todavía tuvo que esperar unos pocos más hasta que consiguió ahorrar para comprarse su primer instrumento: Aquella flauta travesera cuyo sonido armonizaba a la perfección con  la música que nacía en el valle.

Mi tío llegó a ser músico y, tocando y enseñando, consiguió vivir, aunque humildemente, de la música. Quizás si no hubiera nacido en una aldea, si no hubiera pertenecido a una familia humilde… quizás… No es lo mismo…

Pero también gracias a una mente observadora y abierta y a un “chiflito” de madera nació jugando y sin querer, sin querer… UN MÚSICO.

viernes, 16 de marzo de 2018

La "señoritonga"

Esta mañana, tempranito, uno de mis hermanos me ha enviado, por whatsapp, un vídeo de Thais Villas (colaboradora de “El Intermedio”). Mi hermano era muy consciente de que aquello tenía “cierta gracia”. Efectivamente y, también, … ¡muchos huevos!, por lo que me lo hizo llegar, a sabiendas de que me iba a reír pero, además, porque sabía que no lo iba a dejar pasar. Por algo somos hermanos. Haber vivido tantos años juntos da cierto conocimiento sobre las cosas que nos hacen reaccionar…

¡Efectivamente!, pasada la sorpresa inicial y la gracia, mi cabeza comenzó a “runrunear” dejando en un segundo plano las tareas cotidianas, que fui haciendo de forma mecánica, porque mi mente andaba ya pensando en este pequeño vídeo como un reflejo de lo que, realmente, hay en la sociedad. En él, una señora confiesa tener una persona que le hace las tareas de la casa y, curiosamente, no sabe determinar su horario: “Ella duerme allí, se pone a limpiar, pone la comida, luego descansa, plancha, nos pone la cena y ya está”. ¿¡TE PARECE POCO!? ¡De sol a sol! ¡Oiga usted! Y dicho así de rápido y breve parece que no hace “NADA”. Tendrían que haberle preguntado, ya de paso, a cuánto ascendía el salario de esa persona. Pero ese es otro tema.

Menos mal que  la señora tiene al menos la decencia de reconocer  que respecto a la casa, no da palo al agua. Ya nos lo había dejado bien claro con anterioridad pero es que, confiesa, que no trabaja en ningún otro sitio y que… ¡¡¡ES AMA DE CASA!!!...: ”No trabajo. Soy ama de casa”. Al grueso de mujeres y amas de casa, estoy casi segura que les chirriará esa afirmación, como a mí.  ¡La “señoritonga” hace una ecuación en la que las partes de la igualdad son NO TRABAJA = AMA DE CASA! ¿Acaso realizar las tareas de casa no supone un esfuerzo, un tiempo, una dedicación y un saber como en cualquier otro trabajo?... ¡Ya sé!… Sólo se  considera trabajo si cobras un salario y cotizas…

No puedo decir nada respecto a que esta mujer disponga del dinero suficiente para pagar a otra persona que le haga las tareas de la casa… ¡si existe un contrato de trabajo justo!… y he dicho JUSTO no legal. Es bueno para las dos partes. Pero…el “No trabajo. Soy ama de casa”… ¡Perdone usted, señora!, pero…, no nos engañemos, lo que se dice “SER ama de casa”… a mi no me parece que lo sea…. En tal caso… ¡dice y decide lo que tiene que hacer otra persona! Y eso, tiene otro nombre. ¿Cuál?  Mire usted, no lo sé, ¿o sí?  pero, lo que sí es seguro es que, no es “Ama de casa”. No al menos como yo lo entiendo. Quizás es que tengamos diferentes concepciones del concepto “ama de casa”: la mía, más humilde, es la de aquella mujer que cuida directamente, con sus manos, tiempo y esfuerzo de su propia casa y familia. Y la suya… es la de “dueña” que se enseñorea sobre bienes y criados y, en tal caso, ya estaríamos hablando sólo de “el ama”. Es una cuestión de semántica.

Lo cierto es que hay un porcentaje muy alto de personas, entre ellas más mujeres de las que desearía, que piensan que el oficio de “Ama de casa” consiste en horas en la peluquería, sesiones de rayos uva, tertulias de té y café, la manicura… que es lo que, en el fondo, hace esta mujer y el resto… para la “Chacha”.
En oposición a ese grupo, por desgracia más visible y apetecible, existe otro mucho más grande y real que, por decisión personal o necesidad, realizan ellas mismas el trabajo que sí es propio al “Ama de casa”, sin estridencias, sin banderas, con la sencillez y naturalidad  que lo caracteriza. Y a veces, sólo a veces, les queda tiempo y dinero para concederse el capricho y el lujo de poder ir un día a la peluquería ¿o es una necesidad?

Y, no olvidemos, que hace falta tener muchos huevos, en los tiempos que corren, para ser una auténtica “ama de casa” por vocación y, asumir TODAS las tareas que conlleva además de aceptar la discriminación social a la que te vas a ver sometida. Decir que lo eres cuando hay otra persona detrás que solventa todo el grueso del trabajo pesado… me parece un insulto hacia todas las demás amas de casa que cada día realizamos ese trabajo a cambio de un abrazo y un beso de nuestros seres queridos.

Soy Ana Casado. Soy mujer y  trabajo como  “Ama de Casa”.


viernes, 2 de marzo de 2018

El mito de la feliz embarazada

¿A qué mujer no se le ha caído el mito maravilloso y romántico de la feliz gestación después de tener el primer hijo? Lo mío fue una caída en picado desde lo más alto de Everest. Era la mía una imagen tan, pero que tan idílica, que me pasé, desde el primer día de la gestación, recogiendo los trocitos que se iban cayendo por doquier. Tal vez parte de la culpa la tuvo la edad porque, llegar a la maternidad siendo madurita o  ser madre “añosa”, como tuvo a bien llamarme el ginecólogo el primer día de consulta, hizo que viviera engordando ese mito de la feliz embarazada durante más tiempo.

Para empezar, concebir un hijo no es tan sencillo como parece. Te pasas los primeros años de tu relación de pareja pendiente de tomarte la píldora, de que tu compañero utilice el preservativo e incluso, alguna vez arriesgando con la marcha atrás… en fin, todo un periplo de historias para evitar un embarazo tempranero y a destiempo, para que, cuando finalmente decides que ya es hora, que deseas tener un hijo… ¡que si quieres arroz…! te das cuenta que aquello ni es tan fácil como parecía, ni  cosa de una decisión personal, ni aún de dos… si no de tres porque, la futura criatura, ya antes de ser concebida tiene mente propia y decide SER… cuando le viene en gana.

Pasan los meses, a veces incluso pueden haber sido años esperando, ilusionándote en cada ciclo para, finalmente decepcionarte. Cuando te rindes, cuando desistes en el empeño de la maternidad y te has armado de argumentos, que por otro lado no necesitarías ni tendrías porqué, para justificarte ante las preguntas y comentarios tan irritantes e inoportunos de familiares y amigos… “¿para cuándo el niño?”… ese mes… la mente de la futura criatura ha tenido a bien pasarse al estado del ser. Y, mira por donde, de repente, te descubres embarazadísima en un momento de tu vida en el que ya habías planeado una cosa totalmente distinta.

Y aquello no era más que el principio de toda una odisea… Comienzas un periplo de visitas médico-sanitarias que abarrotan tu agenda: analíticas, ecografías, ginecólogo, matrona, enfermera… y un sinfín de recomendaciones: toma ácido fólico, cuida el azúcar, presta atención al peso… que acatas sin rechistar en aras del bienestar de tu retoño.  Empiezas a sospechar que aquello no tiene nada que ver con lo que habías leído en las revistas: “Ser padres”, “tu niño y tú…” ¡¡¡¡…y toda una sociedad, oiga usted!!!… Ya no eres tú misma y pasas a formar parte de ese gran “segundo plano” del que ya nunca más vas a regresar.

Y lo que comenzó siendo un acto de amor y sexo privado entre tu marido y tú, el acontecimiento más ilusionante de una pareja que es dar vida a un ser… algo tan íntimo, tan nuestro, tan tuyo… pasa a ser un acontecimiento público en el que te conviertes  en mero recipiente… Lo único que importa es lo que hay dentro. Y como no está bien visto que una madre anteponga sus sentimientos al bienestar del hijo… pues callas, escuchas y obedeces, no vaya a ser que, por tu imprudencia,… pase algo. 

Ni que decir de la  entrepierna, ese lugar sagrado de tu ser, que de repente se convierte en la parte de tu cuerpo más visitada… Algunos especialistas, después de nueve meses, es probable que no te reconozcan por la calle porque, en todo ese tiempo, ni una sola vez te habrán mirado a la cara. Sin levantar la vista del informe te ordenaran: desnúdese de la cintura para abajo, súbase a la camilla… y será allí donde miren… mientras, tú miras distraídamente al techo como si aquello no fuera contigo. ¡Todo el recato de años expuesto a las miradas de desconocidos…! Eso sí, te ponen un pañito sobre las piernas para que no veas qué van a hacerte… ¡¡pero se nota!!

¿Y tu cuerpo…?...cuando un día, ya avanzada la gestación, te paseas distraídamente por la casa y, de soslayo, descubres en el espejo del pasillo a… ¡¡¡una extraña!!!… el grito que das llega hasta la casa de la vecina del sexto. ¡Dios mío qué es aquello que estás viendo¡ La estrechez de tus ropas ya había ido avisándote de que este momento llegaría pero, es la imagen que el espejo te devuelve la que te obliga a toquitear cada parte del cuerpo: los pechos, las piernas, la cara… con la única intención de cerciorarte que realmente eres tú. ¡¡Todo es enooorme!! Y lloras en silencio preguntándote si aquello volverá algún día a su sitio…

Son tales y tantos los cambios, los cuidados, las recomendaciones, pruebas…y tanto el tiempo que pasas en hospitales y centros de salud que una se pregunta si realmente se ha quedado embarazada o eres la portadora  del virus de un epidemia.

Y porque el espacio que, me tengo impuesto para las reflexiones, no da para más pero, de ese tema, tendríamos para un segundo y hasta para un tercero.

viernes, 16 de febrero de 2018

¿Asistencia en la búsqueda de empleo?


Hace unos días recibí una carta emitida por el Ecyl  en la que se me citaba en otra entidad a “participar en una acción de ORIENTACIÓN E INSERCIÓN LABORAL con el fin de asistirme en la búsqueda de empleo”. 

Vayamos por partes: En primer lugar en mi corta o larga vida laboral NUNCA, en ninguna circunstancia, he accedido a un puesto de trabajo que me haya facilitado esa entidad. Todos me han llegado vía amigos, conocidos, entrega personal del currículum, etc. Eso sí, en todos los casos, previo a la firma del contrato, he tenido que acudir a apuntarme “al paro” porque, por algún motivo que desconozco (¿Beneficios al contratador?, ¿Creación de listas?, ¿Estadísticas?), éste es un requisito indispensable para acceder a un puesto de trabajo. Por ello, un día decidí, como la mayoría, mantenerme apuntada para evitar colas el día que lo necesitase, si es que llegaba el caso, amén de otros beneficios como prestaciones, cursos retribuidos… de los que he oído hablar pero que, misteriosamente, nunca han estado a mi alcance o llegué demasiado tarde…

Tengo que reconocer que en dos ocasiones accedí a dos cursos de mi interés pero, no porque me convocaran o hubiera salido seleccionada por el sistema, sino porque me enteré “del dónde y el cuándo” y allí me presenté con todo mi morro, sin haber sido invitada, e hice saber  a los responsables de la selección mi grado de interés. Esperé hasta el final del acto de presentación y, en cuanto uno de los seleccionados manifestó el rechazo de la oferta….allí estaba yo para ocupar su puesto. Lógicamente mi inscripción interesaba a los responsables del curso, puesto que garantizaba la viabilidad y la finalización del mismo, requisito imprescindible para poder cobrar las subvenciones que se otorgan a las entidades que los ofertan.
En segundo lugar decir que, es la tercera vez que se me convoca para este motivo. La primera  me atendió una jovencita monísima  a la que no le calculé más de 25 años. Probablemente acababa de terminar la carrera no hacía mucho - de esos nuevos grados que nadie sabe en qué consisten-  y, en consecuencia, éste debía de ser su primer trabajo. Desbordaba energía e ilusión y estaba encantada de mostrarnos, a los parados, cómo se debe buscar un empleo. No quise decepcionarla ni desanimarla y la dejé hacer. Permanecí con ella durante una hora y media, más o menos, tiempo en el que creyó, ilusamente, que me enseñaba a hacer un currículum. Su inocencia no le hizo sospechar que yo ya los hacía cuando ella aún estaba en la cuna. Después me contó aquello de cuidar el aspecto para las entrevistas de trabajo… se vio que no le gusto mi forma de vestir… y me explicó  los lugares donde se publicaban ofertas de empleo como si me estuviera descubriendo un mundo nuevo… ¡Y en todo la dejé hacer!

En la segunda ocasión, la mujer que me atendió ya no era la misma jovencita, y yo ya sabía de qué iba el asunto. Tenía la impresión de sentirme utilizada para justificar el salario de otros, engordar estadísticas y, a la vez, la ligera sensación de que me hacían perder mi valioso tiempo, por lo que decidí vestirme de forma sencilla y elegante y, darme un toque de color en los ojos y los labios… vamos, como si fuera a una entrevista de trabajo. Después metí en una carpeta, primorosamente ordenadas, dos copias respectivas de los dos modelos de currículum que guardo en el ordenador desde hace un montón años que voy  actualizando, añadiendo cursos nuevos, retirando los más añosos etc., para ahorrar tiempo… La entrevista se dio por concluida en media hora… ¡porque llevaba los deberes hechos! Se me facilitó una clave para acceder a una página web donde había ofertas de trabajo a la que accedí diariamente, durante un año sin encontrar ningún trabajo que se ajustara a mi perfil.

Cuando he recibido esta última, la tercera, al ver de qué se trataba, la tiré sin más, sobre el montón de papeles… ¡¡¡…y encima me citan a cuarenta kilómetros de mi domicilio!!! Por si hacerte perder el tiempo, aprendiendo lo que ya se sabe, no fuera poco, ahora iba a perder una hora más, en el mejor de los casos,  por el trayecto. A todo ello sumarle el importe del viaje. A la ausencia total de ingresos hay que restarle otro  gasto innecesario y absurdo. 

No sé muy bien por qué decidí acudir a la cita. Tenía muy claro que no volverían a hacerme perder mi valioso tiempo de parada, que es lo único que tengo, y del que dispongo a mi antojo. Pero, de poco serviría mi pataleta si no traspasaba el umbral de mi cocina.  Así es que esta vez, sin cumplir ni el rito del disfraz, ni la impresión de currículum, me presenté puntual, en el lugar y hora citada, sólo para decirle, a la señorita que me recibió, que declinaba la invitación a “ser asistida en la búsqueda de empleo”. A ella le sorprendió mi rechazo y a mí que me dijera que era la primera vez que aquello le  ocurría. ¿De verdad todas las personas paradas aceptan estas panoplias sin rechistar?

Y por último recordar a los señores que gestionan las listas de parados y a la sociedad en general que, el hecho de no tener un trabajo retribuido y no cotizar a la Seguridad Social,  ni es sinónimo de ignorancia e incultura, como podrán comprobar en sus archivos, ni es un tiempo de ociosidad o cualquiera de sus sinónimos (vagancia, pereza, inactividad, gandulería, holgazanería, desidia, …). Cada cual completa su formación con aquello que más le interesa y  agrada y decide en qué ocupar su valioso tiempo. Muéstrenme algo que realmente sea interesante  y no me obliguen a hacer lo que no quiero porque… no pienso dejarme arrastrar como una escoria.

Como castigo la Administración me retiró de la lista del paro durante 6 meses y perdí los supuestos derechos que estar ahí me hubiera aportado, que no sé cuáles serían, porque nunca recibí ninguno.

viernes, 2 de febrero de 2018

Merengues de papel

Recientemente andábamos mi marido y yo un poquito “melosos” y decidimos salir a pasear, igual que en nuestra época de novios. Nos cogimos de la mano, como dos adolescentes, y nos dejamos llevar por el recuerdo y el romanticismo. Sin darnos cuenta, quizás por el exceso de almíbar que aquel día nos envolvía, aparecimos en el viejo parque al que, de jóvenes, como tantas otras parejas, acudíamos  al atardecer para… besarnos y “toquitearnos” al resguardo de miradas indiscretas. 

¡Ya, ya!, ya sé que da un poco de risa porque, claro,  como hoy puede uno darse un buen morreo con lengua sin ningún pudor en cualquier sitio, darle un buen repaso a tu novia  para ver de qué color lleva el tanga en mitad de la plaza o calentar el paquete de tu novio en la misma esquina de tu casa… Lo de dejarte acariciar  ¡¡¡por encima de la ropa y medio en privado!!! Parece antediluviano. Pero, no hace mucho era así.

A lo que iba, sin querer, sin querer… llegamos allí… y no para retozar porque, a partir de cierta edad el cuerpo no soporta incomodidades, pero no digo que, aquello no nos hubiera servido para calentar motores y que luego en casa… Pues eso ”hubiera o hubiese” sucedido algo… ¡ja! ¡Con el subjuntivo habíamos topado y en hipótesis nos movíamos! Porque de eso “ná de ná”. Acaso la visión de lo que allí descubrimos, por la vista, el olfato especialmente y hasta el tacto, consiguió que ese libido adormecido y perezoso no fuera capaz ni de asomarse a la ventana.

Los árboles seguían estando, más grandes y frondosos, lógicamente, que durante nuestra época de jovenzuelos pero, los complementos móviles que decoraban el conjunto… eran otra cosa.  Ya de entrada, en cuanto sobrepasamos unos metros la puerta principal del parque, el fuerte olor a orines nos hizo girar la cabeza a modo de rechazo. En un rincón  se amontonaban desperdicios y basuras de diferentes etiologías  a las que miramos con cierta pena pero, lo peor vino un par de pasos más adelante al descubrir todo un sembrado de… ¡¡¡heces humanas!!! 

Síii, podéis reíros y quizás pensar cómo pude saber que aquellos restos pertenecían a este sucio animal… Si acaso el olor o el lugar algo apartado y protegido de las miradas del paseo central podían haber dejado alguna duda de su procedencia, el adorno, a modo de merengue de papel, de unos clínex sobre cada una de las obras de arte dejaba, a modo de firma, bien sentado quienes eran los autores de aquel cuadro. Que yo sepa, y hoy por hoy, ningún perro es tan pudoroso para esconderse al hacer sus necesidades, ni lleva bolso donde guardar sus clínex, ni toallitas húmedas para higienizar sus partes. 

Así que, todo nuestro empalagoso romanticismo, de principio de la tarde, se quedó literalmente hecho mierda ante aquella visión de suciedad e  hizo que los recuerdos, tan excitantes por eróticos y furtivos,  quedaran vinculados para la posteridad con  esas desagradables imágenes y olores apestosos.

Tengo que confesar que el enfado  por el mancillamiento de mis recuerdos fue posterior, casi diría que lo hice consciente en el preciso momento en el que escribí estas líneas porque, lo que me surgió todo aquel espectáculo, fue indignación e impotencia: ¡qué poco valoramos y cuidamos lo que es de todos! ¿Acaso cada uno de nosotros defecaríamos en un rincón de nuestro jardín o entre los tiestos de nuestra terraza?.. No espero la respuesta porque ya me la sé… es obvia.

viernes, 19 de enero de 2018

Tickets para todo


Acabo de llegar a casa y nada más entrar he ido derechita al espejo del cuarto de baño. Sólo quería comprobar si llevo algún cartel en la frente donde ponga escrito algo que diga más o menos así: Esta mujer es tonta y capaz de soportarlo todo. Y es que, algunas personas, parece que tenemos un imán especial para atraer la adversidad, la mala suerte o a los gilipollas.

Hacía años que no pasaba por el INSS. En ese tiempo, las oficinas de mi ciudad, han cambiado de lugar y,  en la actualidad, ocupan un nuevo edificio mucho más luminoso y espacioso que el anterior, en un entorno también mucho más grato. Las buenas sensaciones que me produjo su vista se sumaron al buen ánimo que me había producido el cafetito del desayuno y el paseíllo de media hora que me  llevó ir de mi casa hasta allí.
La entrada… espectacular: puertas con sensores de movimiento que, al abrirse a tu paso, te hacen sentir un poco especial y, junto al buen humor… la sensación se agranda. Un guardia de seguridad que amablemente y de forma personal e individual nos invita a cada usuario a poner el bolso y otros objetos personales llaves, teléfono móviles, etc. en una cajita sobre la “cinta de detección de metales”. ¡Impresionada por tanta amabilidad y con ese dispositivo de seguridad para una ciudad tan pequeña…!

Un paso adelante y… ¿y ahora por dónde? Un pasillo lleno de mesas numeradas con sus respectivos funcionarios concentrados en sus tareas a mí derecha. La misma imagen a la izquierda y, por detrás, se intuye otro pasillo de las mismas características. Un mostrador da acceso al pasillo derecho. Tras él, se deja ver la cabeza de un funcionario que, más parece la de un “bulldog” cabreado. Observo y espero a ver qué pasa con las personas que me preceden… Dos ladridos y una dentellada lanzados al aire me previenen de lo que puede pasar. Por suerte el mostrador lo mantiene en su sitio.

 Es mi turno. Procuro evitar el error cometido por mis predecesores pero… siempre hay nuevos errores que cometer: “¿Es que usted no sabe leer o qué?”. Ladró el señor funcionario. Sobrecogida por el aullido de la autoridad, me excusé argumentando que la máquina expendedora  de tickets no contenía entre sus opciones la demanda que  me había llevado hasta allí por lo que, había pulsado  la tecla que por contenido más se aproximaba a mi necesidad. El hombre masculló un gruñido que no entendí y con agresivas formas me hizo entender que el asunto que allí me había llevado se resolvía en el pasillo “semioculto” a mi espalda. Me dirigí hacia allí y él  se quedó babeando palabrejas para el cuello de su camisa.

Hagamos un paréntesis reflexivo a la narración: Eran las nueve y diez de la mañana. Hacía apenas cinco minutos que las oficinas se habían abierto al público. Fui la segunda en acceder al mostrador para solicitar información… ¿tan cansado estaba ya el señor funcionario como para tratarnos de aquello guisa? Cuando se hacen exámenes para acceder a estos puesto de trabajo ¿se tienen en cuenta la educación no académica, el respeto y las buenas maneras de los candidatos? Me pregunto: ¿Cuánto tiempo duraría este buen hombre en su puesto de trabajo si en vez de trabajar para la administración lo hiciera para el sector privado?

Volviendo a lo nuestro. Entré en el pasillo que me había indicado para volver a enfrentarme a otro mostrador con otro funcionario. Este, un poco más amable y con mejor café que el anterior, me confirmó que, efectivamente,  mi gestión sí se realizaba en aquel pasillo pero… para hacerla… HABÍA QUE PEDIR CITA PREVIA. Cabreo y contrariedad servidos en menos de diez minutos. ¿Qué hacer? Pues nada. Con la administración hemos topado y, aquí, el buen funcionario, consciente de mi contrariedad, no pudo hacer más que encogerse de hombros, y yo, me quedé con mi disgusto y sin poder rechistar porque, su educación y talante, que sí dependían de él, fueron los correctos.

Acepté resignadamente “la cita previa” y regresé dos días después a las nueve menos diez, unos minutos antes de la hora de citación. A las puertas de acceso de las oficinas, se había concentrado un número considerable de personas pero, no me inquietó en absoluto puesto que tenía reservada la hora… ¿reservada la hora…?. ¡Qué ingenua!

Entré con decisión repitiendo las mismas medidas de seguridad del día anterior y me dirigí directamente, esta vez sin mirar siquiera al bulldog de la derecha, hacia el pasillo donde ya sabía que me atenderían. Me senté en la sala de espera que me correspondía, saqué el librillo que siempre llevo para hacer más llevaderas las esperas y, antes de abrirlo, una mujer con una sonrisa indefinida, llamó mi atención: “Perdone señora. ¿Tiene usted cita previa?”. Sin ninguna intención de moverme ni abandonar la tarea para la que me estaba disponiendo, le confirmé lo que me preguntaba. Con la misma sonrisa y sin mover un ápice el rostro, ella me respondió: Si, pero es que ahora, tiene que sacar ticket en la máquina para coger turno. ¡Otra máquina!, ¡otra cita! ¿Os imagináis mi cara? Intenté balbucear unas palabras de sorpresa e incredulidad pero, puesto que no iba a conseguir sino enfadarme más… decidí levantarme y ponerme a la cola.

A todo esto, una docena de personas más experimentadas que yo en todo el proceso de acceso a la administración, se habían dispuesto en fila delante del aparato expendedor de turnos y,  me tuve que poner al final. Obviamente ellos no eran culpables de mi ignorancia procesual y no me iba a poner a reclamarles mi primer puesto cuando ellos mismos eran  sufridores del mismo proceso.

Por si la señora administración aún no se hubiera reído suficiente de mi y de todos los que estaban allí, a través de sus sumisos, serviles, educados y malhumorados empleados, quiso rizar el rizo un poquito más expendiendo un ticket en el que en primera línea se leía: “El ticket NO indica el orden de llamada”. Y entonces… ¿para qué tanto protocolo? Me dio la risa cínica y las ganas de gritarle a alguien: ¡Pero ESTO  ¿de qué va?!

A todo esto tengo que añadir para finalizar que, al funcionario que me atendió, le llevó realizar la gestión que generó todo este proceso dos minutos y medio. El tiempo de escribir mi DNI, la palabra “BAJA”, pulsar el botón de la impresora y lo que ésta tardó en imprimir la hoja. ¡Dos medias mañanas perdidas por una gestión de dos minutos y medio!


Está visto que “en este país” el tiempo del usuario no tiene ningún valor.